Blade & Bastard Vol. 1, Capítulo 2

Blade & Bastard novela ligera español Volumen 1, Capítulo 2.
Raruk Berg

Blade & Bastard volume 1 novela ligera
Blade & Bastard vol. 1 novela ligera
Traducción jpn-ing: J-Noxx xxxx
Traducción ing-esp: Raruk Berg
Correción: Raruk Berg
Info! Esta traducción es una versión revisada y corregida: versión 2.0.

Blade & Bastard 1: Warm ash, Dusky Dungeon

Capítulo 2: Raraja

Overlord volumen 1 capítulo 2

El silbido del viento sonó como una sentencia de muerte. Bajo un cielo gris plomizo, el viento se extinguió al chocar contra las imponentes murallas que surgían en el páramo.

Aquí, se erguía una sola ciudad. Muros de piedra — edificios de mampostería.

La ciudad alguna vez fue sólo un pueblo, aunque su nombre de entonces se había olvidado hacía tiempo. Hoy en día, si uno mencionaba la ciudad de la mazmorra, todo el mundo entendía que se refería a este lugar.

Scale — así se llamaba la ciudad.

Se erguía como una enorme ciudad fortaleza en medio del vasto páramo, rodeada de tierra rojiza y espesas extensiones de hierba. Scale podría haber parecido casi como una especie de serie de marcadores de tumba.

Sin embargo, por dentro era diferente.

Las luces nunca se apagaban, ya fuera de día o de noche. Era una ciudad que nunca dormía.

Esta ciudad insomne estaba repleta de una asombrosa cantidad de riquezas. La fuente inagotable de la generosa mazmorra incluía joyas, oro, ítems mágicos... Una montaña de tesoros. La venta de un solo ítem en cualquier parte del mundo era suficiente para vivir de por vida.

Y así, los aventureros se reunían —sin importarles los riesgos que corrían sus propias vidas— para buscar esa fortuna. Llevaron los bienes que les satisfacían de regreso a Scale, inundándola con la fortuna de la mazmorra.

A medida que Scale se iba llenando de decadencia y prosperidad, las murallas de la ciudad se iban deteriorando. Al fin y al cabo, nadie pensaba en otra cosa que no fuera la mazmorra y su propio avance. Las antaño hermosas murallas, eran ahora poco más que montículos de piedra de cantera. En su estado actual, no servirían de nada frente a los monstruos que salían de la mazmorra.

Además, si alguien abriera algunos agujeros en estos muros, incluso podría sacar en secreto algunos bienes dentro de ellos para vender...

El área adyacente al lugar donde los habitantes derribaron sus propios muros, era la parte más oscura, fría y sombría de la ciudad.

Un solo joven caminó con dificultad en esta oscuridad.

Su rostro — hinchado negruzco y azulado. Sus ojos — siempre atentos a lo que le rodea. Su cuerpo — pequeño y desnutrido, como el de una rata.

De vez en cuando, oía a alguien reír. Se trataba de los aventureros de la calle principal, sin duda divirtiéndose en la taberna.

El joven miró en esa dirección, luego chasqueó la lengua con desdicha y se acuclilló junto a la pared. Examinando la superficie, que ya estaba suelta debido a todas las piedras que le habían quitado, encontró la piedra específica que buscaba y la alcanzó.

Esta piedra, que había sido introducida en una grieta para que pareciera que encajaba allí, se soltó con facilidad. Su función de tapadera había terminado. El joven metió vacilante la mano en el agujero oculto. Con sólo sus dedos, palpó el objeto que había dentro y lo sacó.

Lo que el joven había cogido para sí, con una expresión de desesperación en el rostro, era una bolsita sucia. Lentamente, tiró de los cordones y comprobó el contenido.

Una moneda de oro. Eso era todo lo que contenía.

El joven se quedó mirando distraídamente la moneda. Luego, sonriendo un momento, la apretó.

Tras volver a colocar la piedra en la pared de una patada, se marchó sin mirar atrás.

A pesar de que no tenía a donde ir...

§§§

“¡¿Yap?! ¡¿Yap?!”

Garbage chilló con una voz increíblemente aguda, retorciéndose como si tratara de escapar de algún tipo de tortura. Sin embargo, en este mundo había oponentes aterradores, que nunca dejaban escapar a sus víctimas una vez capturadas.

“¡Sé que eres una aventurera, pero necesitas asearte un poco!”

La primera entre esos oponentes era la Hermana Ainikki, con sus delgados brazos, su lavabo, su esponja y jabón.

“¡¿¡¿¡¿Yelp?!?!?!”

“¡No!”, reprendió ella. “¡Nunca sabes de qué forma vas a morir, así que tienes que asearte mientras sigas con vida!”

El campo de batalla de Aine y Garbage estaba situado en la parte trasera del templo, dentro de una bañera llena de agua.

Garbage chapoteaba y se retorcía de agonía, mostrando las costillas en su escuálido cuerpo. La chica estaba demacrada y se comportaba como un perro salvaje, pero después de fregarlo lo suficiente... apareció piel blanca de debajo de toda esa mugre. Y, una vez eliminado el aceite y la arenilla, aquel cabello rizado recuperaría la esponjosidad que siempre debió tener.

El tosco collar de hierro parecía ahora fuera de lugar en el delicado cuerpo de la niña vagabunda.

“¡¿Por qué esta chica tiene tanta sangre impregnada...?!”

La espuma jabonosa blanca y pura que llenaba la bañera, era un testimonio del duro trabajo de Aine. Había tenido que cambiar el agua muchas veces para que la espuma dejara de parecer aguas residuales oscuras.

Iarumas, que había estado de pie junto a la pared del templo observando el proceso con desinterés, le respondió. “A veces el niño se va por ahí y vuelve con ese aspecto.”

“¡Si la estás cuidando, entonces al menos ocúpate de ella!”

Blade and Bastard Garbaje

“No soy, y no lo hago. El niño simplemente me sigue.” Iarumas hizo todo lo posible por explicarse, mientras dejaba que el sermón de la devota elfa le entrara por un oído y le saliera por el otro.

Pero, al parecer, esto no era lo que la bondadosa hermana quería oír. “¡De verdad, contigo!”, exclamó ella.

Garbage lanzó a Iarumas una mirada que decía: “¡No te quedes ahí mirando! ¡Ayúdame!”.

Pero como Iarumas ya había negado ser el cuidador de Garbage, pensó que probablemente debería mantenerse al margen.

Espera...

“¿Garbage es una chica?”

“¡Dios, no tienes remedio!”

“¡¿Yap?!”

§§§

Cuando todo terminó, los tres se dirigieron a la capilla. Garbage estaba sumida en una especie de estupor — la chica miraba al vacío como si su alma se hubiera desprendido de su cuerpo.

En contraste, Aine, que había hecho que Garbage se pusiera ropa interior limpia después de que ésta terminara con el baño, estaba de buen humor. Estaba secando el cabello de la chica con una toalla.

Bajo la luz del sol que entraba en la capilla, la monja estaba más hermosa que nunca. Además, era la primera vez que Iarumas había visto a Aine sonreír tan ampliamente.

“¿Tan satisfecha estás?”, murmuró él.

“¡Quien bien vive, bien muere!”, declaró la Hermana Ainikki con una sonrisa.

¿Es así como funciona?, se preguntó Iarumas. La muerte era la muerte. Nada más que un desenlace.

Pero cada persona la asumía de una forma diferente.

Si la Hermana Aine hubiera sido capaz de sobreponerse a la ineludible realidad con la que todo el mundo debe convivir, entonces él podría decir que era digna de respeto.

“¡¿Arf...?!”

“Oh, cielos.”

De repente, Garbage volvió a sus sentidos, saliendo disparada de la manta que la envolvía y corriendo lejos del largo banco.

Ella —sí, ella— salió corriendo como un conejo asustado, gruñendo mientras cogía sus harapos habituales. Aine e Iarumas la observaron mientras se escondía en un rincón del templo. Aine con una sonrisa, e Iarumas con la mirada vacía — ésa era la única diferencia.

“Entonces, ¿decías que tu próxima exploración será más prolongada?”, preguntó Aine.

“Bueno, no espero volver hasta dentro de unos días”, dijo Iarumas, palmeando la gran bolsa que estaba junto al largo banco.

Aunque él le había dicho que serían sólo unos días, eso era según su experiencia subjetiva del tiempo dentro de la mazmorra. Iarumas no sabía cuánto tiempo podría pasar, objetivamente, en el exterior. En cualquier caso, llevar más provisiones de las que esperaba necesitar era una costumbre para él — medía la duración de su exploración no por el tiempo subjetivo, sino por la cantidad que consumía.

“Estoy planeando explorar a un nivel un poco más profundo.”

¿Por qué? Porque Iarumas era un aventurero. Observar su forma de comportarse explicaba muchas cosas.

Aine le dirigió una mirada entrecerrada con desdén. Primero, arrastraba a una chica con ese aspecto mugriento... y ahora, esto.

“¿Vas sin más acompañantes?”

“Podría haber invitado a Sezmar si estuviera por aquí”, respondió Iarumas.

Sí, si él estuviera por aquí. Y aunque estuviera, no había garantía alguna que hubiera aceptado.

El grupo del caballero Sezmar no estaba en la taberna. O estaban en una aventura, o habían sido aniquilados. Como a nadie le importaba lo suficiente como para estar al tanto de lo que hacían los demás, no había forma de saberlo con certeza.

El único pensamiento de Iarumas al respecto fue que, si los habían matado, no le molestaría recuperar los cuerpos.

La Hermana Ainikki dejó escapar un profundo suspiro. “No tienes amigos, ¿huh?”

“Déjame en paz.”

Ese fue el final de su conversación.

El templo no tenía escasez de visitantes. Por mucho que criticaran a los sacerdotes por su actitud hipócrita, la muerte y las cenizas siempre formaron parte del estilo de vida de los aventureros. Algunos llegaban cargando los cuerpos de sus compañeros caídos, mientras que otros se revolcaban en el dolor. Gente que se regocija — gente que monta en furia.

“A veces”, musitó Aine para sí, mirando a todos los aventureros, “hay que saber cuándo rendirse.” Los ojos de la elfa —que seguían siendo hermosos, incluso si su esperanza de vida no era mayor que la de un humano— se centraron en Iarumas. “Aunque fueras capaz de encontrar el cadáver de alguien que te conozca, puede que no tenga sentido.”

“¿Eso es una advertencia?” Iarumas sonrió levemente. “Qué raro.”

“Soy una sacerdotisa, después de todo”, replicó la Hermana Ainikki, entrecerrando los ojos. “Si tienes en cuenta el tiempo que tardaste en resucitar, estás entrado en años. No lo olvides.”

El tiempo transcurría por igual para todos, incluso para los muertos.

Iarumas se encogió de hombros sin decir una sola palabra. Ni siquiera quería pensar en la edad que debía de tener. Mientras no muriera de vejez, poco importaba.

“Lanzaste una moneda al aire y salió cara. Quizá también salga cara la próxima vez.” Aine dejó escapar un suspiro. Exasperación. Resignación. Preocupación. Podría haber sido cualquiera de ellos. “¿Cuántas veces seguidas crees que saldrá cara?”, preguntó ella. “¿Y qué piensas hacer si alguna de ellas sale cruz?”

“Cuando llegue ese momento”, respondió Iarumas, “entonces el siguiente aventurero se encargará de ello.”

Antes que la Hermana Ainikki pudiera decir algo más, Iarumas se levantó de su asiento. Garbage levantó la cabeza y se puso en pie de un salto para perseguirlo. Iarumas ni siquiera le dirigió una mirada a la chica. Sus botas raspaban el suelo mientras caminaba, adelante y hacia adelante.

Garbage siguió a Iarumas, aunque no movía la cola precisamente, y ambos salieron del templo.

La Hermana Ainikki los miró irse con resignación. “Te deseo una buena vida... y una buena muerte.”

Si él viviera una vida acorde con los deseos del Dios que le dejaría morir, no podría haber mayor felicidad. Ojalá todos los aventureros, y todas las personas vivas, pudieran experimentar una vida así.

Cuando terminó de rezar por los dos, Aine se levantó. Palmeando el dobladillo de su hábito, de repente tuvo un pensamiento.

“Sabes, he visto la cara de esa chica en alguna parte antes...”

Bueno, no le serviría de nada pensar en ello. Muchos aventureros visitaban el templo. Podría haber sido un pariente o sólo un parecido fortuito. Cualquiera sea el caso...

Por lo que veo, empacó lo suficiente como para dos.

Sólo ese hecho, bastó para poner de buen humor a la Hermana Ainikki.

§§§

Con la cara todavía hinchada, Raraja masticaba miserablemente una hogaza de pan negro duro.

Era lo más barato del menú de la taberna, incluso peor que las gachas, pero también era lo único que había comido en días.

Con su única moneda de oro, sólo había conseguido una hogaza de pan negro.

“¡Maldita sea todo...!” Raraja devoró su pan en un rincón de la taberna, gimiendo por el dolor en las comisuras de los labios. Cada vez que abría o cerraba los labios para comer, la boca le escocía terriblemente. Aun así, tenía que comer. Comer o morir.

Este muchacho hambriento, era el ladrón que había atacado a Iarumas días antes.

Tras la pérdida de su grupo, Raraja había escapado de la mazmorra. Solo, había vuelto corriendo a su clan. Después de todo, no tenía a donde ir, y si no hubiera regresado, lo habrían matado. Pero, incluso volviendo, estaba bastante seguro de que acabarían con él de todos modos.

Raraja era exactamente el niño que aparentaba. Sólo un joven humano imprudente — eso es todo lo que era. De todos modos, tanto el enano de la aldea como el chico maravilla con un don para la espada serían tratados de la misma manera dentro de la mazmorra.

Este chico había huido de su propia aldea y había terminado en una situación no muy diferente a la de Garbage. Y ahora, como no había conseguido traerla de vuelta, sólo podía pasar una cosa: que le despojaran de todo lo que tenía detrás de la taberna para luego matarlo... como otros tantos aventureros sin nombre que recién iniciaban.

El conflicto entre aventureros estaba prohibido en la ciudad. Sin embargo, si no había ninguna pelea, entonces no había ningún problema. Y si alguien nunca se había adentrado en la mazmorra, desde luego no habría pelea. Los aventureros podían hacer como si su víctima nunca hubiera existido.

Pero la forma en que decidieron tratar a Raraja fue diferente. Le habían golpeado la cara hasta dejarlo de un color negruzco-azul, y luego le habían dejado ir expulsándolo del clan. No fue porque tuviera suerte, ni por su nivel, ni nada por el estilo. No, había sido porque Raraja no tenía ni una moneda a su nombre, así que no ganarían nada matándolo.

“¡Maldita sea...! ¡Maldita sea...!”

Le tomó un día entero recuperar su moneda escondida, y varios días vigilando cuidadosamente, en caso que sus antiguos compañeros de clan lo atacaran de nuevo.

Aunque, una vez en la taberna, nadie iba a fijarse en otro sórdido aventurero devorando una hogaza de pan. E incluso si lo hacían, Raraja probablemente no tenía nada que temer... considerando que no tenía idea de lo que iba a hacer una vez que terminara de comer el pan que había comprado con su última moneda.

¿Qué puedo hacer?

Sus compañeros... estaban muertos.

No eran miembros del clan, sólo personas a las que el clan había utilizado como perros, pero aun así él había estado trabajando con ellos. Afortunadamente, aquí en esta ciudad, era posible resucitarlos. En cualquier otro lugar, se habría necesitado un verdadero milagro de Dios.

Pero... Raraja sólo podía resucitarlos si pudiera pagar el diezmo.

El clan no iba a pagar por ello. Podían usar a esos tipos como si fueran desechables porque ellos no tenían que plantearse pagar para resucitarlos.

Como Raraja era el único sobreviviente, tendría que encontrar el dinero por su cuenta. Pero... ¿cómo?

Ciertamente, para gente como él y sus colaboradores, que no habían vivido ninguna vida de la que valiera la pena hablar, el coste de la resurrección era bajo. Pero una vez que sumabas el valor de cinco personas, ya no era tan barato.

Raraja no podía permitirse el verdadero milagro de la resurrección de muertos.

¿Cómo podía ganar dinero siendo un ladrón solitario? No podía matar monstruos por sí mismo — lo que significaba que no habría cofres de tesoros para él. Estaba más o menos seguro que moriría en su primer o segundo viaje a la mazmorra. Y si de alguna manera tuviera suerte, ¿había alguna garantía de que la resurrección funcionara?

No, no la había.

Pero lo más importante, había una cosa que enfurecía a Raraja más que cualquier otra cosa.

“¡Maldita sea...!”

Él sabía que tenía que salir y ganar dinero... así que, ¿qué estaba haciendo aquí, comiendo y bebiendo? Esa era la parte de su situación que lo hacía sentir peor.

A Raraja no le quedaba mucho tiempo. Tampoco le quedaba dinero. Todo lo que podía hacer era comer el pan negro que tenía delante, pero una vez que lo hiciera, su tiempo se terminaría. En ese momento, tendría que entrar en la mazmorra.

La idea de salir de Scale nunca se le había ocurrido — por eso Raraja se sentía desesperado. Y mientras cogía su último pedazo de pan, estaba a medio camino de ceder por completo a esa desesperación.

“Tú, joven”, dijo una voz de repente, deteniendo a Raraja en seco. “¿Me concedes un momento de tu tiempo?”

“¿Hah...?” Raraja no tenía intención de detenerse. No lo había intentado. Pero había una dulzura en esa voz que lo obligó. Tenía un poder misterioso — una presión. Por eso, era más preciso decir que Raraja fue obligado a detenerse, y no que lo hizo por su propia voluntad.

“Parece que te encuentras en una situación bastante desesperada. Si no te importa, creo que podría serte de ayuda.”

Raraja dirigió una mirada sospechosa hacia la voz. Provenía de un hombre terriblemente bien cuidado que vestía una túnica. ¿Un mago? Pensó Raraja. La mayoría de los tipos que usaban túnicas eran magos. O eso, o sacerdotes. O bien un obispo que había dominado las artes de ambos.

De todos modos, no había esperado que un tipo como ese empezara a blandir una espada y le cortara la cabeza a su amigo.

“Oh, verás, yo mismo luché en mis días de juventud. No podía soportar simplemente ver sufrir a un joven tan prometedor.”

Antes que Raraja pudiera decir algo, el hombre se sentó a su lado. El ladrón iba a protestar, pero el hombre ya le había puesto delante un cuenco de estofado.

Del cuenco salía un vapor blanco. Con él, un aroma fragante. Raraja tragó saliva.

“Considéralo una muestra por habernos conocido. Tu cuerpo es tu mayor activo, lo sabes. Así que, por favor, come.”

“B-bien...”

Este hombre era cuestionable, sospechoso. Estas palabras pasaron por la mente de Raraja, y tan pronto como aparecieron, desaparecieron misteriosamente.

El sentido de peligro de Raraja hormigueaba, pero su corazón se negaba a obedecerlo.

Antes de darse cuenta, había tomado la cuchara en la mano, y el utensilio llevaba estofado a su boca. Carne de conejo. El sabor de la grasa se extendió por su paladar.

Delicioso...

Es delicioso.

En cuanto pensó eso, sus manos se movieron. Se metió la comida en la boca como un poseso. Sentía el vientre caliente. Delicioso.

“A decir verdad, tengo que pedirte un favor— un trabajo que me gustaría que hicieras tú.”

Las palabras del hombre ya no llegaron a los oídos de Raraja.

Un trabajo. Dinero. Raraja podría ayudar a sus compañeros. Un trabajo fácil. Y le permitiría resolver su resentimiento.

Ya no podía sospechar de este hombre ni desconfiar de él, y sólo recordaba una cosa del intercambio:

“Usarás esta piedra, como ves...”

Mientras el hombre sacaba la piedra de su bolsillo, Raraja notó algo colgando del cuello de su nuevo empleador. Un extraño amuleto...

No.

Un fragmento roto de algo...

§§§

“¿Por qué te abalanzas sobre los monstruos en cuanto los ves?”

“¿Arf?” Garbage ladeó la cabeza como si no supiera de qué estaba hablando. Estaba cubierta de sangre de pies a cabeza.

Los dos estaban dentro de una cámara funeraria en el interior de la mazmorra. Iarumas se masajeó la frente. Los cadáveres se amontonaban. La cámara estaba plagada de restos de monstruos a los que habían cortado los órganos vitales, junto con vísceras y charcos de sangre.

Y en medio de la miserable escena había aparecido, en algún momento, un cofre de tesoros manchado de un icor oscuro.

La chica le miró como un perrito que acabara de recoger una pelota. Era casi como si dijera: “Aquí está”.

“¡Guau!” Su ladrido sonó algo orgulloso.

Iarumas abrió la boca para responderle, pero volvió a cerrarla sin pronunciar ni una palabra.

Realmente no puedo culparla...

Hasta ahora, todo lo que alguien había querido de ella era que matara a los monstruos y consiguiera el cofre de tesoros. Cortar y tajar. Era una respuesta a la pregunta de cómo ser un aventurero. Pero no era la que Iarumas estaba buscando.

Mientras Garbage correteaba hacia él, Iarumas le echó un vistazo. Sin dudarlo, se arrodilló en el suelo ensangrentado para mirar directamente a esos ojos aterradoramente claros que estaban ocultos en lo más profundo de su capa.

“Esta vez, nuestra prioridad es seguir avanzando.”

“Ignora el tesoro y los monstruos.”

Ella se quedó en silencio.

“¿Lo entiendes?”

“¡Arf!”

Pero, ¿será verdad?

Suspirando por el enérgico ladrido que había soltado, Iarumas se puso de pie.

Garbage ya estaba trotando hacia la puerta que daba al pasillo. Ella se volteó para mirarlo y ladró: “¡Ruff!”

Iarumas se echó la pesada bolsa al hombro y la siguió. Entonces, de repente, Garbage pateó la puerta.

“¡Arf!”

Esto... era más o menos indicativo de cómo seguían siendo las cosas. Para Iarumas, la exploración era algo que normalmente hacía a un ritmo casi de tortuga. Incluso en los caminos que conocía bien, por los que había recorrido decenas, quizá cientos de veces, siempre comprobaba las cosas minuciosamente a medida que avanzaba.

Esto fue para evitar encontrarse con monstruos. Para evitar caer en las trampas. Para no perderse. Nunca entraría a la fuerza en una cámara funeraria, masacraría todo lo que hubiera dentro y luego se apoderaría del tesoro.

Sin embargo, el habitual ritmo lento de Iarumas era algo que Garbage probablemente nunca sería capaz de tolerar. Para sobrevivir, ella mataba con la misma naturalidad con la que respiraba, y luego recogía cofres de tesoros.

Ésa era la clase de criatura —la clase de aventurera— que era.

Iarumas jugueteó con la Moneda Rastrera mientras seguía a Garbage.

No está tan mal.

Iarumas no odiaba explorar de esta manera. Nunca había intentado hacer las cosas de esta manera sencillamente porque no habría podido hacerlo solo — eso habría sido imposible.

Así que, si era posible hacerlo en este momento, Iarumas no tenía ninguna objeción.

“Hrm...”

Pero...

Otro quejido.

Una vez que Iarumas entró en el siguiente corredor, Garbage se encontraba sentada en el suelo. Se le ocurrían varias posibles razones para eso.

“¿Estás herida?”

No hubo respuesta. No había cadáveres de monstruos, y el olor de la sangre no persistía en el aire. Sin embargo, en la mazmorra había monstruos inorgánicos, por lo que no descartaba esa posibilidad.

“¿Veneno, parálisis o petrificación?”

De nuevo, sin respuesta. Aunque, cada una de esas eran horribles dolencias que le habrían quitado la capacidad de hablar.

Un largo silencio pasó entre los dos, entonces...

“¿Hambre... o agotamiento?”

“¡Yap!”

Parecía que las dos cosas — sólo había una manera de responder.

“De acuerdo.” Iarumas dejó inmediatamente su pesada mochila. Esto no era ninguna broma. No era nada por lo que exasperarse o enfadarse. Independientemente de cuánta resistencia visible (HP) le quedara a alguien, el agotamiento y el hambre acechaban a los aventureros como sombras. Estas dolencias estaban siempre presentes, nunca se iban, a veces aterradoras y listas para engullirlos si se las ignoraba.

Lo impresionante de los grandes sabios de antaño era que habían aprendido a aceptar sus propias sombras. Aunque, dicho esto, Iarumas tenía poco interés en tales anécdotas. Sólo quería hacer lo que debía como aventurero mientras estaba de aventuras.

Al parecer, ésta no era sólo su primera exploración prolongada en mucho tiempo — también era la de Garbage.

Piénsalo. La gente que la había mantenido encadenada como escudo de carne probablemente se había dado por satisfecha con tal de asegurarse el botín del día. Si hubieran entrado en las cámaras funerarias, habría sido sólo uno de ellos, tal vez dos. Nunca habrían seguido avanzando de una cámara a otra así sin descanso.

En resumen...

Supongo que nos dejamos llevar. Tanto Iarumas como la chica.

Ese pensamiento hizo que las comisuras de la boca de Iarumas se torcieran ligeramente. Adentrarse en la mazmorra era realmente divertido.

“Muy bien, montemos el campamento.”

“¡Arf!” La respuesta de la muchacha fue ligera, alegre y sin una pizca de agotamiento aparente. Observó atentamente cómo Iarumas sacaba una botellita de su bolsa.

Me pregunto...

“¿Es la primera vez que ves esto?”

“Yap.”

Aparentemente, sí.

Sin embargo, una vez que él sacó el tapón de la botella, ella dejó de mover la nariz y miró hacia otro lado. Su aroma no era gran cosa, después de todo — sólo era agua.

Iarumas ni siquiera se encogió de hombros. Simplemente se concentró en sus propias manos mientras comenzaba a verter el agua en el suelo.

Era agua bendita, bendecida en el templo. Era imprescindible para los aventureros — es decir, para los aventureros que venían a esta mazmorra. El agua bendita podía usarse para dibujar un círculo mágico, una barrera que ayudaría a proteger a los que estuvieran dentro de algunas amenazas externas.

Acampar, acostarse para pasar la noche, tomarse un descanso — daba igual cómo se llamara. Si ibas a descansar en la mazmorra, el agua bendita era una necesidad. Puede que no hiciera nada contra los guardianes de las cámaras funerarias, pero mantendría alejados a los monstruos errantes.

Sobre todo, a Iarumas le gustaba el proceso de dibujar cuidadosamente un círculo en el suelo con agua. Antes de poder descansar, también debían examinar el suelo a su alrededor. Le gustaba que este reconocimiento estuviera integrado en el procedimiento del agua bendita. Si sobrevivían a una trampa, era muy posible que volvieran a activarla.

Ese tipo de cosas no ocurrían porque un aventurero fuera estúpido o desatento. Errar era humano. La gente cometía errores. Nadie era perfecto. Iarumas tenía que actuar asumiendo que se cometerían errores, y precisamente por eso estaba siendo precavido y dibujando este círculo mágico con agua bendita.

Comprobar el suelo garantizaba su seguridad, el proceso de verter el agua bendita le ayudaba a tranquilizarse, y tomarse un descanso le daría tranquilidad.

Sí, la gente comete errores.

Garbage volvió a quejarse, sintiendo demasiada hambre y cansancio. Iarumas había bajado un poco la guardia. Esto era un corredor, así que aquí no había guardianes. Y en cuanto a encontrarse con monstruos errantes, no oyó ningún paso.

Y por eso—

“¡Hrm...!” Iarumas gruñó. La cabeza de Garbage se levantó de golpe.

—tardaron un momento en reaccionar ante la sombra que salió disparada de la oscuridad de la mazmorra.

Por desgracia, un instante fue todo lo que necesitó esa sombra.

La forma oscura corrió silenciosamente por el suelo de piedra, pisó el círculo de agua bendita y sacó una piedra de su bolsillo. Iarumas reconoció el hechizo que danzaba en el pergamino que la sombra desplegaba. Sus ojos se abrieron de par en par.

“¡Idiota, eso es...!”

¿Peligroso, tal vez? ¿Era eso lo que había intentado decir?

Ya no había forma de saberlo — poco importaba.

Una luz cegadora brotó de la piedra rota, envolviéndolos a los tres como si lo blanqueara todo.

Iarumas, Garbage, y —aunque esto no es necesario decirlo— Raraja.

Cuando el destello blanco que se los tragó amainó, los tres habían desaparecido. Todo lo que quedaba era una botella en el suelo, colchonetas, un círculo mágico pisoteado y fragmentos de piedra.

Eso fue todo.

Todo se lo llevarían los monstruos que pasaban. No quedaría rastro alguno por mucho más tiempo.

¿La magia los había hecho añicos?

¿O los había disuelto en cenizas y polvo?

O quizás...

§§§

“¡¿Eh?! ¡¿Ah?!” Raraja parpadeó. Incapaz de entender lo que acababa de pasar, gritó: “¡¿Dónde demonios queda esto?!”

En algún lugar de la oscuridad, una voz grave respondió: “Deberías estar agradecido que no estemos dentro de la piedra, al menos.” La voz era clara, sin emociones.

La mente y la visión de Raraja estaban confusas. Parpadeó repetidamente, frotándose la cara.

“¡¿Wahhhhhh, Iarumas?!”

“Arf.”

“¡¿Garbage?!”

La chica ladró como si dijera: “Yo también estoy aquí”. Esos fríos ojos azules en lo profundo de su capa hicieron que Raraja retrocediera de miedo.

¡¿A-Acaso voy a morir...?!

Obviamente, no estaba emocionalmente preparado para hacerlo. Cuando una persona se convertía en aventurero, sólo imaginaba cómo le iban a salir las cosas para sí mismo. Yo soy diferente, pensaban. Puedo salir de cualquier apuro. ¿La posibilidad de la muerte les parecía real? No, claro que no.

Si así lo fuera, nunca podrían haber explorado la mazmorra.

Por eso, en ese momento, Raraja estaba siendo impulsado por dos pensamientos: “Oh, mierda.” y “No quiero morir”.

Por reflejo, saltó hacia atrás, con la mano dirigiéndose a la daga en su cintura y el cuerpo sumiéndose en una postura defensiva.

¿La mazmorra? Miró a su alrededor. Era una cámara funeraria desconocida, pero aún estaba dentro de la mazmorra — de eso estaba seguro. ¿Acaso me secuestraron?

“¡¿V-Vas a matarme?!”

Retribución. Esa fue la palabra que vino a la mente de Raraja. Como él —no, su antiguo clan— había intentado tomar contra el par frente a él.

Estos dos podrían ejecutar su venganza ahora mismo en la mazmorra.

Pero la respuesta de Iarumas no se parecía a la de ningún aventurero que hubiera conocido antes.

“Hay que tener agallas para adentrarse en las mazmorras como un ladrón solitario”, dijo sin rodeos. Luego, con lo que parecía pura curiosidad, preguntó. “¿De dónde sacaste esa cosa?”

“¿Huh...?”

“La piedra”, fue la simple respuesta de Iarumas. “No sabía que alguien tuviera la Piedra del Demonio por estos lugares.”

“Uh, no, yo-yo...”, tartamudeó Raraja antes de tragar saliva, abrumado por la presión.

Era extraño. El sintió algo —algo inescrutable— en el resplandor del fuego que ardía en los ojos de Iarumas.

A Raraja le temblaba la voz mientras rememoraba desesperadamente sus recuerdos. Luego, vacilante, empezó a juntar las palabras. “En la taberna, estaba comiendo, y entonces... había un hombre extraño... Y él me habló...”

¿Qué pasó después?

“¿Un hombre extraño, dices?”

Raraja asintió. “Un mago, creo... Alrededor de su cuello, tenía esta extraña...” Buscó la palabra. “cosa... un amuleto. Como un fragmento de algo.”

“¿Un amuleto?”

Raraja no tuvo una respuesta inmediata.

Iarumas estaba sonriendo. Era una amplia y sonrisa oscura. Una tan amplia que parecía que las comisuras de sus labios fueran a rasgarse.

“¿Tú— cuál es tu nombre?”

“Ra—” Su voz se entrecortó. “Rara...ja.”

“Ya veo.” Iarumas se levantó. El Anillo de Joyas que llevaba sobre la parte superior de su guantelete negro, brillaba.

“Dauk mimuarif peiche (Oh, tela, extiéndete, muéstrame mi lugar)”, canturreó.

Raraja sintió que algo invisible —como el viento— le rozaba suavemente la mejilla.

Considerando el sorprendido “¡¿Yap?!” de Garbage —quien estaba al lado de Iarumas, esperando— Raraja no se lo estaba imaginando.

Es un hechizo.

Raraja lo supo instintivamente. Era el hechizo de ubicación,「DUMAPIC」.

Él lo sabía. Este tipo era un mago. Un mago que era capaz de usar una espada...

“Bueno, todavía estamos en el mismo nivel”, concluyó Iarumas, “pero veo que nos enviaron muy lejos.” Metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda, luego la arrojó fuera de la cámara funeraria, hacia el corredor. Cuando aterrizó, volvió a enrollarla y se marchó sin decir una palabra. Garbage salió trotando tras él.

“¿Huh?”

Ese dejó solo a Raraja. Todavía no se había recuperado de su confusión, pero...

“¡H-Hey!” Si nada más, había logrado tartamudearle eso a Iarumas. Aunque, se arrepintió de la palabra una vez que salió de su boca.

Confusión—miedo—alivio.

Que no lo mataran—que lo dejaran atrás—que este hombre se fuera.

Blade and Bastard Garbaje

Iarumas oyó todos estos sentimientos mezclados en la voz que lo había llamado detrás de él, Volteó para mirar a Raraja por encima del hombro.

“¿Qué, no vienes?” Extrañamente, su voz estaba llena de alegría. “No tienes una aventura como está muy a menudo.”

Raraja no pudo resistirse.

§§§

*Clink, Clink* Una moneda de oro rebotó.

El hombre de negro que había arrojado la moneda la volvió a enrollar con el cordel de pescar conectado, y luego la arrojó de nuevo.

Raraja lo siguió a través de la oscuridad de la mazmorra, sin saber a dónde se dirigían.

Aquí, en la mazmorra, no parecía haber sentido del tiempo, a pesar de que éste transcurría. ¿Habían caminado una hora? ¿Media hora? ¿minutos? En medio de ese vago paso del tiempo, Raraja observó y descubrió una cosa:

La habilidad de este tipo para explorar —en otras palabras, su habilidad como ladrón— no es nada del otro mundo.

Esa fue la conclusión a la que llegó Raraja mientras seguía a Iarumas. Sí, el hombre tenía algunos trucos impresionantes. Esa Moneda Rastrera suya, no era una que Raraja conociera. Y la forma en que se movía... No estaba claro si era un luchador o un mago, pero sea cual sea el papel que desempeñaba, era bueno en ello.

Sin embargo, cuando se trataba de exploración pura... Raraja no podía calificar a Iarumas como muy bueno.

Era cauteloso. Pero no como lo era un ladrón.

Evitaba las trampas. Okay, eso tenía sentido. Pero también evitaba los cofres de tesoros. Lo que significaba...

Este tipo no puede desactivar trampas.

“¡Arf!”

El ladrido vino de atrás de Raraja y lo hizo saltar un poco. ¡Déjate de hacer el tonto! implicó el ladrido. O tal vez, Vete de una vez. Tenía que significar algo así.

Mirando por encima de su hombro, Raraja clavó sus ojos en las sobras de monstruos — Garbage. Parecía molesta.

Raraja acelero su paso, temiendo esos claros ojos azules que parecían absorberlo. Acortó la distancia con Iarumas. La espalda que se movía frente a él pertenecía a un aventurero que solo era un poco cauteloso.

Pero...

Si me abalanzaba sobre él, dudo que pudiera matarlo.

De todos modos, Raraja no tenía ninguna intención de matar al hombre, pero si, por el bien del asunto, lo intentara... bueno, podía imaginar que su cabeza volaría por ello.

Eso, o me partiría el torso en dos.

Raraja se estremeció, con una voz chillona escapando de su garganta mientras trataba de eliminar su miedo.

“Hey...”, murmuró Raraja.

“¿Qué?” Iarumas no giró hecia él. La moneda rebotó por el suelo, y luego él la volvió a enrollar.

“¿Qué era esa cosa?”

“¿Te refieres a la Piedra del Demonio?”

Entonces, Iarumas lo sabía. Raraja creyó detectar un indicio de grato recuerdo en esa voz. Pero, si Raraja hubiera estado parado frente al hombre en lugar de estar detrás de él, hubiera sabido lo contrario — la expresión de Iarumas era de confusión, no sabía exactamente de qué estaba sintiendo nostalgia.

“Cuando se rompe, convierte a todos a su alrededor en cenizas.”

“¡¿Qué?!” Gritó Raraja. Quizá divirtiéndose por esa reacción, Iarumas se detuvo y volteó a mirarlo.

Convertido en ceniza. Para Raraja, eso significaba la muerte. Nadie lo resucitaría. Un final irremediable.

“Si se usa correctamente, teletransporta a las personas”, continuó Iarumas. “Aunque, no sé si el que tenías estaba incompleto, o si simplemente lo usaste bien.”

Debía de estar defectuoso, concluyó Raraja. Él nunca había hecho nada “bien” en su vida. Y no iba a empezar hacerlo ahora — no cuando estaba siendo usado como el chico de los recados de alguien.

“El tipo debe odiarte bastante, ¿huh?”

“Podría ser”, murmuró Iarumas.

Reducido a cenizas — el polvo de la mazmorra. Un aventurero sería pisoteado por monstruos, esparcido y perdido. Era un pensamiento verdaderamente horripilante, uno que Raraja no quería ni imaginar. Si alguna vez apareciera un enemigo que quisiera hacerle eso, huiría o se arrodillaría y suplicaría.

Sin embargo, Iarumas se mantuvo impasible, como si no fuera gran cosa para él.

¡A lo mejor…!

En realidad, Raraja no tenía ni idea de lo que pasaba por la cabeza de aquel hombre. Y había una cosa más que no entendía: Raraja no podía entender por qué seguía vivo.

Mirando de reojo a Garbage, que soltó un quejido aburrido detrás de él, Raraja cautelosamente decidió hacer la pregunta. Bajó sus caderas para poder correr en cualquier momento — no es que estuviera convencido de que le serviría de algo.

“¿No vas... a matarme?”

“Dentro de la mazmorra, no es tan raro que aventureros de distintos alineamientos trabajen juntos”, respondió Iarumas.

La respuesta fue sencilla.

Iarumas siguió caminando sin mirar atrás, hacia Raraja. Lanzó la moneda y volvió a enrollarla, luego caminó un poco más. De vez en cuando se detenía, dejaba brillar su Anillo de Joyas mientras verificaba su ubicación, y escribía algo en un pergamino. Este pergamino tenía un gráfico tallado en él, y cuando Raraja le echó un vistazo, inmediatamente pudo notar que era un mapa.

Pero, ¿podría seguir a Iarumas para volver a la superficie? Raraja sin duda, no podía por su cuenta.

En última instancia, la única oportunidad de supervivencia de Raraja era seguir a este extraño hombre de negro.

Por eso, habiendo ya hecho una pregunta, decidió mantener la conversación. Sin embargo, no quería ofender al hombre. La imagen de la cabeza de su camarada siendo cortada, todavía estaba grabada en su mente.

“Bueno, estoy seguro que suele pasar, pero...”

Alineación... No era algo tan inflexible. Simplemente se trataba de la forma en que una persona tendía a comportarse — si evitaba batallas innecesarias, si dejaba vivir a los enemigos heridos o si anteponía a sus compañeros de grupo a sí mismo. La más mínima elección podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte en la mazmorra, así que no había tiempo para debatir creencias en plena exploración.

Por ello, era mucho mejor agruparse con personas que compartieran la misma política general. Especialmente porque, en la superficie, las disputas entre aventureros (abiertas, al menos) estaban prohibidas. Por eso era mejor que aquellos de diferentes alineamientos no se involucraran entre sí.

Había quienes se referían a los alineamientos con palabras que sonaban grandes e importantes, como legal y caótico, bueno y malo, pero...

Todo eso es absurdo. Resopló Raraja.

En cuanto a la diferencia entre estos términos, bueno, probablemente no era más profunda que la de si una persona ayudaría a los demás sin compensación o no. Caótico o malvado — gente que te ayudaría, pero luego exigiría dinero, o gente que simplemente dejaría que te pudrieras. Estas etiquetas eran precisamente cómo llamabas a tipos así.

Tipos como los de su clan que se aprovecharon de él... O quizá hasta el mismo Raraja, ya que había estado tan dispuesto a seguir a sus compañeros de clan.

Pero... ¿realmente su alineación era diferente a la de los otros aquí?

“Ya que eres un retriever de cadáveres y todo eso... me imaginé que probablemente estabas del mismo bando que yo.”

“Trato de mantenerme neutral”, dijo Iarumas. “En cuanto a ella...”

“¿Arf?”

“¿Quién sabe...?”

Raraja miró a su espalda, a la chica que parecía no tener ni idea de lo que estaban hablando. Parecía totalmente fuera de sí —desinteresada en otras personas— pero continuaba siguiendo a Iarumas. Independientemente de si decidías clasificar a Garbage como lícita o caótica, los demás miembros de esos alineamientos no sabrían qué hacer con ella.

En definitiva, el alineamiento no es gran cosa, ¿huh?

Raraja estaba atareado pensando en esto, y tal vez por eso casi se le pasa por alto cuando Iarumas continuó, murmurando: “Además, tú no eres mi enemigo.”

Y con eso, el hombre cerró la boca.

Pasos tenues. El *clink, clink* de la moneda. El sonido de la cuerda siendo enrollada. Más pasos.

¿En qué está pensando él...? 

Si dependiera del juicio de Raraja —o, si tipos como los que se habían aprovechado de él estuvieran tomando la decisión—, su vida se habría extinguido después de su fallido ataque a Iarumas. Y si, por alguna razón, lo dejaban vivir, sólo sería para que pudieran usarlo como un poste viviente de diez pies (aunque nunca había visto uno de verdad).  Básicamente, lo engordarían para usarlo como escudo de carne y desarmador de trampas. O... algo parecido.

Raraja sólo podía imaginar dos razones por las que le habían permitido vivir: una, este hombre de negro estaba tramando algo, o dos, simplemente no le importaba ya sea de una manera u otra.

Iarumas había dicho que era lo segundo, pero Raraja no iba a tomar eso como verdad. Si el chico fuera tan crédulo, se habría convertido en otro cadáver detrás de la taberna hace mucho tiempo.

¿Qué demonios está pensando...?

Raraja ni siquiera podía adivinarlo.

El hombre sospechoso de la taberna. Un extraño pergamino. Las profundidades de la mazmorra. La pareja inescrutable con la que ahora viajaba.

Incluso si Raraja lograba regresar a la ciudad, ¿iba a estar bien? Él no lo sabía. Tal vez habría represalias del hombre que lo había contratado. O tal vez, sus antiguos compañeros de clan decidirían ejecutarlo.

Cuanto más pensaba Raraja en ello, más posibilidades revoloteaban en su cabeza, alimentando su infundada sensación de inquietud... y la mazmorra no era tan segura como para permitirse el lujo de vagar distraído.

Básicamente, todo es cuestión de dinero.

En definitiva, las cosas eran un poco más fáciles para él si elegía pensar en términos de dinero. Raraja llegó a la conclusión que todo esto se trataba del dinero que pagaría para resucitar a sus compañeros.

Si yo muero, no quedará nadie que pague para revivirlos — no habría diezmo, lo cual sería una pérdida para él. Probablemente, Iarumas tenía un contrato con el templo o algo así, por lo que querría evitar ese resultado.

Sin embargo, era evidente que Raraja no era lo suficientemente optimista como para convencerse completamente de ese hecho.

“¡Guau!”

Sin querer, Raraja había dejado de caminar. Garbage le ladró para que se apurara, haciéndolo brincar un poco.

“¡O-Okay! ¡Okay! Ya entendí. ¡No me apresures!”

Raraja siguió a Iarumas, y el leve gruñido de detrás le instó a seguir.

Y siguieron avanzando

La oscuridad de la mazmorra. Monstruos. Trampas. El hombre que estaba delante. La chica de atrás. Los problemas en la superficie.

Raraja no sabía cuál de estos era el menor de sus problemas, pero por ahora, estaba vivo. Tengo que aferrarme a eso. Esta era la única cosa de la que Raraja estaba seguro, incluso si no tenía idea de lo que estaba pasando.

Sin embargo, la mazmorra no era un lugar donde las cosas permanecían sin incidentes por mucho tiempo. Poco tiempo después, Raraja se toparía con algo y se vería obligado a detenerse. Este obstáculo resultó ser...

“Una puerta...”

¿Acaso era una gran puerta de hierro que se cernía sobre él? ¿O una puerta de madera no más alta que Raraja? Aquí en la mazmorra, la percepción era vaga. Si no se concentraba, vería la estructura de la puerta borrosa.

Sólo una cosa era cierta — había una puerta.

Aunque la historia de la mazmorra seguía sin estar clara, este rasgo era una de las cosas que demostraban que debía estar hecha por el hombre.

“¡Guau!”

Garbage parecía dispuesta a atravesarla, pero Iarumas la tomó por el cogote. “Nunca antes había explorado esta zona”, murmuró él, “así que espero que al otro lado sea territorio conocido.”

“¿Vamos a atravesar...?” Preguntó Raraja.

“Aunque tratáramos de encontrar otro camino, no se sabe con qué podríamos toparnos”, respondió Iarumas.

Raraja tragó saliva. Con suerte, había un pasillo al otro lado.

Ya que, en una cámara funeraria... estaba garantizado que habría monstruos al acecho. Y si los hubiera...

Podríamos morir.

Una de las manos de Raraja inconscientemente buscó las dagas en su cinturón. Eran hojas delgadas y quebradizas, apenas aptas para ser llamadas armas. Había tenido que discutir mucho —alegando que las necesitaba para desarmar trampas— para que le permitieran llevarlas en defensa propia. Había sido un golpe de suerte que consiguiera escapar del clan sin que se las confiscaran. Raraja esperaba que esa suerte continuara.

“E-Entonces... ¿vamos a entrar?” El tono de la pregunta de Raraja era diferente ahora.

“Si,” respondió Iarumas, asintiendo brevemente. Metió la mano por debajo de su capa hasta la vara negra que colgaba de su cinturón, y usó el pulgar para aflojar ligeramente el delgado sable de su vaina.

El eco del chasquido metálico se sintió fuerte y desagradable.

“De acuerdo.”

“¡Guau!”

En el momento en que Iarumas la soltó, Garbage ladró y entró a la carga. Era como una ráfaga de viento de colores, atravesando la puerta de una patada y avanzando por pura inercia. Iarumas la siguió como una sombra, mientras Raraja los perseguía apresuradamente a los dos. No iban bien coordinados. Pero así se movían los aventureros, y era más rápido que cualquier torpe intento de coordinación. Así fue como pudieron actuar antes que su oponente — una cosa enorme en cuclillas en medio de la cámara funeraria.

¡¿Qu-Qué es eso...?! Los ojos de Raraja se abrieron de par en par.

“¡Grrruff!” Garbage soltó un gruñido bajo.

Escamas verde-azulada. Una lengua viscosa que brillaba debido a la saliva. Ojos rojos ardientes. Colmillos. Garras. Una cola. Las cosas en su espalda que parecían espinas eran un par de alas extendidas de par en par. Se levantó en cuatro patas.

*Bum*. La cámara funeraria pareció estremecerse. Aterrador. Raraja sintió que sus rodillas temblaban y sus piernas empezaban a ceder.

Se las arregló para mantenerse en pie, pero no debido a ningún tipo de valentía. Si él corría— se movía—retrocedía—lo matarían, y podía sentirlo instintivamente.

Era una silueta vaga. Su verdadera forma, indefinida. Sin embargo, no había necesidad de adivinar lo que era. Cualquier aventurero podría decírtelo — incluso un niño.

“¡¿Un d-dragón...?!”, tartamudeó Raraja.

“No”, respondió Iarumas, sonriendo. “Un dragón de gas.”

§§§

La cabeza se levantó lentamente, escupiendo un aliento nocivo y putrefacto que llenó el aire de un hedor sulfuroso. No parecía amistoso. A estas alturas, no había forma de evitar una batalla.

Por supuesto, eso no significaba que Raraja pensara que podían enfrentarse a un dragón. Lo mejor que pudo lograr fue sostener su daga en un agarre invertido, tan fuerte como pudo, y tratar de mantenerse en pie de alguna manera.

Sus ojos, abiertos por la incredulidad, estaban fijos en el dragón... y en Iarumas.

“Hmm... Para que aparezcan por aquí.” Iarumas sonreía, una expresión de verdadero deleite... casi como alguien podría sonreír al encontrarse inesperadamente con un viejo amigo.

Por primera vez, Raraja sintió que podía simpatizar con Garbage, que estaba a su lado, gruñendo. A distancia, ella estaba más cerca de él que el hombre de negro...

“¡¿Urkh...?!”

Fue entonces cuando sucedió.

Los cinco sentidos de Raraja, que habían sido afinados al menos un poco durante sus días de trabajo como ladrón, le advirtieron que algo andaba mal.

Bzzz.

Un sonido bajo y timorato — pequeño y tenue, pero desagradable. El batir de unas alas.

¿Insectos? ¿Unos con alas? No...

“¡¿Whuh—aghhh?!”

“¡¿Yap?!”

Instintivamente, Raraja se lanzó hacia un lado, llevándose a Garbage con él. Varios mechones de cabello volaron por el aire.

Raraja supo, intuitivamente, que por poco habían sido mordidos... por el enorme y ominoso insecto de mandíbulas asesinas que acababa de pasar zumbando sobre su cabeza y las de Garbage.

Aquella cosa, que parecía sacada de una pesadilla, era sin duda un monstruo.

“¡¿Una libélula gigante...?!”

Obviamente, incluso Garbage se estremeció ante esto, dejando escapar un gemido de sorpresa e interrogación. Pero Raraja había descubierto algo: su miedo al dragón parecía irreal, pero su odio a la libélula era demasiado real.

Aunque, obviamente, el imponente dragón que había en lo más profundo de la sala era una amenaza mayor que la libélula que zumbaba a su alrededor.

“Usan armas de aliento”, advirtió Iarumas, con la espada desenvainada en la mano derecha. Utilizó el mismo tono que se emplearía para avisar a alguien de que iba a llover, por lo que debería llevar consigo un paraguas. “Un luchador podría resistirlo, pero un ladrón como tú no tiene ninguna posibilidad.”

“¡Sólo basta con decirme que tenga cuidado!”

Raraja no tenía ni la menor idea de que hacer. Normalmente, le hubieran dicho que atacara   y actuara como escudo para los demás, o algo así. Eso era todo lo que Raraja sabía hacer.

Garbage era más o menos lo mismo. La llamaban la sobra de monstruos porque había sobrevivido al hacerlo.

Raraja fue, de este modo, forzado a mirar a Iarumas. El hombre avanzaba arrastrando los pies hacia el dragón de gas, vigilando de cerca la distancia entre él y el monstruo.

“Concéntrate en esquivar”, ordenó Iarumas.

Raraja asintió. “¡E-Entiendo...!” Giró hacia las libélulas con un nivel de obediencia que lo sorprendió a él mismo.

¿Cuántas de ellas zumbaban por ahí? El sudor engrasaba la frente de Raraja mientras entrecerraba los ojos para verlas.

Como sea, ¡esto es mejor que enfrentarse al dragón real! Si Iarumas decía que podía hacer algo con esa cosa, entonces Raraja tendría que rezar para que eso fuera suficiente. No sintió culpa alguna por dejarle la tarea a Iarumas. Después de todo, ya tenía sus manos llenas con estas libélulas.

“Hagámoslo.”

“¡Arf!”

Él había estado hablando consigo mismo, no dando una orden, pero Garbage cargó directamente contra el enemigo. Parecía como si ella estuviera volando sobre la cabeza de Raraja, blandiendo su espada ancha. Su objetivo: el dragón de gas verde.

El ataque relámpago pareció tomar desprevenido al dragón. Su sangre fresca salpicó en la oscuridad.

“¡¡¡GRROOOOOOAAAAARRRR!!!”

“¡¿Yap?!”

Pero, eso fue todo.

La criatura, a la que le habían arrancado algunas escamas de la frente, rugió justo en la cara de Garbage, que lanzó un aullido de terror. Cuando los colmillos del dragón se abalanzaron sobre ella, la chica le dio una patada en el hocico y rodó para zafarse.

Sí, Garbage definitivamente tiene talento, pensó Raraja. Incluso podría ser un genio.

La diferencia entre ella y él era como el día y la noche — ella debía de haber recibido más bendiciones de los dioses (puntos extra) que él.

Pero eso no cambiaba su situación actual.

¡Nos quedamos cortos en todo...! Niveles, equipamiento, experiencia— en todo.

Ninguno de ellos podía realmente enfrentarse a un dragón.

“¡¡¡BZZZZZZZZZZ!!!”

“¿Wah? ¡¿Ahhh?!”

Raraja no podía permitirse el lujo de seguir de cerca los movimientos de Garbage por más tiempo. No era fácil defenderse de las libélulas y del odioso zumbido de sus alas. Raraja nunca lo había hecho antes, al menos.

“¡Aléjate de mí! ¡¡¡Atrás, maldita sea!!!” Raraja blandió su daga contra las libélulas zumbantes, no tanto como ataque, sino para ahuyentarlas.

Los únicos monstruos con los que Raraja había luchado hasta ahora, habían sido en los pisos poco profundos. Orcos y kobolds eran todo lo que podía manejar, e incluso esos eran increíblemente aterradores para alguien de la superficie.

Pero, aun así...

¡Son rápidas!

Las libélulas eran demasiado rápidas para que los ojos de Raraja las siguieran. Tuvo que escuchar atentamente el zumbido de sus alas, e incluso entonces, lo mejor que pudo hacer fue desviar por poco sus ataques con su daga.

“¡¿Wagh?!”

Las chispas volaban por la mazmorra cada vez que su hoja golpeaba sus mandíbulas, y la increíble fuerza del golpe del receptor le hacía retroceder el brazo.

Un dolor agudo atravesó la mano que empuñaba la daga. No llevaba armadura. El dolor le estaba entumeciendo.

“¡¡¡Eso!!! ¡¡¡Duele!!! ¡¡¡Tú!!! ¡Maldita!”

Aun así, era mejor de lo que podría haber sido. Iarumas había dicho que ellos tenían un ataque de aliento.

¿Ellos?

Es decir, el dragón... y las libélulas.

Raraja sólo conocía sobre el aliento de dragón de los cuentos que le habían contado de niño. Cuando era más joven, había soñado con verlo algún día. Su yo actual, sin embargo, tenía una pequeña adenda que hacer a ese deseo...

Verlo... desde lo más lejos posible.

De no ser por esa estipulación, le empezarían a castañear los dientes y podría estallar en una risa nerviosa en cualquier momento.

“¡Grrr!” Raraja apretó los dientes, torciendo las comisuras de los labios mientras mantenía su daga preparada. Se concentró en las fauces de las libélulas — ya fuera que se acercaran para morder o estuvieran a punto de escupir fuego.

Por eso, fue capaz de reaccionar ante el repentino estallido de llamas blanquiazules—

“¡Whoa, eso está caliente...!”

—y esquivar justo a tiempo.

Se inclinó hacia atrás para salir de la trayectoria. Las llamas rozaron la punta de su nariz, chamuscando su flequillo y dejando un olor desagradable.

Raraja cayó de espaldas, gritando como un loco mientras rodaba directamente hacia un costado — las libélulas venían hacia él como una lluvia de flechas desde arriba. El sonido de sus afilados colmillos desgarrando el suelo de piedra donde había estado momentos antes, le advirtió que sus defensas serían inútiles.

Había sobrevivido por los pelos. Pero dentro de la cámara funeraria, el espacio era limitado. Si no había tiempo para volver a levantarse, el resultado iba a ser el mismo.

“¡Arf!”

Por supuesto, este podría haber sido el caso... si Raraja hubiera estado solo.

Pero Garbage pasó a la ofensiva, cortando esas molestas libélulas que no la dejaban en paz. Ella confió en la fuerza bruta —no, en poner todo el peso de su cuerpo detrás de su espada— mientras bailaba atravesando el aire.

Su hoja, con el impulso añadido de su giro detrás de ella, atravesó el caparazón de una libélula.


“¡Gracias, me has salvado!”

“¡Yap!” ladró Garbage, aparentemente sin inmutarse por los trozos de alas y el asqueroso jugo de insecto que llovía sobre ellos. El ladrido probablemente no fue una respuesta a lo que había dicho — sus ojos ya estaban centrados en su próxima presa.

Entonces, el agradecimiento sólo había sido por el bien de Raraja. Sin embargo, él no se habría sentido bien si no lo dijera.

Él apoyó las manos en el suelo y se puso de pie de un salto, con la daga en una mano. Al menos por ahora, necesitaba defenderse...

“¡Whoa!”

Pero antes de que tuviera tiempo de terminar de pensar eso, el campo de visión de Raraja fue engullido por un intenso destello blanco. Todo lo que pudo hacer fue cubrirse la cara. Mientras tanto, justamente a su lado, Garbage comenzó a gritar sin sentido.

Había un hedor horrible, un calor, y el escozor de carne quemada. Pero eso era todo.

Raraja no tuvo la necesidad de mirar para darse cuenta que era el aliento del dragón de gas. Sin embargo, él lo hizo, trató de mirar a través de la brecha entre sus brazos. Tenía que saberlo.

¿Qué estaba haciendo —ese hombre— Iarumas?

§§§

Iarumas seguía vivo, de pie ante el dragón de gas, con la katana colgando de su costado.

Okay, sé que dije que haría esto, pero...

¿Cómo atacar? Tendría que averiguarlo a medida que avanzara.

“¡¡¡ROOAAARRR!!!”

Garras — las garras venían hacia él. Garras y colmillos. Iarumas las esquivó hábilmente.

Los dragones eran bestias legendarias en la superficie, pero ¿aquí en la mazmorra? No lo era tanto. Iarumas recordaba ese hecho, aunque había olvidado dónde o cuándo lo había aprendido.

Sí, aquí abajo, en la mazmorra, este dragón de escamas verdes era considerado un enemigo débil, ni siquiera una amenaza de nivel medio... Aun así, no era bueno dejar que mermara su enfoque (HP) de esta manera.

Para los otros dos, que eran de un nivel inferior al de Iarumas, era incluso peor.

Aventurarse en una región inexplorada de la mazmorra sería una fuente de experiencia para ellos, pero sólo si podían asentarse y reflexionar sobre lo que habían visto. En resumen, hasta que no volvieran todos vivos a la superficie —o, al menos, hasta que un miembro de su grupo lograra volver para resucitar al resto—, no tendría sentido.

Iarumas, que aún sostenía la katana en la mano derecha, empezó a formar signos mágicos con la izquierda.

Sólo tenía una opción — los hechizos.

Atrapado por la ilusión de tener tiempo infinito entre cada movimiento, abrió el libro de hechizos dentro de su cabeza.

「HALITO」no será suficiente para cortarlo...

Puede que el fuego fuera el enemigo natural del dragón de gas, pero el hechizo de fuego más débil no iba a funcionar.「MAHALITO」tampoco.「LAHALITO」podría— pero no había ninguna garantía. Podía usar「CORTU」para colocar una pantalla mágica o「BACORTU」para desvanecer su arma de aliento, pero...

No hace falta que juegue así, a largo plazo.

“Haré esto de la manera tradicional...” murmuró Iarumas. El dragón de gas rugió, aunque probablemente no porque lo hubiera oído.

Ningún aventurero de esta mazmorra temía el rugido de un dragón.

Mientras gritaba, el dragón se abalanzó hacia abajo con sus garras. Iarumas no iba a ser idiota e intentar bloquear aquellas garras y su agudo filo de acero. Sostenía su katana, la hoja apoyada en el hombro derecho, la cual utilizó para desviar el ataque, situándose al alcance del dragón con el mismo movimiento.

Abriendo las fauces. Colmillos afilados. Olor a azufre en su aliento. Luz blanca en lo profundo de su garganta.

Iarumas notó todo esto —las señales de su muerte inminente— pero simplemente las aceptó con un: “Sí, eso está bien”.

El dragón también había estado observando a Iarumas. Sus ojos ardientes estaban fijos en la espada blanca que blandía.

Las comisuras de la boca de Iarumas se torcieron ligeramente. Por su mente corrieron palabras de verdadero poder. Las palabras se convirtieron en una luz blanca y caliente, que se arremolinaba en un vórtice rugiente cuando el hechizo de rayo se unió.

“¡¡¡Zearif laikaf (Oh, Puño de Dios)!!!”

Blade and Bastard Iarumas

La mano izquierda de Iarumas crepitó con electricidad mientras la golpeaba contra la mandíbula del dragón de gas.

“¡¿¡¿¡¿GRRROOAAARGGGG?!?!?!”

El atronador estruendo de su gancho al golpear no fue, obviamente, debido a la propia fuerza de Iarumas

Era「TZALIK」, el Puño de Dios, uno de los pocos hechizos mágicos que invocaban el nombre de lo divino.

Este golpe desató el poder de Dios — un rayo atravesó todo el cuerpo del dragón de gas, calcinándolo. El increíble poder sacudió el aire mientras mataba al dragón... Aquello era propio de los mitos. Tzalik era un hechizo de cuarto nivel, lo que lo situaba en el nivel medio de todos los hechizos lanzados en la mazmorra. Sin embargo...

El lanzador debe tocar a su objetivo, por lo que ningún mago de verdad querrá usarlo.

El cuerpo del dragón —medio convertido en cenizas— burbujeó y soltó un humo pútrido antes de caer al suelo.

Ignorando la forma en que la cámara funeraria tembló con el impacto y cómo Raraja lo miraba boquiabierto por la incredulidad, Iarumas se limitó a murmurar: “Sigamos...”

Sus ojos estaban fijos en una sola cosa — el cofre de tesoros empapado en sangre que había en un rincón de la cámara.

§§§

 “¿Y-Ya terminó...?”, preguntó Raraja, arrastrándose vacilantemente para comprobarlo.

“No, aún no”, contesto Iarumas.

“¡Arf!” ladró Garbage. Se acercó al cofre de tesoros, resoplando orgullosa e inflando el pecho con orgullo, casi como si ella misma lo hubiera encontrado.

“¡Yelp! Yelp!”

“No lo toques”, advirtió Iarumas. A estas alturas, estaba demasiado acostumbrado a lo precipitada que podía ser la chica cuando se emocionaba.

Garbage le obedeció, aunque de mala gana. Aunque ella no entendía por qué — Iarumas le había dicho que no lo hiciera, así que no lo haría. Probablemente ella solo estaba esperando.

Mientras Raraja miraba este intercambio vacuamente, Iarumas de repente dijo algo increíble.

“¿Y bien? Este es tu trabajo, ¿cierto?”

“¿Eh...?” Raraja parpadeó. Repetidamente. Reexaminó la situación, reflexionando sobre las palabras que acababa de escuchar para ver si se estaba perdiendo algo. Nada le vino a la mente. Él todavía no lo comprendía.

“En un momento como este... ¿quieres lidiar con un cofre de tesoros?”, preguntó Raraja.

“No lo entiendo.”

Raraja había hecho la pregunta, sólo para comprobarlo, pero la respuesta de Iarumas fue algo que él mismo había querido decir.

Iarumas se paró al lado del cofre de tesoros, con su postura relajada. “¿Por qué ignoraríamos un cofre”, continuó, “cuando tenemos un ladrón en el grupo?”

Raraja no tuvo respuesta. Iarumas lo había dicho casi como si le preguntara a alguien porque no comería si tuviera hambre. Ahora, Raraja pudo ver que esto era de sentido común para Iarumas — el hombre no podía imaginar a un ladrón no abriendo el cofre de tesoros.

“N-No te preocupa que yo pudiera...” El cerebro de Raraja se aceleró, buscando las palabras, “¿activar la trampa, aniquilándonos a todos?”

En última instancia, lo que salió de su boca fue una falta de confianza en sus propias habilidades.

La respuesta de Iarumas, a diferencia de la de Raraja, fue totalmente inquebrantable. “Si es una aguja envenenada o un paralizante, tú serás quién reciba el impacto, y si es una caja explosiva, bueno, probablemente no moriré.”

Y mientras él no muriera, podría llevar los cadáveres de vuelta al templo para ser resucitados. Eso es lo que Iarumas estaba diciendo. Raraja parpadeó repetidamente. Garbage dejó escapar un pequeño bostezo.

Aquí en la mazmorra, la muerte no era el final. Raraja lo sabía. Él lo sabía. Pero...

¿Es algo que puedes aceptar, así como así...?

Él no estaba tan seguro. No, la actitud de este hombre iba más allá de la aceptación. Aceptar significaba interiorizar algo de sentido común que era externo al propio. Pero este hombre, Iarumas — actuaba casi como si fuera uno de los monstruos de la mazmorra. Estaba impregnado de las costumbres de la vida en la mazmorra. Le resultaban tan fáciles como respirar.

En serio... ¿Este tipo es realmente el mismo tipo de criatura que yo?

“Bueno, lo intentaré”, dijo Raraja, “pero no te hagas ilusiones.”

“No te preocupes. No sabremos si los ítems son valiosos o no hasta que los llevemos a la ciudad para identificarlos.”

Sí, no... Eso no es lo que quise decir.

Raraja podría haber parecido que tenía una opción, pero ese no era realmente el caso. Al darse cuenta de eso, sus labios se torcieron en una sonrisa cínica — ni siquiera él sabía si era por auto burla o por miedo.

No es diferente de lo habitual, ¿verdad?

Sacó las herramientas familiares de su cinturón, unas de alambre barato que había conseguido sin que los chicos de su clan se dieran cuenta.

Frente a él estaba el cofre de tesoros — silencioso e inmóvil.

“Whew...”

Primero, respiró profundo y sujetó el cuchillo con la mano derecha. Lo blandió como si cortara el área alrededor del pecho.

No sintió nada. Nada en el exterior.

A continuación, Raraja se agachó frente a la caja. Cogió una herramienta particularmente plana de su set, parecida a una lima de metal. La introdujo lentamente en el espacio entre la caja y la tapa, y luego la movió con cautela por todo el contorno.

Si hubiera una cuerda atando la tapa a la caja, la encontraría de esta manera.

Parecía que la tapa no iba a descorchar una botella explosiva o apretar el gatillo de una trampa de ballesta cuando la abriera.

“Estás acostumbrado a esto”, comentó Iarumas.

Raraja frunció el ceño. “¿Eso es sarcasmo...?”

“Es sólo una simple observación. Eres bueno para alguien de tu nivel.”

Raraja se limitó a responder.

Nadie le había enseñado el oficio. La clase ladrón era una a la que te empujaban si eras ligero o pequeño, así que...

En definitiva, no soy más que un escudo.

Ellos nunca habían contado con él para desarmar trampas. Sus compañeros de clan sólo querían que fuera ágil y recibiera los golpes por ellos. Eso era todo.

Había otros tipos como él, llenos de esperanzas infundadas de que podrían hacer algo por sí mismos en la mazmorra. Al final, sin embargo, habían sido capturados por el clan y utilizados como escudos de carne...

Aquellos tipos habían muerto, uno tras otro — arrastrados por el viento o pudriéndose en una cámara funeraria tras ser envenenados o paralizados.

Raraja los había observado desesperadamente mientras esperaba que llegara su turno. Después de todo, su vida había estado literalmente en juego. Había visto cómo sus camaradas (no esos bastardos del clan, sus verdaderos camaradas) habían muerto, y hacía lo posible por recordar qué los había matado — qué trampas y cómo habían metido la pata.

Agujas alrededor del exterior del cofre de tesoros. Cuerdas entre la tapa y la caja.

También había visto de primera mano que podías morir con un virote de ballesta atravesándote el cerebro si eras tan tonto como para mirar por el ojo de la cerradura. Esa vez, había sido una pequeña chica rhea. Ella dijo que estaba allí para ganar dinero y enviárselo a sus padres.

Incluso después de ser arrojada al clan, ella todavía actuaba exuberante, a menudo cantando para sí misma. Raraja siempre pensó que tenía una voz bonita.

Aunque, un gorgoteo ahogado en sangre fue lo último que escuchó de ella.

Cuando ella había caído de espaldas, convulsionando, con una flecha recién saliéndose de su frente, sus ojos se dirigieron hacia él por un breve momento. Pero entonces alguien le dio una patada en la cabeza y la arrojó a un rincón de la cámara funeraria como si fuera una pelota. Se rieron y la despojaron de todos sus ítems.

Luego, giraron su mirada hacia Raraja.

“Tú eres el siguiente.”

Él todavía no sabía cuánta experiencia había adquirido de solo observar. Pero lo que sí sabía con certeza era... que había sobrevivido hasta el día de hoy.

Y que el cuerpo de ella aún yacía allí, en aquella cámara funeraria.

“O...kay...”

Habiendo revisado a fondo alrededor del cofre, inspeccionando la caja y la tapa, Raraja determinó que esos componentes no estaban trucados con trampas. Sin embargo, no podía bajar la guardia — ahora tenía que lidiar con el ojo de la cerradura. Raraja se secó el sudor y se puso a trabajar.

Podía oír a Garbage gimoteando detrás de él por aburrimiento.

En este punto, Raraja había separado su mente de sus manos. No era que había perdido la concentración en su tarea — al contrario, Raraja disfrutaba abriendo cerraduras. El mecanismo frente a él se movía cuando él lo movía. Era un dispositivo sencillo.

Mientras lo operaba, aflojándolo... Bueno, él no sabía exactamente cómo describir la sensación, pero le permitió dejar de pensar en otras cosas.

Su situación actual —la chica que había muerto— sus compañeros asesinados y el hombre que los había matado.

Su cliente.

La cerradura del cofre sonó mientras movía sus manos con cautela. Mientras trabajaba, una palabra salió de la boca de Raraja.

“Hey.”

“Sí.”

No esperaba una respuesta, pero Iarumas fue servicial con él.

Hablando de ser servicial — Raraja no había sentido que el hombre se moviera más atrás mientras trabajaba en la trampa. Iarumas todavía esperaba cerca mientras Raraja se ocupaba del cofre. Garbage también estaba igual.

¿Es así como es estar en un grupo?

¿Un grupo? ¿Este? ¿Los tres, que acababan de ser arrojados juntos por las circunstancias?

Aquel pensamiento lo hizo un poco feliz. Después de pensar por un momento, Raraja hizo una pregunta. “Si te dijera que el mundo es plano, y el borde es un acantilado escarpado, pero si quisiera ir más allá... ¿te reirías?”

“Todos nos aventuramos por nuestras propias razones...”

Raraja sintió que uno de los mecanismos encajaba mientras esperaba a que Iarumas dijera algo más.

Este hombre era un aventurero.

Él no estaba seguro de lo que definía a un aventurero. Pero sabía que los tipos del clan no estaban a la altura de la etiqueta. Eso era seguro. Raraja quería escuchar como respondería un verdadero aventurero.

“Dinero... o poder.” Las palabras de Iarumas salieron vacilantes dentro de la cámara funeraria. “Algunos quieren la Vestidura del Lord, o espadas malditas, u otras armas extrañas... He conocido a tipos así.”

La mazmorra estaba terriblemente silenciosa. Los únicos sonidos provenían del desarme de mecanismo de Raraja, el olfateo de Garbage... e Iarumas, hablando a su ritmo lento y relajado.

“Lo importante es si entras en la mazmorra, o no. Si te aventuras, o no. Eso es todo.”

“¿Incluso para los que desechan novatos para ello?”, preguntó Raraja.

“Nunca he pensado en eso”, respondió Iarumas sin dificultad. “Tengo las manos ocupadas con mi propia aventura.”

“Tu propia aventura...”

Raraja sintió un poco de resistencia en su púa. Giró el alfiler. El bombo cayó en su sitio.

Continuó, colocándolos cuidadosamente uno por uno.

Esto no era diferente de Iarumas lanzando su moneda y enrollándola de nuevo — Raraja estaba comprobando que las cosas estuvieran seguras, y luego avanzando al siguiente paso.

“¿Tienes un objetivo?”, preguntó Raraja.

“Lo tengo.” sonrió Iarumas. “No es que me creerías si te lo dijera.”

Raraja abrió la boca para preguntar qué era, pero en ese momento, se oyó un fuerte golpe cuando la tapa cayó.

Había abierto el cofre con éxito.

“¡¡¡Arf!!!”

“¡¿Whoa...?!”

Garbage prácticamente empujó a Raraja fuera del camino cuando se abalanzó sobre el cofre de tesoros, ladrando ansiosamente mientras miraba el interior. Raraja todavía no había podido echar un vistazo, pero no tenía la energía para enojarse con ella. En su lugar, dejó escapar un suspiro agotado y se frotó la frente, que estaba llena de sudor.

“Bien hecho”, comentó Iarumas, felicitándolo.

Tras un momento de hosco silencio, Raraja dijo: “Que me hagas un cumplido no me hará sentir mejor.”

Y, sin embargo, ahí estaba. Un cierto sentimiento de satisfacción — de realización. Estaba muy contento de haber hecho su trabajo, de haber ganado su batalla.

Aunque, ese sentimiento disminuyó un poco en el transcurso de los cinco o seis cofres más que tuvo que abrir en el camino de regreso a la superficie.

§§§

El mundo brillaba con el color del oro.

No metafóricamente.

La luz que proyectaba el sol cuando tocaba el horizonte, hacía que todo pareciera más hermoso.

La mazmorra, y la ciudad que la rodeaba, estaban impregnadas de colores pálidos que las hacían parecer una especie de templo dorado.

Raraja hizo una breve pausa, incapaz de distinguir si era el amanecer o el atardecer. Tras un momento, estuvo seguro de que el crepúsculo era inminente — el sol se ponía por el oeste y salía por el este.

Pero, él no sabía de cuándo era ese atardecer.

¿Seguía siendo el mismo día que habían entrado en la mazmorra? ¿Un día después? ¿Acaso habían pasado tres días? ¿Una semana—un mes—un año? ¿Cuatro décadas? ¿Varios siglos?

El tiempo se sentía diferente, incierto, al viajar entre la mazmorra y la superficie.

“Nosotros... logramos volver...”

“Arf...”

Cualquier sensación de logro o emoción que había sentido, se había desvanecido hacía mucho tiempo. Todo lo que quedaba, era una lenta sensación de agotamiento.

Su vida ya no corría peligro — ni de trampas o de monstruos, al menos. Ese solo hecho era más que suficiente para Raraja.

No hacía falta decirlo — la única razón por la que Garbage estaba cansada era porque se había dejado llevar demasiado durante la celebración.

“Aún no ha terminado”, dijo Iarumas, pinchando a Raraja en la espalda. Su comportamiento se mantuvo sin cambios. “Tenemos que encontrar un obispo en la taberna para identificar nuestro botín, o no obtendremos muchas ganancias.”

“¿En la taberna...?” Raraja se hizo eco, incrédulo.

“Si contamos con la tienda de armas para hacerlo, nos robarán a ciegas.” Iarumas dejó escapar una estruendosa carcajada tras decir esto, pero no estaba claro qué tenía de gracioso. Detrás de él estaban las piezas de equipo que habían podido recuperar al salir de la mazmorra y más bolsas repletas de equipaje.

Raraja sabía que esas bolsas originalmente habían sido pensadas para cargar cadáveres... pero carecía de la voluntad para decir algo al respecto. El peso de la mercancía llena en la bolsa que llevaba, se clavaba en su hombro como si fueran las garras de un muerto. Y, para escapar de ello, quiso volver cuanto antes a la posada... y dormir en los establos.

¡Él jamás imaginó que llegaría el día en que añoraría tanto la sensación de la paja contra su mejilla!

Pero...

Incluso si quedarse en los establos era gratis, la comida seguía costando dinero. Dinero que Raraja no tenía. Si no se aventuraba a ir a la taberna, probablemente pasaría hambre mañana.

Tras un largo y resignado silencio, Raraja finalmente cedió. “Iré. Iré, ¿de acuerdo?”

Tan pronto como Raraja aceptó que tenía que hacerlo—

“Oye, ¿qué pasa? ¿Perdiste algo de dinero?”

—una voz que sonaba demasiado alegre para la mazmorra vino de detrás de ellos como una palmada en la espalda.

Raraja se dio vuelta, sorprendido. Detrás de él había un grupo de seis personas... no, cinco personas y un cuerpo.

El hombre a la cabeza del grupo (que llevaba un casco con un dragón en la parte superior) llevaba un saco —una bolsa porta cadáveres— al hombro. “Apuesto a que estás bastante decepcionado”, comentó el hombre, “al traer de regreso a un par de niños vivos en lugar de algunos muertos.”

“Ojalá tuviera tu suerte”, dijo Iarumas. “¿Es Hawk el que está muerto?”

“Aunque mataras a ese idiota, igual regresaría”, respondió la mujer elfo detrás del luchador.

Una sacerdotisa... Raraja podría decir por su atuendo.

Un luchador con un casco de dragón. Una sacerdotisa elfa.  Y...

Un obispo enano. “Nuestro ladrón abrió un cofre pensando que tenía una trampa de aguja envenenada, pero resultó ser una caja explosiva. Qué vergüenza.”

Un mago humano. “Siempre pasa lo mismo cuando formamos equipo con alguien que no sea Hawkwind. Es un verdadero problema.”

Un ladrón rhea. “Uno de los jóvenes aventureros me pidió que le ayudara a entrenarlo, pero, sí... no salió tan bien. Me siento un poco mal por ello.”

Todos se unieron a la conversación, uno tras otro.

Sin embargo, para Raraja lo decisivo fue el nombre “Hawkwind”. Cualquier ladrón que trabajara en Scale, por muy humilde que fuera, habría oído su nombre al menos una vez. Raraja lo conocía, aunque apenas. Lo que significaba que este grupo era...

¡¿El grupo de Sezmar...?!

“¿¡É-Él los conoce!?” Raraja preguntó en voz baja, sorprendido de que el hombre de negro tuviera tales conexiones. Solo obtuvo un ladrido desinteresado por parte de Garbage en respuesta.

Elegí a la persona equivocada para preguntar...

Pero a Raraja le faltó valor para inmiscuirse en una conversación entre aventureros de primer nivel.

La mujer elfo, Sarah, miró a Raraja y Garbage con una sonrisa felina.

“Entonces, Iarumas, lo escuché de Aine. ¿Finalmente formaste un grupo?” Sarah se acercó a ellos. Su curiosidad era evidente por la forma en que sus ojos brillaban y sus orejas, tan parecidas a las hojas de bambú, se balanceaban. “Son estos chicos, ¿eh? Aine sólo mencionó a la chica cuando hablamos, pero veo que también tienes un chico.”

“Ahhh...” Murmuró Iarumas, mirando al cielo mientras se esforzaba por averiguar cómo debía responder.

Tras darle vueltas a cientos de palabras en su cabeza, Iarumas miró finalmente a Sezmar.

El luchador sacudió la cabeza con su casco puesto, y sin piedad dijo: “Yo tampoco sé cuál es tu situación. No puedo ayudarte ahora.”

“Seguro que sí.”, suspiró Iarumas. Ajustó la posición de la bolsa que había traído consigo y volvió a suspirar. “Las bebidas corren por mi cuenta, así que ayúdanos.”

“Ahora sí que hablas”, replicó Sezmar. Su rostro estaba oculto por el casco, pero probablemente — no, definitivamente tenía una sonrisa radiante en su rostro. Que pudiera llevar a cabo esta expresión sin parecer sarcástico era una marca de la virtud del hombre.

Con un grito de “¡Es hora de beber!” para animar al resto del grupo, Sezmar giró hacia Iarumas. “Pero, en realidad, ¿cómo va todo? Estoy interesado.”

“Bien”, Iarumas se cruzó de brazos. Raraja tragó saliva sin percatarse. “Tienen potencial. Lo que les falta es experiencia.”

“¿Ah, sí? ¡Ya veo!”

Escuchar eso pareció poner a Sezmar de mejor humor. Le dio una palmada en la espalda a Raraja, el impacto de su mano, que llevaba un guantelete, hizo que el chico se tambaleara y soltara un: “¡¿Whoa?!”.

“Bien por ti, jovencito. Y también por la señorita Garbage. Eso es un gran elogio, viniendo de este tipo.”

Sezmar dejó que Raraja casi se cayera cuando empezaba a despeinar vigorosamente el cabello de Garbage. La chica protestó con un “¡Yelp! Yelp!” mientras su cabello rizado, como el de un perro, terminó todo alborotado.

Iarumas observó por el rabillo del ojo cómo Garbage se daba cuenta de la inutilidad de su resistencia y se calmó. Luego se encogió de hombros y él preguntó: “¿Qué se supone que significa eso?”

“Bueno, ya hablaremos de ello durante las copas de esta noche”, respondió Sezmar. “Ahora, ¡adelante! ¡A la taberna! Nada mejor que un buen trago después de una aventura.”

“¿Eh? ¡¿Uh, wah...?!”, balbuceó Raraja. Sezmar lo arrastró del brazo, sin dejarlo decir una palabra de más, y Raraja estuvo a punto de tropezar de nuevo. Aunque... sí, él ya había estado planeando acompañarlos basado en cómo había ido la conversación hasta ahora. El agarre firme de la mano —puesto un guantelete— en el brazo de Raraja, era indoloro pero inquebrantable como un grillete de hierro.

Además, con los All-Stars reunidos alrededor, no había ninguna posibilidad que escapara.

“¡H-Hey, espera...!” Siendo llevado como prisionero, Raraja miró a su alrededor buscando a alguien que lo salvara, sus ojos se posaron sobre el hombre de negro.

Su garganta se convulsionó. Las palabras brotaron, como si hablara por primera vez.

“¡¡¡Iarumas — Garbage!!!”

Obtuvo una respuesta. Esos ojos azules claros, como un manantial de agua, estaban enfocados en Raraja.

“¡Arf!”

¿Ella le estaba agradeciendo? ¿Alentándolo? ¿Diciéndole que se rindiera? ¿O no significaba nada en absoluto?

Garbage trotó detrás de Iarumas como un cachorro que sigue a su amo. En cuanto a Iarumas, se limitó a encogerse de hombros y siguió avanzando a paso relajado.

No parecía probable que ninguno de los dos lo salvara.

Bien por mí, pensó Raraja. Esto no era tan malo. Era mucho mejor que estar en ese clan podrido.

“¡Será mejor que recuerdes esto!”, gritó vengativamente, luego sonrió. “¡¡¡Soy Raraja!!!”


Al final, cuando consiguieron que un obispo de la taberna —el Sumo Sacerdote Tuck— evaluara su botín, el tesoro resultó ser muy barato. Sin embargo, eso era sólo para los estándares del botín de la mazmorra. Si se lo llevaban a otras tierras, podrían venderlo por mucho dinero — aunque no se quedaran de por vida, podrían perder el tiempo durante décadas con los ingresos.

Iarumas era fiel a su palabra, y una vez que había pagado al Sumo Sacerdote Tuck por sus servicios, repartió el botín a partes iguales.

Pero... Raraja nunca consideró dejar la ciudad con su parte. En lugar de eso, sus pensamientos estaban en la mazmorra, Iarumas, Garbage, sus camaradas, y su cliente.

Y así, satisfecho en la conclusión de que las cosas le saldrían mejor la próxima vez, decidió que era hora de sumergirse en la paja de los establos y descansar.

Al menos... por el momento.

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