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Blade & Bastard Vol. 3 capítulo 3

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Blade & Bastard
Blade and Bastard volumen 3
Traductor ing-esp: Raruk Berg
Corrector: . . .

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 Ascensor


“¿No tienes nada más que tu familia?”

“¿Qué?”

La chica se dio la vuelta, con un trozo de pan duro colgando de la boca. Con toda la glotonería propia de un rhea, lo hizo desaparecer en un instante. Sin embargo, a pesar de su apetito, siempre estaba compartiendo su comida con él y diciendo que sería un problema si engordaba.

Hace tiempo que Raraja se dio cuenta de que era sólo una excusa. Él lo sabía, pero no lo señaló.

Ese es el tipo de chica que es ella.

“¿Qué quieres decir con 'aparte de mi familia'?”

“Una meta,” Raraja refunfuñó. “Si sólo estás aquí tratando de hacerte rica y mantener a tus padres, tiene que haber maneras de hacerlo además de aventurarse.”

“Hmm... Bueno, en cierto modo tengo un objetivo, pero...” El murmullo de Orlaya se interrumpió torpemente y miró al suelo.

Esto no era habitual en ella.

En aquel lúgubre callejón detrás de la base del clan, ella había estado royendo como un perro salvaje rebanadas de pan duro que los chicos habían tirado — un pan lo bastante duro como para usarlo en lugar de platos. Entre bocado y bocado, Orlaya susurró: “¿Me prometes que no te reirás?”

“Depende de lo que digas.”

Boo. Qué malo eres. hmm... Okay.”

Después de agachar la cabeza un rato, Orlaya empezó a moverse torpemente y a jugar con los dedos delante del pecho.

“Hay un cuento de hadas. Con un caballero y todo...”

“¿Qué?” dijo Raraja, riendo. No lo había prometido, después de todo. “¿Se trata de un príncipe?”

“No, es— Okay, sí, lo es, ¡pero aun así!” Su voz se quebró. Incluso en la penumbra, el chico podía ver que ella se sonrojaba terriblemente. “¡No creo que un príncipe vaya a venir a rescatarme ni nada por el estilo!”

“¿Cuál es tu objetivo, entonces?”

“Quiero ver a un príncipe... a un caballero.”

Él era un caballero vestido con un equipo resplandeciente y divino — más hermoso que cualquier otro en el mundo.

Orlaya parecía casi febril mientras contaba la historia. Su expresión estaba llena de un asombro que parecía infantil, incluso para los estándares de los rheas.

¿Cómo había llamado a ese caballero? Oh, sí, era...

§§§

“El Caballero Diamante...”

Esto había sido una conversación ociosa. Una escena intrascendente de la vida cotidiana que se había perdido en los anales de los recuerdos de Raraja. La había olvidado por completo.

Entonces, ¿por qué la había recordado después de todo este tiempo, mientras yacía en el heno de los establos? No había necesidad de preguntárselo. Pero Raraja descartó la explicación obvia. No quería establecer la inevitable conexión entre el Orlaya de aquel entonces y el Orlaya de ahora.

Sin embargo, sus pensamientos tenían la costumbre de filtrarse en forma de palabras.

En la oscuridad de la mazmorra, Iarumas enarcó una ceja.

“¿El Caballero del Diamante? Ese es un nombre que no he escuchado en mucho tiempo.”

Raraja no había esperado una respuesta. Se dio la vuelta y miro al hombre de negro.

Iarumas no había quitado sus ojos de Garbage y Berkanan. Estaban adelante, intercambiando golpes con unas criaturas gigantes como sapos que presionaban hacia ellas.

“¡¿Wahhh?! ¡Eeeeeek!”

“¡Guau!”

Había muchos sapos, pero su única fuerza era el número — igual que las bolas de pelusa. Berkanan parecía terriblemente nerviosa. Raraja solo asintió para sí mismo, pensando: Ella probablemente estará bien.

Enfocándose en Iarumas una vez más, Raraja preguntó, “¿Sabes sobre el caballero?”

“Como historia, sí.” Iarumas asintió. “Hay dos de estos caballeros. Uno viajó al agujero de los demonios, para nunca regresar, y el otro era un aventurero.”

“¿Un aventurero?”

“Sí. Fue hace muchísimo tiempo”, murmuró Iarumas.

Hace mucho tiempo, un reino fue tomado por un horrible demonio. El reino estaba protegido de las invasiones por la bendición de la diosa, pero era impotente contra cualquier mal que surgiera de su interior — contra un demonio nacido y criado dentro del país.

“¿Cuál es el punto, entonces?”, murmuró Raraja.

Iarumas respondió encogiéndose de hombros y una sonrisa forzada. “El rey fue asesinado. La ciudad fue tomada. Pero el joven príncipe y la princesa escaparon.”

El hermano y la hermana se convirtieron en aventureros. Buscaron equipo legendario para acabar con el demonio. Sus días de aventuras continuaron durante mucho tiempo. Cuando el niño se estaba convirtiendo en un hombre joven, su objetivo largamente acariciado finalmente se cumplió.

Reunieron una armadura, un yelmo, guanteletes, un escudo y una espada. En conjunto, estos artículos se convirtieron en...

“El equipamiento...”, murmuró Iarumas.

“Del Caballero de Diamante”, terminó Raraja.

Iarumas negó con la cabeza. “Pero el equipo sólo estuvo reunido durante poco tiempo.”

Esta batalla entre los hermanos y el demonio sólo se recordaba a través de historias, transmitidas de boca en boca. El príncipe que reunió aquella armadura antigua con el brillo de los diamantes... ¿Cómo de fuerte debía de ser? Seguramente su hermana, una hechicera dotada, también libró una digna batalla contra el demonio.

Sin embargo, cuando el demonio se vio finalmente acorralado, pronunció una maldición indescriptible que hizo temblar la tierra misma. Un agujero maligno se abrió en el suelo del castillo — que se tragó al demonio.

Y al príncipe.

Así se perdió el equipo del Caballero de Diamante, quedando sólo la maldición y la princesa...

Es una historia común, pensó Raraja. Hay muchos otros cuentos de hadas y leyendas similares.

Sin embargo... probablemente había más en esta historia en particular. Raraja no pudo dejar de notar que la luz en los ojos de Iarumas se hizo más brillante mientras seguía contando el cuento. El chico trago saliva. Había visto esto antes. Era similar a cuando el hombre le había contado la historia del amuleto.

Sí, había algo más en la historia. La historia del Caballero de Diamante no terminaba ahí.

“La princesa le dijo a la gente que debían recuperar el bastón de la diosa, que había caído junto con el demonio.”

Raraja consideró lo que esto significaba por un momento. “Aventureros.”

“Sí.” Iarumas asintió. “Aventureros.”

Una veintena de aventureros desafiaron ese agujero maldito. ¿Cuántos desafiaron esas profundidades, llenas de maldiciones, odio y monstruos, y vivieron para contarlo? Incluso entre los que regresaron con vida, casi ninguno tuvo éxito.

Pero hubo uno.

Sólo uno fue capaz de reunir el equipo del Caballero de Diamante esparcido por el agujero del demonio, recuperar el bastón de la diosa y devolver la luz a la superficie.

En otras palabras, se convirtió en un Caballero de Diamante.

“Entonces, ¿no era sólo una leyenda?”, preguntó Raraja.

“Ocurrió de verdad”, dijo Iarumas, como si no fuera para tanto. “No es que tenga ni idea de lo que ocurrió después.”

“¿Qué quieres decir con que no lo sabes?”

“¿Cómo podría saberlo? Fue hace siglos. Dudo que alguien lo recuerde.”

Dicho esto, Iarumas notó que la batalla contra los sapos parecía haber terminado. Raraja miró hacia allí — Berkanan yacía desplomada en el suelo, jadeando, frente a los monstruos muertos. Garbage giró con resentimiento la Espada Cusinart, frunciendo el ceño al sentir su peso en las manos.

Lo único que quedó fue el cofre de tesoros. Era hora de que el ladrón hiciera su parte.

Pero justo en ese momento, Raraja tuvo una extraña idea. “Hey,” dijo, sus mejillas crispadas. “No fuiste , ¿verdad?”

Iarumas se quedó en silencio por un momento. Luego soltó un suave suspiro.

“No fui yo”.

Esa fue su respuesta.

§§§

¿Sería porque aún seguía dándole vueltas a la historia?

“¡¿Ups?!”

Una aguja envenenada.

Raraja frunció el ceño al sentir dolor en la punta de su dedo, gimiendo por el desliz.

La trampa no había estado en la cerradura. Había estado en el exterior de la caja, sobresaliendo como una astilla. En cuanto se pinchó, ya era demasiado tarde. El dedo le palpitaba con un dolor ardiente que le hacía sentir como si estuviera ardiendo.

Por reflejo se agarró la herida, cubriéndosela con la otra mano mientras saltaba hacia atrás y se alejaba del cofre, pero no podía ocultar lo que había ocurrido.

“Es un desastre, ¿huh?”

“Arf.”

Fue recibido con un tono indiferente por parte de Iarumas y un ladrido exasperado de Garbage. Los claros ojos azules de la chica pelirroja se entrecerraron con resentimiento, mirándolo. Ella no recibiría una espada — cuando fallabas al desarmar una trampa, el contenido del cofre se echaba a perder, naturalmente.

En el pasado, habría insistido en voz alta en que no era culpa suya. Pero esta vez, sabía que no era cierto.

Tampoco era una cuestión de habilidad. Había sido capaz de discernir que probablemente había una aguja envenenada. Solo había fallado porque su mente estaba en otra parte.

Raraja no pudo aceptar la culpa o disculparse. Solo agacho la cabeza en silencio.

“Retrocede y descansa un poco,” le dijo Iarumas a Raraja. Luego se volteo hacia Berkanan. “Cuida de él.”

“¿Huh? Oh.” Berkanan había estado escuchando nerviosamente. Su cabeza se levantó, y su cabello negro rebotó con el movimiento. “¿Y-yo?”

“Así es.”

“O-Okay... Lo haré.”

Dicho esto, Berkanan se acercó lentamente a Raraja. Se inclinó hacia él. Su gran sombra cayó sobre él, y Raraja la miró torpemente. Él notó sus ojos dorados vagando — estaban llenos de incomodidad.

Después de un largo momento, finalmente ella preguntó: “¿Estás bien?”

“See, claro”, logró decir Raraja. Luego, después de mucho agonizar, murmuró: “Lo siento.”

“No estoy realmente enojada...” Berkanan murmuró mientras conducía a Raraja hacia la pared de la cámara funeraria. Ella debe haber estado pensando que esto los alejaría de los sapos muertos y cualquier otra interferencia.

Iarumas era el único que trataba de averiguar a dónde irían después. Garbage se paseaba alrededor del cofre de tesoros en círculos, como si dudara en dejarlo ir, luego procedió a rodear a Iarumas en su lugar.

Raraja suspiró. “Lo siento...”

“Ya te lo he dicho”, dijo Berkanan, con un tono un poco cortante, “no estoy enojada.”

Berkanan sacó un antídoto y algunas vendas de su pequeña bolsa que en realidad todavía era bastante grande. Se apresuró todo lo que su lento paso le permitió e hizo todo lo que pudo —al menos, en lo que a ella respectaba— para tratar su herida.

Vacilante, tocó el dedo de Raraja, goteando la medicina sobre él, y luego lo envolvió en una venda. Sus manos estaban lejos de ser hábiles, pero aún así él podía ver lo seria y cuidadosa que estaba siendo.

¿Qué estoy haciendo? Raraja soltó otro suspiro. ¿Cuántas veces he suspirado hoy?

Tal vez se había dejado llevar. Se había unido a un grupo, se había convertido en un aventurero hecho y derecho, había participado en la matanza de un dragón, y... ¿luego qué? ¿Qué había sido capaz de lograr por sí mismo?

Míralo ahora. No había hecho nada. No había funcionado. Y sin embargo, Iarumas había dicho que mientras estuviera vivo, tendría otra oportunidad.

Se había hinchado la cabeza, había huido por su cuenta, había hecho grandes esfuerzos — todo en vano. Podría registrar toda la mazmorra y nunca encontraría nada que pudiera desmentir esos hechos.

“Tenías algo en mente”, comentó de repente Berkanan. “¿Era esa chica...?”

Raraja no contestó de inmediato. No podía. Los ojos de Berkanan estaban delante de él — dorados como la luna llena brillando detrás de las nubes.

“Probablemente...”

Esa fue la única respuesta de Raraja. No quería evadir la pregunta. Pero ni siquiera estaba seguro de su respuesta. Así que, al final, dio una respuesta vaga.

“Oh, ya veo,” murmuró Berkanan. “Escucha, yo... yo... yo...” Berkanan se aclaró la garganta antes de continuar. “Yo estaba pensando.”

¿Por qué no simplemente rendirse?

Berkanan mentiría si dijera que esa idea nunca se le había pasado por la cabeza. Una voz le susurro — le dijo que le expresara la idea a Raraja.

¿Por qué no rendirse? ¿Por qué no olvidar a la rhea? Es una chica horrible. No necesitas preocuparte más por ella.

Ella sólo debería decirle eso a él — hacer que se olvide de la otra chica.

Pero por más que lo intentaba, Berkanan no podía forzar las palabras a salir de sus labios. Porque eso—

—no sería justo.

Berkanan era una chica grande. Y fuerte. Tenía hambre más rápido que otras personas. Si había una pelea y ella ponía sus manos sobre la otra persona, incluso un poco, todos dirían que estaba haciendo trampa. Si ella trataba de conseguir un poco más para sí misma porque tenía hambre, dirían que Berka estaba haciendo trampa.

Berka Lenta. Berka Aburrida. Berka Tramposa.

“No soy una tramposa”, decía siempre Berkanan. Ella no lo era.

No soy una tramposa.

“¡Deberías... hablarlo con ella... apropiadamente!”

“¿Huh...?”

Las palabras que Berkanan forzó fueron fuertes y agudas. Hicieron saltar a Raraja.

El chico parpadeó repetidamente, mirándola sorprendido.

Berkanan sintió que sus mejillas se sonrojaban. Pero si se callaba ahora, nunca sería capaz de superar esa parte astuta y solapada de sí misma otra vez.

“Quiero decir, Raraja-kun... No has... realmente... hablado de eso con ella,” Berkanan murmuró. “Yo estaba mirando. Estaba allí cuando ocurrió. Le diste la llave. Ella la cogió. La miró. La llamó basura. Y eso fue todo. Eso no es suficiente... No es suficiente para que la entiendas, o para que ella te entienda.”

Raraja se quedó en silencio durante mucho tiempo. Berkanan quería salir corriendo.

¿Quién se creía que era ella, diciendo todo eso? Seguramente la odiaría por ello.

Se encogió en sí misma tanto como pudo. Bajó la cabeza. Miró hacia abajo. Cerró los ojos y los oídos.

Si se escondía tras el ala de su sombrero, seguramente no podrían verle la cara. No podrían oír su voz. No tendría que involucrarse con nadie. Podría desvanecerse de inmediato...

O eso pensaba ella.

“Berka...”

“¿Huh? Oh, ¿s-sí?”

Cuando la llamó por su nombre —en forma abreviada— Berkanan levantó la cabeza. Su coleta negra trenzada rebotó hacia un lado.

Raraja la estaba mirando fijamente.

Los ojos de Berkanan inmediatamente trataron de huir, pero fueron inexorablemente atraídos de nuevo hacia el muchacho.

Después de algún tiempo, con voz bajita pero clara, Raraja dijo: “Gracias.”

“Si...”

Berkanan asintió, moviendo la cabeza arriba y abajo. No es que no se arrepintiera de lo que había dicho, pero...

Abuela.

Estaba segura de que su abuela la habría elogiado.

§§§

Aquel día, la zona situada justo debajo de la entrada a la mazmorra volvió a llenarse de un grupo variopinto. La presencia de tanta gente ya era bastante desagradable de por sí, pero los horribles olores que flotaban en el aire empeoraban mucho las cosas.

Monstruos muertos—sudor y suciedad—polvo—aventureros muertos abandonados a su pudrición.

Los que habían sido abandonados con heridas sin curar. Los que estaban sentados contra las paredes, gimiendo sin cesar. Los que serían arrojados a la morgue del templo.

Hacía tiempo que Orlaya había dejado de preguntarse quién lo tenía peor — la gente de aquí, los muertos o ella misma. No había ninguna diferencia apreciable.

Ella simplemente se limitó a guardar silencio.

Aunque dudaría en llamarlo una tienda propiamente dicha, este rincón, dividido con trapos y esteras de paja, era el lugar de Orlaya. Aquí se recostaba contra la pared de piedra, con las piernas extendidas hacia fuera, mirando al vacío mientras esperaba a que pasara el tiempo.

El tiempo era vago aquí en la mazmorra. Orlaya se sentía como si llevara cien años haciendo lo mismo. La monótona existencia que llevaba era prácticamente igual a la de un mendigo. Pero en lugar de inclinar la cabeza ante los transeúntes en la calle, la inclinaba ante los aventureros, rogándoles que le pidieran una identificación.

A veces la golpeaban o la humillaban, y ella pedía perdón. Todo con tal de vivir para ver el día siguiente.

Sólo una cosa la hacía más dichosa que cualquier otro mendigo: tenía acceso a comida y agua.

Pero en realidad, no estoy bendecida. Puede que incluso lo tenga peor.

Una mendiga no contaba con el clan que la sacudía para pedirle dinero.

O tal vez sí lo tenían y ella simplemente no lo sabía. ¿Había bandas entre los mendigos que hacían lo mismo? Si es así, escapar de esta jaula sólo la atraparía en otra; escapar de esta mazmorra sólo la dejaría en una mazmorra de otro tipo.

No es tan diferente.

Estos pensamientos ociosos seguían dando vueltas en círculos en la mente de Orlaya. Y todo era culpa suya. Si él se hubiera olvidado de ella, ella también podría haberse olvidado de él.

Esos ojos...

Deseó que no la hubiera mirado con esos ojos. Casi la habían hecho sentir como si ella hubiera sido la equivocada. Aunque era ella la que agonizaba por cosas como ésta...

Un pequeño suspiro escapó de los labios secos y agrietados de Orlaya.

“¡¿Huh?!”

Se oyó un ruido repentino cuando la cortina tras la que estaba —la cortina que la ocultaba— se apartó. Orlaya levantó la cabeza. Le pareció ver al muchacho de cabello negro. Pero se equivocaba. El único cabello que vio Orlaya estaba un poco más abajo de su línea ocular, y era de un rojo ardiente, enmarcando dos ojos sin fondo, azules como lagos cristalinos.

Tú eres... A Orlaya le tembló la voz. ¿Garbage?

“¡Arf!”

La chica con aspecto de perro había irrumpido en la guarida de Orlaya. Orlaya sabía quién era, por supuesto. Lo había sabido incluso antes de que la chica hubiera ido a matar al dragón.

“¿Qué? ¿No es ese transportador de cadáveres tu nuevo amo?”

“¡Yap!”

“Nunca sé lo que estás diciendo...”

Una vez habían pertenecido al mismo clan — aunque no estaba claro si esta chica era consciente de ello. Orlaya la recordaba como un escudo de carne, un cuerpo arrastrado por la cadena atada a su collar.

La emoción se reflejó en el rostro de Orlaya. Frunció el ceño y chasqueó la lengua.

“¿Qué? ¿Tu amo o Raraja te enviaron a buscarme?”

“¡Guau!”

Se miraron fijamente, encerrados en un silencioso punto muerto.

Orlaya rompió primero.

“Haaah ... Esto es simplemente estúpido.”

Como si esta chica fuera la mascota de alguien... Nunca dejaría que nadie la salvara.

Garbage también había sido así en el clan. La cadena y el collar no la habían hecho obedecer órdenes. No, ella había obedecido porque eso era lo que había conseguido su comida. Ahora era lo mismo. Podía ir donde quisiera, hacer lo que quisiera. Estaba en la mazmorra porque quería. Eso era todo.

En el pasado, tener a Garbage cerca había tranquilizado a Orlaya — era agradable saber que alguien, incluso las sobras de un monstruo, estaba por debajo de ella. Pero ahora, aquellos ojos la inquietaban. A Orlaya se le revolvieron las tripas con la incómoda sensación de que aquella chica era totalmente diferente a ella.

Los ojos azules de la chica eran inescrutables, no revelaban nada de lo que ella sentía o imaginaba. Orlaya siempre había pensado en la chica como en un perro callejero, o tal vez un lobo solitario...

Pero… ¿y ahora?

“En serio, ¿qué quieres?”

Garbage dejó escapar un quejido. “Arrruff...”

Frunciendo el ceño al ver las manchas de sangre en las mejillas y el cabello de Garbage, Orlaya se acercó a la chica y empezó a frotarle la sangre con los dedos.

Los ojos de Garbage se entrecerraron con irritación. Las vendas que cubrían los dedos de Orlaya pronto se tiñeron de rojo oscuro.

Orlaya suspiró de nuevo al fijarse en la extraña arma que Garbage arrastraba tras ella. Era diferente de la que llevaba atada a la espalda y de la espada que había llevado antes.

Estaba sola. Ningún Raraja —ningún ladrón— la acompañaba. Y estaba cubierta de sangre.

Lamentablemente, Orlaya no era tan tonta como para no darse cuenta de la situación.

¿No me digas que entraste sola en una cámara funeraria y forzaste tú misma el cofre para abrirlo?

“¡Yap!”

Simplemente... increíble. Eres idiota. Una gran idiota...

Orlaya gimió, no quería creer que una chica así fuera su cliente. ¿Cómo había averiguado Garbage que identificaba objetos? ¿Y cómo había sabido dónde encontrarla? Ya era bastante sorprendente que supiera que había que identificar los objetos.

No me digas... ¿Me olfateaste o algo así? Quiero decir, no eres realmente un perro.

Orlaya no podía saberlo — pero tenía razón. Incluso Garbage podía aprender.

Cuando el grupo descubrió una espada en un cofre de tesoros, nunca se la dieron a Garbage de inmediato. El pequeño, tosco y barbudo tenía que tocarlo todo primero.

Hoy, Garbage había entrado sola en la mazmorra, cortado todas las cosas que se habían interpuesto en su camino y abierto el cofre de una patada. Luego, mientras arrastraba la espada que había encontrado hasta la superficie, había notado un olor familiar.

Garbage confiaba en su fuerza y en su inteligencia. Así que, por supuesto, había reconocido el olor como propio de la pequeña con un solo ojo que estaba toda envuelta en vendas. Recordó la última vez que la habían visto — la pequeña se había movido de la misma forma que lo hacía el pequeño y tosco.

La chica no lo entendía muy bien, pero supuso que a estos pequeños probablemente sólo les gustaba acariciar espadas. Tenía que ser por eso que el negro y el ruidoso les dejaban hacerlo.

Así que, siendo la más fuerte y la más lista del grupo, a Garbage no le importó hacerles el favor a los pequeños de dejarles pasar las manos por su espada.

“¡Arf!”

“Ya está, tócala”, pareció decir mientras lanzaba el arma hacia Orlaya. La rhea la aceptó de mala gana.

“¿Tienes dinero?”

Garbage no dijo nada.

“¿Dinero...? Oh olvídalo. Me siento estúpida con solo decir eso.”

Mientras murmuraba, Orlaya sintió que sus preocupaciones se esfumaban.

Lo que sea. Sólo haré ésta. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que pudo decir eso? Sin embargo, en este momento, ella fue capaz de pensar: Oh, bien, y la identificación para ella no es gran cosa.

Orlaya sonrió un poco ante este capricho suyo. “No te enfades si no es lo que esperabas...” Soltó unas palabras que sonaban a excusa. Ni siquiera estaba segura de que Garbage pudiera entenderlas.

Entonces, Orlaya tocó la espada.

Sí, esta arma era una espada. ¿Para quién había sido forjada y cómo la había blandido? En cualquier caso, una espada encontrada en la mazmorra, por muy magistral que fuera su artesanía, no era más que “una espada”. Un arma sólo recibía un nombre si había algo más... vagamente legendario con lo que estuviera relacionada. Como la Espada de Rebanar, Espada Cortante, Were Slayer, Mage Masher...

La espada de diamante, Hrathnir.

Era como algo salido de un sueño. Recordaba ese nombre por primera vez en mucho tiempo. Esa espada era un tesoro — una hoja envuelta en un vacío que cortaba todo y cualquier cosa. Siempre había pensado que si había algo parecido, estaría aquí abajo, en la mazmorra. Y sin embargo...

Al cabo de un rato, los pensamientos de Orlaya volvieron a surgir del abismo de su mente. Sus ojos se abrieron con sorpresa.

En sus manos había una espada que giraba con un ruido zumbante mientras destrozaba a los enemigos de su portadora. Una extraña espada hecha para matar.

“¡Esto es un Cusinart...!”

“¡¿Eek?!”

La reacción fue dramática. En cuanto Garbage oyó el nombre, tiró la espada a un lado y saltó hacia atrás. Soltó un gruñido grave, como si estuviera mirando a la bestia del apocalipsis.

Orlaya quedó desconcertada por esta increíble reacción exagerada. “¿Qué? ¿No lo quieres?

“¡Guau!”

“Está bien, lo aceptaré entonces.”

“¡Rarf!”

Orlaya no pudo evitar sonreír. ¿Cuándo había ocurrido eso por última vez? Había sonreído tan inconscientemente que no se había dado cuenta de que lo estaba haciendo.

Pero la sonrisa se desvaneció rápidamente. Se oían ruidosos pasos que se acercaban.

Garbage fue la primera en darse cuenta — levantó la cabeza. Orlaya soltó un gemido bajo.

“Sal por atrás.”

Yap.”

“¡Me causará problemas si estás aquí!”

No es que las palabras de Orlaya llegaran a Garbage. Pero la chica no se resistió mientras Orlaya la empujaba detrás de un trapo en la parte trasera que servía de cortina. La obediencia de Garbage fue la única razón por la que llegó a tiempo.

Hola, Orlaya. ¿Cómo van las ganancias de hoy?

Goerz apareció con una sonrisa salvaje. No le importó cómo respondiera Orlaya. Simplemente le dio la vuelta al recipiente y se sirvió el dinero. Orlaya sólo podía esperar que sus escasas ganancias por la identificación fueran suficientes para apaciguarlo.

Entonces, los ojos de Goerz se posaron en la espada que Orlaya aún tenía en el regazo.

“¿Qué estás haciendo con algo tan lindo?”

Antes de que ella pudiera quejarse, él ya le había arrebatado la magistral espada. Ella tenía la cabeza inclinada, pero su mirada se disparó hacia arriba, siguiéndola. Dejó escapar un gemido.

“Ah...”

“¿Qué?”

Él la fulminó con la mirada. Orlaya se incorporó y ajustó la postura.

“No es nada.”

“Está bien.”

Goerz se quitó despreocupadamente la Espada Cortante de la espalda y luego la tiró a un lado. Dio a la Espada Cusinart un golpe de prueba. En el momento en que sus manos rocosas agarraron la empuñadura, la espada forjada por un maestro herrero emitió un sonido parecido a un grito agudo mientras cortaba el aire.

La extraña hoja giraba, preparada para rebanar y trocear a los oponentes con los que aún tenía que enfrentar.

Goerz mostró una sonrisa dentada, como un tiburón.

Bonito. Me gusta...

Con movimientos que parecían fuera de lugar —casi mágicos, para alguien de su complexión—, Goerz guardó el Cusinart en la espalda.

Orlaya mantuvo la cabeza gacha todo el tiempo, como esperando a que pasara la tormenta. Pero ella sabía que no terminaría tan fácilmente.

“Eso de lo que estábamos hablando está todo solucionado. Vienes, ¿verdad?

No dijo “ven con nosotros” ni “acompáñanos”. No era una orden, sino una petición. Como si le estuviera pidiendo un favor. Sabiendo que ella no podía negarse, Goerz siempre lo expresaba así. Lo hacía para convencerla de que le obedecía por su propia voluntad.

Y así, esta vez también, Orlaya inclinó la cabeza por propia voluntad. Tras una larga pausa, dijo: “Sí, por supuesto que lo haré.”

“Buena niña. ¡Vamos entonces!”

Dicho esto, Goerz salió de su destartalado negocio con la misma libertad con la que había entrado. Ni siquiera miró hacia atrás.

Nunca dudó de que ella le seguiría. No era confianza. Era confianza en que él era su dueño.

Orlaya se levantó lentamente, con su cuerpo carcomido por la maldición que le dolía horriblemente. Finalmente, miró hacia atrás —hacia la cortina del fondo— y se alejó arrastrando los pies.

Lo único que quedó atrás fue la Espada de Rebanar abandonada y...

“Grrrr...”

Garbage parecido a un perro.

La chica corrió hacia la espada que estaba en el suelo y la recogió. Después de examinarla cuidadosamente, le dio un golpe casual. Siguió con un bufido de insatisfacción.

“Bueno, servirá”, pareció decir Garbage. Se echó la espada al hombro y se dirigió directamente a casa.

Cuando el ruidoso estuvo fuera el otro día, no habían traído nada de vuelta. No estaba claro si Garbage pensaba que debía dar mejor ejemplo. Sin embargo, una vez que vio la espada con la que había regresado, los ojos de Raraja se abrieron de sorpresa.

Más tarde siguió su rastro, buscando en la concurrida sección del primer piso durante tres días. Pero cuando llegó a la miserable casucha de Orlaya, el lugar ya tenía un nuevo residente que miró a Raraja sorprendido.

Orlaya no había sido vista allí desde entonces.

§§§

Ella tenía un mal presentimiento sobre esto, pero eso no era nada nuevo. Así que, sí, probablemente no iría tan mal...

Orlaya pensaba eso cada vez que caminaban por la mazmorra. Hoy no era diferente.

Goerz estaba al frente. Dos aventureros, cuyos nombres desconocía, flanqueaban a Orlaya a ambos lados. En grupo, avanzaban por las salas subterráneas.

Dando vueltas y más vueltas. Mirara donde mirara, el terreno, las paredes y el suelo eran todos iguales. Podían estar hechos de líneas blancas sobre negro.

Cada vez que se daba cuenta de eso, Orlaya se advertía a sí misma: “Esa es una forma peligrosa de pensar”, y cerraba los ojos con fuerza. Y cuando volvía a abrirlos, la mazmorra aparecía una vez más, sin cambiar nunca.

Así supo que todavía estaba bien todavía cuerda.

“Hola, hola, qué bueno que hayas venido.”

La repentina voz hizo que Goerz se detuviera.

En la oscuridad, delante de él, estaba el sacerdote no identificado. Como siempre, llevaba el mismo amuleto en forma de fragmento colgado del cuello... y sonreía.

Quizá fue un poco tarde para darse cuenta, pero Orlaya se dio cuenta de que el diseño de su túnica era de colmillos. Un Sacerdote del Colmillo.

Hey”, dijo Goerz . “Parecía que se podía ganar dinero.”

Sí. Puedo garantizarte que encontrarás ganancias aquí, en este mundo material. Ahora, vengan por aquí...

Habiendo hablado, el sacerdote los condujo a un abismo de oscuridad tan profundo que no podían ver ni un centímetro más adelante.

¿Fue Orlaya quien tragó saliva? ¿O uno de los otros? No fue Goerz. Eso era seguro.

“Muy bien, vamos.”

Él siguió al sacerdote sin vacilar, adentrándose en la oscuridad como si nada temiera, y desapareció de la vista.

Los pies de Orlaya no se movieron. Temblaba, encogida, y era incapaz de dar un solo paso hacia delante.

“Ah...” Un débil gemido escapó de su garganta. Una lengua chasqueó detrás de ella. “¡¿Augh?!”

Un dolor sordo empujó su frágil cuerpo hacia la oscuridad.

Antes de que tuviera tiempo de darse cuenta de que la habían golpeado con la empuñadura de una espada o algo similar, una mano le agarró el delgado brazo. El dolor era tan intenso que pensó que se le romperían los huesos. Lanzó un grito ahogado.

“No podemos hacer esto si no vienes.”

“¿Qué …?”

El que había tirado de ella a través de la oscuridad era Goerz.

Aún confundida, Orlaya miró a su alrededor con su único ojo. Estaban de vuelta en la mazmorra, pero...

¿Una pequeña... sala?

Sí, una pequeña sala. Era una pequeña y estrecha cámara funeraria con un par de puertas dobles. Mientras Orlaya miraba confusa a su alrededor, los demás aventureros se agolpaban dentro con ellos.

Ella miró en todas direcciones y —aunque no fuera intencionadamente— buscó una vía de escape. Pero Goerz la sujetaba firmemente del brazo. En algún momento, el Sacerdote del Colmillo se había colocado frente a las puertas.

“Puedes pensar en este lugar como algo parecido a un altar que conecta la tierra firme con los cielos…”

“Basta de charla”, ladró Goerz. “Ponte a ello de una vez.”

Sí. Desde luego, lo haré. Ahora, si me disculpas...

El Sacerdote del Colmillo accionó rápidamente varios paneles que estaban empotrados en la pared de la diminuta habitación. En cuanto lo hizo, toda la habitación tembló.

Orlaya soltó un pequeño grito.

Tenía una sensación flotante — como si estuviera cayendo. ¿Estaban cayendo? No tenía libertad para tropezar, agacharse o agarrarse a algo.

El agarre parecido a un visor que tenía en el brazo casi la elevó en el aire.

Orlaya tuvo un recuerdo de una ejecución a la que había asistido cuando era más joven. La habían montado en el bar y la habían anunciado como un espectáculo interesante. El criminal había subido a una plataforma y ella había visto cómo se desplomaba.

Él se había precipitado, pero la soga que tenía alrededor del cuello lo había atrapado, quitándole la vida.

Por alguna razón, el criminal de sus recuerdos llevaba su cara — la que tenía antes de convertirse en tasadora...

«Whoosh, thump.»

Aquella escena se negaba a abandonar su mente mientras viajaba en el ascensor que descendía hacia lo desconocido.


Gracias por leer: Blade & Bastard Vol. 3 capítulo 3, y si encuentras algún error en la traducción, reportar en comentarios.

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