
Traductor ing-esp: Raruk BergCorrector: . . .
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Ascensor
“¿No tienes nada más que tu
familia?”
“¿Qué?”
La chica se dio la vuelta, con un trozo de pan duro colgando de la
boca. Con toda la glotonería propia de un rhea, lo hizo desaparecer en un
instante. Sin embargo, a pesar de su apetito, siempre estaba compartiendo su
comida con él y diciendo que sería un problema si engordaba.
Hace tiempo que Raraja se dio cuenta de que era sólo una excusa. Él lo
sabía, pero no lo señaló.
Ese es el tipo de
chica que es ella.
“¿Qué quieres decir con 'aparte de mi
familia'?”
“Una meta,” Raraja refunfuñó. “Si sólo estás aquí tratando de hacerte
rica y mantener a tus padres, tiene que haber maneras de hacerlo además de
aventurarse.”
“Hmm... Bueno, en cierto modo tengo un objetivo,
pero...” El murmullo de Orlaya se interrumpió torpemente y miró al suelo.
Esto no era habitual en
ella.
En aquel lúgubre callejón detrás de la base del clan, ella había estado
royendo como un perro salvaje rebanadas de pan duro que los chicos habían
tirado — un pan lo bastante duro como para usarlo en lugar de platos. Entre
bocado y bocado, Orlaya susurró: “¿Me prometes que no te reirás?”
“Depende de lo que digas.”
“Boo. Qué malo
eres. hmm... Okay.”
Después de agachar la cabeza un rato, Orlaya empezó a moverse
torpemente y a jugar con los dedos delante del pecho.
“Hay un cuento de hadas. Con un caballero y todo...”
“¿Qué?” dijo Raraja, riendo. No lo había prometido, después de todo. “¿Se
trata de un príncipe?”
“No, es— Okay, sí, lo es, ¡pero aun así!” Su voz se quebró. Incluso en
la penumbra, el chico podía ver que ella se sonrojaba terriblemente. “¡No creo
que un príncipe vaya a venir a rescatarme ni nada por el estilo!”
“¿Cuál es tu objetivo, entonces?”
“Quiero ver a un príncipe... a un caballero.”

Él era un caballero vestido con un equipo resplandeciente y divino —
más hermoso que cualquier otro en el mundo.
Orlaya parecía casi febril mientras contaba la historia. Su expresión
estaba llena de un asombro que parecía infantil, incluso para los estándares de
los rheas.
¿Cómo había llamado a ese caballero? Oh, sí, era...
§§§
“El Caballero Diamante...”
Esto había sido una conversación ociosa. Una
escena intrascendente de la vida cotidiana que se había perdido en los anales
de los recuerdos de Raraja. La había olvidado por completo.
Entonces, ¿por qué la había recordado después
de todo este tiempo, mientras yacía en el heno de los establos? No había
necesidad de preguntárselo. Pero Raraja descartó la explicación obvia. No
quería establecer la inevitable conexión entre el Orlaya de aquel entonces y el
Orlaya de ahora.
Sin embargo, sus pensamientos tenían la
costumbre de filtrarse en forma de palabras.
En la oscuridad de la mazmorra, Iarumas
enarcó una ceja.
“¿El Caballero del Diamante? Ese es un nombre
que no he escuchado en mucho tiempo.”
Raraja no había esperado una respuesta. Se
dio la vuelta y miro al hombre de negro.
Iarumas no había quitado sus ojos de Garbage
y Berkanan. Estaban adelante, intercambiando golpes con unas criaturas gigantes
como sapos que presionaban hacia ellas.
“¡¿Wahhh?! ¡Eeeeeek!”
“¡Guau!”
Había muchos sapos, pero su única fuerza era
el número — igual que las bolas de pelusa. Berkanan parecía terriblemente
nerviosa. Raraja solo asintió para sí mismo, pensando: Ella probablemente estará bien.
Enfocándose en Iarumas una vez más, Raraja
preguntó, “¿Sabes sobre el caballero?”
“Como historia, sí.” Iarumas asintió. “Hay
dos de estos caballeros. Uno viajó al agujero de los demonios, para nunca
regresar, y el otro era un aventurero.”
“¿Un aventurero?”
“Sí. Fue hace muchísimo tiempo”, murmuró
Iarumas.
Hace mucho tiempo, un reino fue tomado por un
horrible demonio. El reino estaba protegido de las invasiones por la bendición
de la diosa, pero era impotente contra cualquier mal que surgiera de su
interior — contra un demonio nacido y criado dentro del país.
“¿Cuál es el punto, entonces?”, murmuró
Raraja.
Iarumas respondió encogiéndose de hombros y
una sonrisa forzada. “El rey fue asesinado. La ciudad fue tomada. Pero el joven
príncipe y la princesa escaparon.”
El hermano y la hermana se convirtieron en
aventureros. Buscaron equipo legendario para acabar con el demonio. Sus días de
aventuras continuaron durante mucho tiempo. Cuando el niño se estaba
convirtiendo en un hombre joven, su objetivo largamente acariciado finalmente
se cumplió.
Reunieron una armadura, un yelmo,
guanteletes, un escudo y una espada. En conjunto, estos artículos se
convirtieron en...
“El equipamiento...”, murmuró Iarumas.
“Del Caballero de Diamante”, terminó Raraja.
Iarumas negó con la cabeza. “Pero el equipo
sólo estuvo reunido durante poco tiempo.”
Esta batalla entre los hermanos y el demonio
sólo se recordaba a través de historias, transmitidas de boca en boca. El
príncipe que reunió aquella armadura antigua con el brillo de los diamantes...
¿Cómo de fuerte debía de ser? Seguramente su hermana, una hechicera dotada,
también libró una digna batalla contra el demonio.
Sin embargo, cuando el demonio se vio
finalmente acorralado, pronunció una maldición indescriptible que hizo temblar
la tierra misma. Un agujero maligno se abrió en el suelo del castillo — que se
tragó al demonio.
Y al príncipe.
Así se perdió el equipo del Caballero de
Diamante, quedando sólo la maldición y la princesa...
Es una historia común, pensó Raraja. Hay muchos otros cuentos de
hadas y leyendas similares.
Sin embargo... probablemente había más en
esta historia en particular. Raraja no pudo dejar de notar que la luz en los
ojos de Iarumas se hizo más brillante mientras seguía contando el cuento. El
chico trago saliva. Había visto esto antes. Era similar a cuando el hombre le
había contado la historia del amuleto.
Sí, había algo más en la historia. La
historia del Caballero de Diamante no terminaba ahí.
“La princesa le dijo a la gente que debían
recuperar el bastón de la diosa, que había caído junto con el demonio.”
Raraja consideró lo que esto significaba por
un momento. “Aventureros.”
“Sí.” Iarumas asintió. “Aventureros.”
Una veintena de aventureros desafiaron ese
agujero maldito. ¿Cuántos desafiaron esas profundidades, llenas de maldiciones,
odio y monstruos, y vivieron para contarlo? Incluso entre los que regresaron
con vida, casi ninguno tuvo éxito.
Pero hubo uno.
Sólo uno fue capaz de reunir el equipo del
Caballero de Diamante esparcido por el agujero del demonio, recuperar el bastón
de la diosa y devolver la luz a la superficie.
En otras palabras, se convirtió en un
Caballero de Diamante.
“Entonces, ¿no era sólo una leyenda?”,
preguntó Raraja.
“Ocurrió de verdad”, dijo Iarumas, como si no
fuera para tanto. “No es que tenga ni idea de lo que ocurrió después.”
“¿Qué quieres decir con que no lo sabes?”
“¿Cómo podría saberlo? Fue hace siglos. Dudo
que alguien lo recuerde.”
Dicho esto, Iarumas notó que la batalla
contra los sapos parecía haber terminado. Raraja miró hacia allí — Berkanan
yacía desplomada en el suelo, jadeando, frente a los monstruos muertos. Garbage
giró con resentimiento la Espada Cusinart, frunciendo el ceño al sentir su peso
en las manos.
Lo único que quedó fue el cofre de tesoros.
Era hora de que el ladrón hiciera su parte.
Pero justo en ese momento, Raraja tuvo una
extraña idea. “Hey,” dijo, sus mejillas crispadas. “No fuiste tú,
¿verdad?”
Iarumas se quedó en silencio por un momento.
Luego soltó un suave suspiro.
“No fui yo”.
Esa fue su respuesta.
§§§
¿Sería porque aún seguía dándole vueltas a la
historia?
“¡¿Ups?!”
Una aguja envenenada.
Raraja frunció el ceño al sentir dolor en la
punta de su dedo, gimiendo por el desliz.
La trampa no había estado en la cerradura.
Había estado en el exterior de la caja, sobresaliendo como una astilla. En
cuanto se pinchó, ya era demasiado tarde. El dedo le palpitaba con un dolor
ardiente que le hacía sentir como si estuviera ardiendo.
Por reflejo se agarró la herida, cubriéndosela
con la otra mano mientras saltaba hacia atrás y se alejaba del cofre, pero no
podía ocultar lo que había ocurrido.
“Es un desastre, ¿huh?”
“Arf.”
Fue recibido con un tono indiferente por
parte de Iarumas y un ladrido exasperado de Garbage. Los claros ojos azules de
la chica pelirroja se entrecerraron con resentimiento, mirándolo. Ella no
recibiría una espada — cuando fallabas al desarmar una trampa, el contenido del
cofre se echaba a perder, naturalmente.
En el pasado, habría insistido en voz alta en
que no era culpa suya. Pero esta vez, sabía que no era cierto.
Tampoco era una cuestión de habilidad. Había
sido capaz de discernir que probablemente había una aguja envenenada. Solo
había fallado porque su mente estaba en otra parte.
Raraja no pudo aceptar la culpa o
disculparse. Solo agacho la cabeza en silencio.
“Retrocede y descansa un poco,” le dijo
Iarumas a Raraja. Luego se volteo hacia Berkanan. “Cuida de él.”
“¿Huh? Oh.” Berkanan había estado escuchando
nerviosamente. Su cabeza se levantó, y su cabello negro rebotó con el
movimiento. “¿Y-yo?”
“Así es.”
“O-Okay... Lo haré.”
Dicho esto, Berkanan se acercó lentamente a
Raraja. Se inclinó hacia él. Su gran sombra cayó sobre él, y Raraja la miró
torpemente. Él notó sus ojos dorados vagando — estaban llenos de incomodidad.
Después de un largo momento, finalmente ella
preguntó: “¿Estás bien?”
“See, claro”, logró decir Raraja. Luego,
después de mucho agonizar, murmuró: “Lo siento.”
“No estoy realmente enojada...” Berkanan
murmuró mientras conducía a Raraja hacia la pared de la cámara funeraria. Ella
debe haber estado pensando que esto los alejaría de los sapos muertos y
cualquier otra interferencia.
Iarumas era el único que trataba de averiguar
a dónde irían después. Garbage se paseaba alrededor del cofre de tesoros en
círculos, como si dudara en dejarlo ir, luego procedió a rodear a Iarumas en su
lugar.
Raraja suspiró. “Lo siento...”
“Ya te lo he dicho”, dijo Berkanan, con un
tono un poco cortante, “no estoy enojada.”
Berkanan sacó un antídoto y algunas vendas de
su pequeña bolsa que en realidad todavía era bastante grande. Se apresuró todo
lo que su lento paso le permitió e hizo todo lo que pudo —al menos, en lo que a
ella respectaba— para tratar su herida.
Vacilante, tocó el dedo de Raraja, goteando
la medicina sobre él, y luego lo envolvió en una venda. Sus manos estaban lejos
de ser hábiles, pero aún así él podía ver lo seria y cuidadosa que estaba
siendo.
¿Qué estoy haciendo? Raraja soltó otro suspiro. ¿Cuántas veces
he suspirado hoy?
Tal vez se había dejado llevar. Se había
unido a un grupo, se había convertido en un aventurero hecho y derecho, había
participado en la matanza de un dragón, y... ¿luego qué? ¿Qué había sido capaz
de lograr por sí mismo?
Míralo ahora. No había hecho nada. No había
funcionado. Y sin embargo, Iarumas había dicho que mientras estuviera vivo,
tendría otra oportunidad.
Se había hinchado la cabeza, había huido por
su cuenta, había hecho grandes esfuerzos — todo en vano. Podría registrar toda
la mazmorra y nunca encontraría nada que pudiera desmentir esos hechos.
“Tenías algo en mente”, comentó de repente
Berkanan. “¿Era esa chica...?”
Raraja no contestó de inmediato. No podía.
Los ojos de Berkanan estaban delante de él — dorados como la luna llena
brillando detrás de las nubes.
“Probablemente...”
Esa fue la única respuesta de Raraja. No
quería evadir la pregunta. Pero ni siquiera estaba seguro de su respuesta. Así
que, al final, dio una respuesta vaga.
“Oh, ya veo,” murmuró Berkanan. “Escucha,
yo... yo... yo...” Berkanan se aclaró la garganta antes de continuar. “Yo
estaba pensando.”
¿Por qué no simplemente rendirse?
Berkanan mentiría si dijera que esa idea
nunca se le había pasado por la cabeza. Una voz le susurro — le dijo que le
expresara la idea a Raraja.
¿Por qué no rendirse? ¿Por qué no olvidar a la rhea? Es una chica
horrible. No necesitas preocuparte más por ella.
Ella sólo debería decirle eso a él — hacer
que se olvide de la otra chica.
Pero por más que lo intentaba, Berkanan no
podía forzar las palabras a salir de sus labios. Porque eso—
—no sería justo.
Berkanan era una chica grande. Y fuerte.
Tenía hambre más rápido que otras personas. Si había una pelea y ella ponía sus
manos sobre la otra persona, incluso un poco, todos dirían que estaba haciendo
trampa. Si ella trataba de conseguir un poco más para sí misma porque tenía
hambre, dirían que Berka estaba haciendo trampa.
Berka Lenta. Berka Aburrida. Berka Tramposa.
“No soy una tramposa”, decía siempre Berkanan. Ella no lo era.
No soy una
tramposa.
“¡Deberías... hablarlo con ella... apropiadamente!”
“¿Huh...?”
Las palabras que Berkanan forzó fueron fuertes y agudas. Hicieron
saltar a Raraja.
El chico parpadeó repetidamente, mirándola sorprendido.
Berkanan sintió que sus mejillas se sonrojaban. Pero si se callaba
ahora, nunca sería capaz de superar esa parte astuta y solapada de sí misma
otra vez.
“Quiero decir, Raraja-kun... No has... realmente... hablado de eso con
ella,” Berkanan murmuró. “Yo estaba mirando. Estaba allí cuando ocurrió. Le
diste la llave. Ella la cogió. La miró. La llamó basura. Y eso fue todo. Eso no
es suficiente... No es suficiente para que la entiendas, o para que ella te
entienda.”
Raraja se quedó en silencio durante mucho tiempo. Berkanan quería salir
corriendo.
¿Quién se creía que era ella, diciendo todo eso? Seguramente la odiaría
por ello.
Se encogió en sí misma tanto como pudo. Bajó la cabeza. Miró hacia
abajo. Cerró los ojos y los oídos.
Si se escondía tras el ala de su sombrero, seguramente no podrían verle
la cara. No podrían oír su voz. No tendría que involucrarse con nadie. Podría
desvanecerse de inmediato...
O eso pensaba ella.
“Berka...”
“¿Huh? Oh, ¿s-sí?”
Cuando la llamó por su nombre —en forma abreviada— Berkanan levantó la
cabeza. Su coleta negra trenzada rebotó hacia un lado.
Raraja la estaba mirando fijamente.
Los ojos de Berkanan inmediatamente trataron de huir, pero fueron
inexorablemente atraídos de nuevo hacia el muchacho.
Después de algún tiempo, con voz bajita pero clara, Raraja dijo: “Gracias.”
“Si...”
Berkanan asintió, moviendo la cabeza arriba y abajo. No es que no se
arrepintiera de lo que había dicho, pero...
Abuela.
Estaba segura de que su abuela la habría elogiado.
§§§
Aquel día, la zona situada justo debajo de la entrada a la mazmorra
volvió a llenarse de un grupo variopinto. La presencia de tanta gente ya era
bastante desagradable de por sí, pero los horribles olores que flotaban en el
aire empeoraban mucho las cosas.
Monstruos muertos—sudor y suciedad—polvo—aventureros muertos
abandonados a su pudrición.
Los que habían sido abandonados con heridas sin curar. Los que estaban
sentados contra las paredes, gimiendo sin cesar. Los que serían arrojados a la
morgue del templo.
Hacía tiempo que Orlaya había dejado de preguntarse quién lo tenía peor
— la gente de aquí, los muertos o ella misma. No había ninguna diferencia
apreciable.
Ella simplemente se limitó a guardar silencio.
Aunque dudaría en llamarlo una tienda propiamente dicha, este rincón,
dividido con trapos y esteras de paja, era el lugar de Orlaya. Aquí se
recostaba contra la pared de piedra, con las piernas extendidas hacia fuera,
mirando al vacío mientras esperaba a que pasara el tiempo.
El tiempo era vago aquí en la mazmorra. Orlaya se sentía como si
llevara cien años haciendo lo mismo. La monótona existencia que llevaba era
prácticamente igual a la de un mendigo. Pero en lugar de inclinar la cabeza
ante los transeúntes en la calle, la inclinaba ante los aventureros, rogándoles
que le pidieran una identificación.
A veces la golpeaban o la humillaban, y ella pedía perdón. Todo con tal
de vivir para ver el día siguiente.
Sólo una cosa la hacía más dichosa que cualquier otro mendigo: tenía
acceso a comida y agua.
Pero en realidad,
no estoy bendecida. Puede que incluso lo tenga peor.
Una mendiga no contaba con el clan que la sacudía para pedirle dinero.
O tal vez sí lo tenían y ella simplemente no lo sabía. ¿Había bandas
entre los mendigos que hacían lo mismo? Si es así, escapar de esta jaula sólo
la atraparía en otra; escapar de esta mazmorra sólo la dejaría en una mazmorra
de otro tipo.
No es tan
diferente.
Estos pensamientos ociosos seguían dando vueltas en círculos en la
mente de Orlaya. Y todo era culpa suya. Si él se hubiera
olvidado de ella, ella también podría haberse olvidado de él.
Esos ojos...
Deseó que no la hubiera mirado con esos ojos. Casi la habían hecho
sentir como si ella hubiera sido la equivocada. Aunque era ella la que
agonizaba por cosas como ésta...
Un pequeño suspiro escapó de los labios secos y agrietados de Orlaya.
“¡¿Huh?!”
Se oyó un ruido repentino cuando la cortina tras la que estaba —la
cortina que la ocultaba— se apartó. Orlaya levantó la cabeza. Le pareció ver al
muchacho de cabello negro. Pero se equivocaba. El único cabello que vio Orlaya
estaba un poco más abajo de su línea ocular, y era de un rojo ardiente,
enmarcando dos ojos sin fondo, azules como lagos cristalinos.
“Tú eres...” A Orlaya le tembló la voz. “¿Garbage?”
“¡Arf!”
La chica con aspecto de perro había irrumpido en la guarida de Orlaya.
Orlaya sabía quién era, por supuesto. Lo había sabido incluso antes de que la
chica hubiera ido a matar al dragón.
“¿Qué? ¿No es ese transportador de cadáveres tu nuevo amo?”
“¡Yap!”
“Nunca sé lo que estás diciendo...”
Una vez habían pertenecido al mismo clan — aunque no estaba claro si
esta chica era consciente de ello. Orlaya la recordaba como un escudo de carne,
un cuerpo arrastrado por la cadena atada a su collar.
La emoción se reflejó en el rostro de Orlaya. Frunció el ceño y
chasqueó la lengua.
“¿Qué? ¿Tu amo o Raraja te enviaron a
buscarme?”
“¡Guau!”
Se miraron fijamente, encerrados en un silencioso punto muerto.
Orlaya rompió primero.
“Haaah ... Esto es simplemente estúpido.”
Como si esta chica fuera la mascota de alguien... Nunca dejaría que nadie la salvara.
Garbage también había sido así en el clan. La cadena y el collar no la
habían hecho obedecer órdenes. No, ella había obedecido porque eso era lo que
había conseguido su comida. Ahora era lo mismo. Podía ir donde quisiera, hacer
lo que quisiera. Estaba en la mazmorra porque quería. Eso era todo.
En el pasado, tener a Garbage cerca había tranquilizado a Orlaya — era
agradable saber que alguien, incluso las sobras de un monstruo, estaba por
debajo de ella. Pero ahora, aquellos ojos la inquietaban. A Orlaya se le
revolvieron las tripas con la incómoda sensación de que aquella chica era
totalmente diferente a ella.
Los ojos azules de la chica eran inescrutables, no revelaban nada de lo
que ella sentía o imaginaba. Orlaya siempre había pensado en la chica como en
un perro callejero, o tal vez un lobo solitario...
Pero… ¿y ahora?
“En serio, ¿qué quieres?”
Garbage dejó escapar un quejido.
“Arrruff...”
Frunciendo el ceño al ver las manchas de sangre en las mejillas y el
cabello de Garbage, Orlaya se acercó a la chica y empezó a frotarle la sangre
con los dedos.
Los ojos de Garbage se entrecerraron con irritación. Las vendas que
cubrían los dedos de Orlaya pronto se tiñeron de rojo oscuro.
Orlaya suspiró de nuevo al fijarse en la extraña arma que Garbage
arrastraba tras ella. Era diferente de la que llevaba atada a la espalda y de
la espada que había llevado antes.
Estaba sola. Ningún Raraja —ningún ladrón— la acompañaba. Y estaba
cubierta de sangre.
Lamentablemente, Orlaya no era tan tonta como para no darse cuenta de
la situación.
“¿No me digas que entraste sola en una
cámara funeraria y forzaste tú misma el cofre para abrirlo?”
“¡Yap!”
“Simplemente... increíble. Eres idiota. Una gran idiota...”
Orlaya gimió, no quería creer que una chica así fuera su cliente. ¿Cómo
había averiguado Garbage que identificaba objetos? ¿Y cómo había sabido dónde
encontrarla? Ya era bastante sorprendente que supiera que había que identificar los objetos.
“No me digas... ¿Me olfateaste o algo así?
Quiero decir, no eres realmente un perro.”
Orlaya no podía saberlo — pero tenía razón.
Incluso Garbage podía aprender.
Cuando el grupo descubrió una espada en un
cofre de tesoros, nunca se la dieron a Garbage de inmediato. El pequeño, tosco
y barbudo tenía que tocarlo todo primero.
Hoy, Garbage había entrado sola en la mazmorra, cortado todas las cosas
que se habían interpuesto en su camino y abierto el cofre de una patada. Luego,
mientras arrastraba la espada que había encontrado hasta la superficie, había
notado un olor familiar.
Garbage confiaba en su fuerza y en su inteligencia. Así que, por
supuesto, había reconocido el olor como propio de la pequeña con un solo ojo
que estaba toda envuelta en vendas. Recordó la última vez que la habían visto —
la pequeña se había movido de la misma forma que lo hacía el pequeño y tosco.
La chica no lo entendía muy bien, pero supuso que a estos pequeños
probablemente sólo les gustaba acariciar espadas. Tenía que ser por eso que el
negro y el ruidoso les dejaban hacerlo.
Así que, siendo la más fuerte y la más lista del grupo, a Garbage no le
importó hacerles el favor a los pequeños de dejarles pasar las manos por su
espada.
“¡Arf!”
“Ya está, tócala”,
pareció decir
mientras lanzaba el arma hacia Orlaya. La rhea la aceptó de mala gana.
“¿Tienes dinero?”
Garbage no dijo nada.
“¿Dinero...? Oh olvídalo. Me siento estúpida
con solo decir eso.”
Mientras murmuraba, Orlaya sintió que sus preocupaciones se esfumaban.
Lo que sea. Sólo
haré ésta. ¿Cuánto tiempo
había pasado desde la última vez que pudo decir eso? Sin embargo, en este
momento, ella fue capaz de pensar: Oh, bien, y la identificación para ella
no es gran cosa.
Orlaya sonrió un poco ante este capricho suyo. “No te enfades si no es
lo que esperabas...” Soltó unas palabras que sonaban a excusa. Ni siquiera
estaba segura de que Garbage pudiera entenderlas.
Entonces, Orlaya tocó la espada.
Sí, esta arma era una espada. ¿Para quién había sido forjada y cómo la
había blandido? En cualquier caso, una espada encontrada en la mazmorra, por
muy magistral que fuera su artesanía, no era más que “una espada”. Un arma sólo
recibía un nombre si había algo más... vagamente legendario con lo que
estuviera relacionada. Como la Espada de Rebanar, Espada Cortante, Were Slayer,
Mage Masher...
La espada de
diamante, Hrathnir.
Era como algo salido de un sueño. Recordaba ese nombre por primera vez
en mucho tiempo. Esa espada era un tesoro — una hoja envuelta en un vacío que
cortaba todo y cualquier cosa. Siempre había pensado que si había algo
parecido, estaría aquí abajo, en la mazmorra. Y sin embargo...
Al cabo de un rato, los pensamientos de Orlaya volvieron a surgir del
abismo de su mente. Sus ojos se abrieron con sorpresa.
En sus manos había una espada que giraba con un ruido zumbante mientras
destrozaba a los enemigos de su portadora. Una extraña espada hecha para matar.
“¡Esto es un Cusinart...!”
“¡¿Eek?!”
La reacción fue dramática. En cuanto Garbage oyó el nombre, tiró la
espada a un lado y saltó hacia atrás. Soltó un gruñido grave, como si estuviera
mirando a la bestia del apocalipsis.
Orlaya quedó desconcertada por esta increíble
reacción exagerada. “¿Qué? ¿No lo quieres?”
“¡Guau!”
“Está bien, lo aceptaré entonces.”
“¡Rarf!”
Orlaya no pudo evitar sonreír. ¿Cuándo había ocurrido eso por última vez? Había sonreído tan inconscientemente que no se había
dado cuenta de que lo estaba haciendo.
Pero la sonrisa se desvaneció rápidamente. Se oían ruidosos pasos que
se acercaban.
Garbage fue la primera en darse cuenta — levantó la cabeza. Orlaya
soltó un gemido bajo.
“Sal por atrás.”
“Yap.”
“¡Me causará problemas si estás aquí!”
No es que las palabras de Orlaya llegaran a Garbage. Pero la chica no
se resistió mientras Orlaya la empujaba detrás de un trapo en la parte trasera
que servía de cortina. La obediencia de Garbage fue la única razón por la que
llegó a tiempo.
“Hola, Orlaya. ¿Cómo van las ganancias de
hoy?”
Goerz apareció con una sonrisa salvaje. No le importó cómo respondiera
Orlaya. Simplemente le dio la vuelta al recipiente y se sirvió el dinero.
Orlaya sólo podía esperar que sus escasas ganancias por la identificación
fueran suficientes para apaciguarlo.
Entonces, los ojos de Goerz se posaron en la espada que Orlaya aún
tenía en el regazo.
“¿Qué estás haciendo con algo tan lindo?”
Antes de que ella pudiera quejarse, él ya le había arrebatado la
magistral espada. Ella tenía la cabeza inclinada, pero su mirada se disparó
hacia arriba, siguiéndola. Dejó escapar un gemido.
“Ah...”
“¿Qué?”
Él la fulminó con la mirada. Orlaya se incorporó y ajustó la postura.
“No es nada.”
“Está bien.”
Goerz se quitó despreocupadamente la Espada Cortante de la espalda y
luego la tiró a un lado. Dio a la Espada Cusinart un golpe de prueba. En el
momento en que sus manos rocosas agarraron la empuñadura, la espada forjada por
un maestro herrero emitió un sonido parecido a un grito agudo mientras cortaba
el aire.
La extraña hoja giraba, preparada para rebanar y trocear a los
oponentes con los que aún tenía que enfrentar.
Goerz mostró una sonrisa dentada, como un tiburón.
“Bonito. Me gusta...”
Con movimientos que parecían fuera de lugar —casi mágicos, para alguien
de su complexión—, Goerz guardó el Cusinart en la espalda.
Orlaya mantuvo la cabeza gacha todo el tiempo, como esperando a que
pasara la tormenta. Pero ella sabía que no terminaría tan fácilmente.
“Eso de lo que estábamos hablando está todo
solucionado. Vienes, ¿verdad?
No dijo “ven con nosotros” ni “acompáñanos”. No era una
orden, sino una petición. Como si le estuviera pidiendo un favor. Sabiendo que
ella no podía negarse, Goerz siempre lo expresaba así. Lo hacía para
convencerla de que le obedecía por su propia voluntad.
Y así, esta vez también, Orlaya inclinó la
cabeza por propia voluntad. Tras
una larga pausa, dijo: “Sí, por supuesto que lo haré.”
“Buena niña. ¡Vamos entonces!”
Dicho esto, Goerz salió de su destartalado negocio con la misma
libertad con la que había entrado. Ni siquiera miró hacia atrás.
Nunca dudó de que ella le seguiría. No era confianza. Era confianza en
que él era su dueño.
Orlaya se levantó lentamente, con su cuerpo carcomido por la maldición
que le dolía horriblemente. Finalmente, miró hacia atrás —hacia la cortina del
fondo— y se alejó arrastrando los pies.
Lo único que quedó atrás fue la Espada de Rebanar abandonada y...
“Grrrr...”
—Garbage parecido a un perro.
La chica corrió hacia la espada que estaba en el suelo y la recogió.
Después de examinarla cuidadosamente, le dio un golpe casual. Siguió con un
bufido de insatisfacción.
“Bueno, servirá”, pareció decir Garbage. Se echó la espada al
hombro y se dirigió directamente a casa.
Cuando el ruidoso estuvo fuera el otro día, no habían traído nada de
vuelta. No estaba claro si Garbage pensaba que debía dar mejor ejemplo. Sin
embargo, una vez que vio la espada con la que había regresado, los ojos de
Raraja se abrieron de sorpresa.
Más tarde siguió su rastro, buscando en la concurrida sección del
primer piso durante tres días. Pero cuando llegó a la miserable casucha de
Orlaya, el lugar ya tenía un nuevo residente que miró a Raraja sorprendido.
Orlaya no había sido vista allí desde entonces.
§§§
Ella tenía un mal presentimiento sobre esto, pero eso no era nada
nuevo. Así que, sí, probablemente no iría tan mal...
Orlaya pensaba eso cada vez que caminaban por la mazmorra. Hoy no era
diferente.
Goerz estaba al frente. Dos aventureros, cuyos nombres desconocía,
flanqueaban a Orlaya a ambos lados. En grupo, avanzaban por las salas
subterráneas.
Dando vueltas y más vueltas. Mirara donde mirara, el terreno, las
paredes y el suelo eran todos iguales. Podían estar hechos de líneas blancas
sobre negro.
Cada vez que se daba cuenta de eso, Orlaya se
advertía a sí misma: “Esa es una forma peligrosa de pensar”, y cerraba los ojos
con fuerza. Y cuando volvía a abrirlos, la mazmorra aparecía una vez más, sin
cambiar nunca.
Así supo que todavía estaba bien — todavía cuerda.
“Hola, hola, qué bueno que hayas venido.”
La repentina voz hizo que Goerz se detuviera.
En la oscuridad, delante de él, estaba el sacerdote no identificado.
Como siempre, llevaba el mismo amuleto en forma de fragmento colgado del
cuello... y sonreía.
Quizá fue un poco tarde para darse cuenta, pero Orlaya se dio cuenta de
que el diseño de su túnica era de colmillos. Un Sacerdote del Colmillo.
“Hey”,
dijo Goerz . “Parecía que se podía ganar dinero.”
“Sí. Puedo garantizarte que encontrarás
ganancias aquí, en este mundo material. Ahora, vengan por aquí...”
Habiendo hablado, el sacerdote los condujo a un abismo de oscuridad tan
profundo que no podían ver ni un centímetro más adelante.
¿Fue Orlaya quien tragó saliva? ¿O uno de los otros? No fue Goerz. Eso
era seguro.
“Muy bien, vamos.”
Él siguió al sacerdote sin vacilar, adentrándose en la oscuridad como
si nada temiera, y desapareció de la vista.
Los pies de Orlaya no se movieron. Temblaba, encogida, y era incapaz de
dar un solo paso hacia delante.
“Ah...” Un débil gemido escapó de su
garganta. Una lengua chasqueó detrás de ella. “¡¿Augh?!”
Un dolor sordo empujó su frágil cuerpo hacia la oscuridad.
Antes de que tuviera tiempo de darse cuenta de que la habían golpeado
con la empuñadura de una espada o algo similar, una mano le agarró el delgado
brazo. El dolor era tan intenso que pensó que se le romperían los huesos. Lanzó
un grito ahogado.
“No podemos hacer esto si no vienes.”
“¿Qué …?”
El que había tirado de ella a través de la oscuridad era Goerz.
Aún confundida, Orlaya miró a
su alrededor con su único ojo. Estaban de vuelta en la mazmorra, pero...
¿Una pequeña...
sala?
Sí, una pequeña sala. Era una pequeña y estrecha cámara funeraria con
un par de puertas dobles. Mientras Orlaya miraba confusa a su alrededor, los
demás aventureros se agolpaban dentro con ellos.
Ella miró en todas direcciones y —aunque no fuera intencionadamente—
buscó una vía de escape. Pero Goerz la sujetaba firmemente del brazo. En algún
momento, el Sacerdote del Colmillo se había colocado frente a las puertas.
“Puedes pensar en este lugar como algo
parecido a un altar que conecta la tierra firme con los cielos…”
“Basta de charla”, ladró Goerz. “Ponte a ello de una vez.”
“Sí. Desde luego, lo haré. Ahora, si me
disculpas...”
El Sacerdote del Colmillo accionó rápidamente varios paneles que
estaban empotrados en la pared de la diminuta habitación. En cuanto lo hizo,
toda la habitación tembló.
Orlaya soltó un pequeño grito.
Tenía una sensación flotante — como si estuviera cayendo. ¿Estaban
cayendo? No tenía libertad para tropezar, agacharse o agarrarse a algo.
El agarre parecido a un visor que tenía en el brazo casi la elevó en el
aire.
Orlaya tuvo un recuerdo de una ejecución a la que había asistido cuando
era más joven. La habían montado en el bar y la habían anunciado como un
espectáculo interesante. El criminal había subido a una plataforma y ella había
visto cómo se desplomaba.
Él se había precipitado, pero la soga que tenía alrededor del cuello lo
había atrapado, quitándole la vida.
Por alguna razón, el criminal de sus recuerdos llevaba su cara — la que
tenía antes de convertirse en tasadora...
«Whoosh, thump.»
Aquella escena se negaba a abandonar su mente mientras viajaba en el ascensor que descendía hacia lo desconocido.
Gracias por leer: Blade & Bastard Vol. 3 capítulo 3, y si encuentras algún error en la traducción, reportar en comentarios.