Blade & Bastard Vol. 1, Capítulo 1

Blade & Bastard novela ligera español Volumen 1, Capítulo 1.
Raruk Berg

Blade & Bastard volume 1 novela ligera
Blade & Bastard vol. 1 novela ligera
Traducción jpn-ing: J-Noxx xxxx
Traducción ing-esp: Raruk Berg
Correción: Raruk Berg
Info! Esta traducción es una versión revisada y corregida: versión 2.0.

Blade & Bastard 1: Warm ash, Dusky Dungeon

Capítulo 1: Iarumas

Overlord volumen 1 capítulo 1

Parte 1

Whoosh!* El olor a ceniza se arremolinaba en el aire.

El murmullo se convirtió en oración, la oración en un encantamiento, y luego, en un mandato.

Rezar.

Esa palabra no era dirigida a los vivos. Era para quien alguna vez estuvo aquí, para quien aún no se había perdido.

¿Pero por qué él debía rezar, exactamente?

Esperanzas. Sueños. Apego. Resentimiento. Deber. Obligación. Obsesión. Deseo.

¿Por qué vivimos, y por qué morimos?

Todas esas cosas no son conocidas por los vivos. Ni siquiera por los muertos. ¿Por qué la muerte traería la iluminación de las cosas que no pudimos entender en vida?

Y, sin embargo, en el silencio, a veces se emite una respuesta. Un grito sin voz. Un llamamiento sin palabras. Un grito, arrancado desde el alma.

Pero hay aquellos para los que ni siquiera eso es posible.

Sus voces no emiten ningún sonido. Sus palabras se mantienen inconexas. Ni siquiera tienen fuerzas para gritar.

¿Se trata de resignación? ¿Aceptación? ¿O simplemente agotamiento?

Sea lo que sea, este joven luchador que había caído—

“¡Rodan...! ¡¿Tienes que estar bromeando?!”

—se había convertido en cenizas.

Ante el montículo de ceniza que se desmoronaba en el altar, sus compañeros, que habían estado mirando, gritaron en angustia.

Era una escena que parecía fuera de lugar en el silencioso templo, pero que aquí era algo cotidiano, incluso terriblemente familiar para Iarumas. Se mantuvo de pie, de espaldas a la pared, con los brazos cruzados, observando el lamento de los aventureros.

Él había visto esta escena antes, más veces de las que podía recordar. Por eso, Iarumas no sintió nada cuando avanzó con pasos poderosos, casi como si diera con fuerza el suelo de piedra. Bajo su oscura capa, una vara barnizada de negro emitió un sonido de traqueteo.

La vara negra.

Los aventureros se percataron de Iarumas no porque estuviera allí, sino por aquel sonido.

“Es una pena.”

Las palabras de Iarumas eran sinceras — era una pena. Pero, la suerte del tal Rodan se había acabado. Él lamentaba eso desde el fondo de su corazón.

Ocho ojos giraron hacia Iarumas mientras los cuatro le lanzaban miradas penetrantes. La severidad de las mismas pareció recordarle algo que había estado olvidando, así que añadió: “A propósito de los dos.”

Tradicionalmente, los grupos estaban formados por seis miembros. Él no sabía cómo era en otros lugares, pero así era como lo veía Iarumas, y como lo hacía también la gente de esta ciudad. Sin embargo, el número de aventureros en este santuario de piedra —excluyendo a Iarumas— era de cuatro.

Fue desafortunado, una suerte podrida. Fallar en la resurrección de dos de sus compañeros. No había más que eso.

“Ahora, en cuanto al pago”, continuó Iarumas, “los dos que traje aquí llevaban equipamiento y dinero— me quedaré con la mitad.”

“¡¿Vas a hablar de dinero en este momento?!”

Iarumas pensó que sólo había dicho lo obvio, pero uno de los aventureros aparentemente pensó lo contrario. El musculoso luchador agarró a Iarumas por el frente de su ropa, apretando mientras intentaba levantar su delgado cuerpo en el aire.

No estaba causando mucho daño a Iarumas, pero no le gustaba la forma en que dificultaba la respiración.

“No hay necesidad de hacer semejante alboroto”, dijo Iarumas con exasperación, con la voz ronca. “Simplemente se convirtieron en cenizas.” No era como si sus almas se hubieran perdido. En lo que a él respecta, estaba diciendo la pura verdad, aunque no fuera un consuelo para estas personas.

“¡¡¡Imbécil!!!”

Sin embargo, parecía que sus palabras no habían llegado al luchador, que procedió a darle un golpe. Iarumas dibujó distraídamente la trayectoria del puño del hombre con los ojos, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado, y...

“¡Detente ahora mismo!”

El puño se congeló cuando una voz decorosa resonó en el santuario. No era magia, pero esas palabras tenían un poder detrás de ella. La voz pertenecía a una mujer. Una joven. Una cuyo atuendo no podía ocultar su belleza femenina. Dos largas y delgadas orejas sobresalían del cabello plateado que salía por debajo de su toca.

Esta era Aine — la Hermana Ainikki, una elfa.

Esta chica, que trabajaba como sierva de Dios en el templo, miró a cada uno de los aventureros. “¿No es la muerte una señal que vivieron una buena vida y se les permitió entrar en la Ciudad de Dios?”

Al ver que la cara del luchador pasaba de roja a azul, Iarumas pensó que ella acababa de echar leña al fuego.

“Entonces, ¡¿dices que está bien que hayan muerto?! ¡¿Eh?!”

“Debemos vivir bien y morir bien”, dijo Aine. “Eso es de sentido común, ¿no? Nadie puede cambiar eso.”

“¡Se convirtió en cenizas! No... ¡ustedes lo incineraron! ¡¡¡Ustedes arruinaron la resurrección!!!”

“¡No fallamos!” La voz de Aine sonó dolorosa, pero su tono no sería persuasivo. El luchador soltó al escuálido sacerdote y en su lugar dirigió sus colmillos hacia la chica.

“Entonces, ¡¿por qué ellos—?!”

“Dios está diciendo que vivieron la mejor vida que pudieron, ¡y no hay necesidad que regresen!”

Fue algo bueno. Incluso ahora, mientras el luchador miraba a Aine con el rostro retorcido por la rabia, ella creía en sus palabras desde el fondo de su corazón. Su sonrisa orgullosa, pacífica y sin una pizca de malicia, hizo que incluso estos aventureros endurecidos por las mazmorras dudaran por un momento.

Tras tomar esto como una señal que ellos querían escucharla predicar las enseñanzas, los ojos de Aine se entrecerraron felizmente. “Por supuesto, se nos permite retrasar la muerte... si, al revivir, el difunto fuera de mayor valor. Si desea resucitarlos, debemos demostrar la posibilidad de que sus compañeros harán un bien aún mayor. De lo contrario, Dios no estará convencido.”

En resumen, ella decía que este grupo tenía que hacer un diezmo mayor. Esto demostraría a Dios que, si los dos aventureros seguían vivos, podrían tener un valor aún mayor para el mundo. El precio más alto por su resurrección indicaba que Dios había reconocido el valor de las vidas de estos dos aventureros. ¿Por qué sus amigos no podían estar contentos con eso? Aine no entendía...

“¡Basta de tu piadosa palabrería!”, gritó enfadado el luchador, soltando saliva por el aire. Acto seguido, decidió salir furioso del santuario del templo, abriendo la puerta de golpe y cerrándola con fuerza detrás de él.

Iarumas observó distraídamente cómo Aine declaraba “¡Bien, ahora!” con las orejas y las cejas levantadas. En realidad, no había planeado intervenir si el luchador decidía golpear a la chica, ni habría sido necesario que lo hiciera. Pero se alegró de que el alboroto hubiera terminado — no quería perder más tiempo de lo necesario.

“Lo siento por eso, Iarumas.”

Iarumas miró el rostro del enano que le había hablado. Un luchador, por supuesto. Era un miembro del grupo del otro luchador.

Este enano e Iarumas eran conocidos, se habían visto en la taberna ocasionalmente, pero apenas habían hablado. Iarumas tampoco recordaba el nombre del enano. Sólo conocía el nombre “Rodan” porque el otro luchador lo había gritado, así que había asumido que era el nombre del aventurero caído. Los únicos detalles importantes sobre una persona eran su nivel, su clase y, en el caso de los hechiceros, qué hechizos conocían. Por eso Iarumas se quedó en silencio por un momento, sin saber cómo dirigirse al enano.

De todos modos, parecía que cualquier sentimiento que el enano hubiera deducido del silencio de Iarumas era positivo, ya que empezó a poner excusas. “Nuestro líder acaba de perder a dos de sus compañeros, así que está alterado ahora mismo... no piensa con claridad.”

“Está bien. No me molesta.” Eso era cierto. Nada de esto desconcertó a Iarumas.

El luchador de primera línea había sobrevivido, mientras que el mago Rodan y otro —el sacerdote del grupo, quizás— habían muerto. Es probable que hayan sufrido un ataque de flanqueo que haya desordenado su formación, provocando la muerte de los de la fila de atrás. El grupo había huido en la confusión, dejando atrás a sus compañeros caídos. Tuvieron que pedirle a Iarumas que recuperara los cuerpos, y luego la resurrección había fracasado. La pérdida de miembros y de dinero iba a dificultar la recuperación de su grupo; su exploración se retrasaría considerablemente.

“No le culpo por haber perdido la calma. Pero... el progreso ha sido lento para todos últimamente”, dijo Iarumas. No había necesidad que el grupo se apresurara. No iban a retrasarse con respecto a los demás que buscaban despejar la mazmorra.

Iarumas ofreció algunas palabras de condolencia. El enano se quedó totalmente callado. Entonces, Iarumas continuó: “¿Podría... pedirle que me pague ahora?” Esto era importante. Pero, al mismo tiempo, no era absolutamente vital. “Si no puedes, sólo significará que no recuperaré los cuerpos de ninguno de ustedes la próxima vez que los encuentre. Solo eso.”

“Bueno, eso sería un problema para nosotros”, dijo el robusto enano, haciendo una mueca. Sacó una bolsa de monedas de oro. “Si te encuentras con nosotros ahí abajo, tráenos de regreso, ¿quieres?”

“Entendido. Si te encuentro, lo haré.” Iarumas cogió la bolsa de dinero sin vacilar y la metió dentro de su capa. Las pesadas monedas le parecieron muy fiables. Después de todo, podían servirle de mucho.

“Hasta luego, entonces”, dijo el enano.

“Sí.” Iarumas asintió. “Dile que no deje que las cosas lo depriman demasiado.”

El enano, quien se iba con el resto de su grupo, no dio ninguna respuesta a Iarumas. En su lugar, la puerta se abrió mucho más silenciosa que la última vez, los pasos atravesaron la puerta y luego se cerró de nuevo.

Iarumas se quedó a solo junto a Ainikki en el santuario de piedra. Con el ligero olor a ceniza que flotaba en el aire, una abatida Aine murmuró: “¿Por qué crees que se enfadó tanto...?”

“Porque la resurrección fracasó.”

“¡No falló!” El cabello de Aine se agitó en el aire mientras dirigía rápidamente sus hermosos ojos hacia Iarumas. “Él fue quien lo malentendió. Dios pensó que esas personas vivieron una vida valiosa, ¡así que no había necesidad de que hicieran todo de nuevo!”

Al actuar con tanta indignación, Aine parecía terriblemente inmadura, lo que contrastaba con su raza élfica.

No — en esta época, Iarumas había escuchado que incluso los elfos y los enanos no vivían mucho más tiempo que los humanos. A medida que la magia desaparecía del mundo, las hadas también habían llegado a no ser tan diferentes de las demás personas. Hoy en día, las otras razas sólo eran un poco más veloces, un poco más bonitas o un poco más resistentes que los humanos. Y diferencias triviales como ésas, no significaban nada para Iarumas. Sabía que, a medida que se adentraran en la mazmorra, esas diferencias terminarían por desaparecer.

“¡Pero lo más importante!” La voz de Aine, parecida a una lira, se disparó en una octava sinfonía. “¡No lo he olvidado! ¡Todavía no has podido demostrarle a Dios tu valor, Iarumas-sama!”

“Estoy agradecido por mi resurrección”, canturreó Iarumas en un tono desinteresado, exponiendo sus sinceros sentimientos. “Pero no creo que tenga la responsabilidad de ello.”

“Es esa mala actitud tuya la que impide que Dios reconozca que tu vida tiene un mayor valor.” Aine puso las manos en sus caderas, destacando su pecho como si tratara de enfatizar las curvilíneas de su cuerpo bajo su hábito. “Como tal, ¡debes mostrarle a Dios que puedes vivir una mejor vida!”

“Entonces, estás diciendo 've a recoger más cadáveres', ¿verdad?”

A él no le molestaba eso particularmente.

Iarumas se pasaba su día a día transportando los restos de los aventureros caídos —personas que ni siquiera conocía— a la superficie. Era natural que se le permitiera llevarse el dinero y el equipamiento de ellos por hacerlo. Al fin y al cabo, no les serviría de nada si nunca los revivían. A veces, como ocurría hoy, incluso le contrataban otros aventureros para recuperar cadáveres. De nuevo, no le importaba hacerlo, ni pagar el diezmo al templo por su resurrección.

Pero…

“Soy un aventurero. No un retriever[1]”, declaró Iarumas, como si confirmara ese aspecto consigo mismo. Respiró de forma relajada, y luego espiró las mismas palabras que pronunciaba todos los días, con el aliento intacto: “¿Trajeron a alguien que pudiera conocer?”

“Lamentablemente, no.” La Hermana Ainikki le dio la respuesta habitual con el mismo timbre de voz de todas las veces. “Sinceramente, no creo que debas hacerte ilusiones...”

“Tengo que seguir adelante hasta encontrar a mis compañeros. No puedo avanzar.” Dicho esto, Iarumas se dirigió a la puerta de salida del templo.

A su espalda, oyó que Aine le decía que tuviera cuidado y luego comenzó a murmurar las palabras de una oración. Él aceptó agradecido, abrió la puerta y cruzó el umbral antes de cerrarla tras de sí.

¿Qué tipo de sonido hacía? Se lo preguntó, pero no valía la pena detenerse por ello.

Tras salir del templo, el cielo azul y la luz del sol que palidecía asaltaron los sentidos de Iarumas. Comenzó a caminar, entrecerrando los ojos con irritación por el dolor que sentía en el fondo de sus ojos, que se habían acostumbrado a la oscuridad.

Se encontraba en una calle empedrada sofocantemente estrecha en el centro de la ciudad, en la que se apretujaba casi todo. La calle no era especial en ese sentido. Esta ciudad fortificada había intentado meter todo lo que el mundo podía ofrecer dentro de sus paredes, de modo que todas las calles eran así. Habían reunido todo en un intento de mantener a raya lo que les asustaba — lo cual era de esperar.

La única excepción a esto era un lugar en las afueras de la ciudad — un gran agujero.

“Oye, mira eso.”

“Iarumas, eh...”

“Iarumas de la Vara Negra.”

“Es un saqueador de cadáveres.”

“Maldito sea ese gusano...”

“He oído que fue resucitado por error.”

“Bastardo con suerte.”

“¿Quién sabe si su historia es cierta? ¿Qué clase de hombre no recuerda las cosas que sucedieron en su pasado?”

Mientras Iarumas caminaba hacia ese lugar, escuchó a los transeúntes de la calle —otros aventureros— refunfuñar.

No le importaba. No creía que sus opiniones tuvieran ninguna importancia para que él avanzara hacia el interior de la mazmorra.

De repente, Iarumas creyó detectar el olor a ceniza en la brisa, lo que le hizo sonreír. Era un olor agradable, y terriblemente familiar, como el de las calles mojadas después de la lluvia.

§§§

En la antigüedad, hace mucho tiempo, el pueblo lo había olvidado.

¿Quién puede decir cuántos años pasaron después de eso? Un día, cuando nadie sabía que había existido, regresó abruptamente.

La mazmorra.

Este agujero mágico, repentinamente excavado en la tierra, estaba literalmente rebosante de poder. Se adentraba en las profundidades de la tierra —nadie sabía hasta dónde— y estaba plagado de monstruos y tesoros.

Naturalmente, muchos autoproclamados héroes, santos y sabios desafiaron a sus profundidades uno tras otro. Muchos de los malvados villanos que vagan por nuestro mundo también intentaron apoderarse de la mazmorra. Sin embargo, todos ellos fueron engullidos y destruidos por ella.

Un descendiente del héroe legendario. Un gran sabio que pasó su vida estudiando la magia. Un joven impetuoso del pueblo.

Dentro de la mazmorra, todos eran iguales — los más débiles entre los débiles.

Nadie sabía qué era la mazmorra. Sólo sabían dos cosas, y quizás, sólo una.

En su interior, dormían tesoros que trascendían la imaginación. La mazmorra también era el hogar de monstruos devoradores de hombres, y estaba llena de trampas letales.

En resumen, todo lo que se sabía era que la mazmorra era un lugar más allá de la comprensión de la humanidad — un mundo totalmente diferente.

La gente llegó a considerar la mazmorra como algo peligroso, por lo que se mantuvo a una distancia respetuosa de ella. Sin embargo, los productos que salían de la mazmorra seguían siendo —de distintas formas y para distintas personas— atractivos. No faltaban personas que se aventuraran en la mazmorra en busca de riqueza y fama, para realizar hazañas de armas, o con algún otro propósito…

Morir repetidamente, superar el peligro y apoderarse de un tesoro — algunos se fueron adaptando progresivamente a la mazmorra.

Con el tiempo, las personas llegaron a llamarlos a estos... aventureros.

§§§

Este era el primer nivel subterráneo de la vieja y mohosa mazmorra que antes había sido olvidada por todos. Muchos aventureros iban y venían ahora de este lugar, y a Iarumas no le importaba poner un pie aquí.

Era habitual descender a la mazmorra con un grupo de seis personas, pero, no, a él no le importaba hacerlo solo.

“Ahora bien...”

Iarumas miró a su alrededor —las piedras que componían la mazmorra habían sido colocadas con tanta pulcritud que resultaba antinatural. Este paisaje de piedras poco llamativas continuaba sin fin— o eso le habían dicho. Todo lo que vio Iarumas fue oscuridad y líneas blancas que se extendían infinitamente.

La estructura reticular de la mazmorra.

La estructura de la mazmorra. ¿Cuánta distancia representaba cada segmento? Iarumas no lo sabía. Nadie lo sabía.

Algunos afirmaban que eran sólo unos pasos; otros, que era una cuadra de la ciudad. Otros afirmaban que la distancia podía abarcar toda una ciudad.

En el interior de la mazmorra, uno no podía confiar en sus sentidos, incluyendo la sensación de sacar un fajo de papel milimetrado desde su capa de todos modos:

Una vez ubicado el espacio en el mapa.

Ni más ni menos.

larumas estaba acostumbrado a este lugar. Sabía por dónde caminar y cómo. Pero de todos modos sacó un fajo de papel milimetrado de su capa y comenzó a hojearlo, como era costumbre en él.

“¿A qué nivel debo bajar hoy? Esa es la pregunta.”

No hace falta decirlo, pero adentrarse en la mazmorra en solitario fue un acto de locura. Pero, bueno... eso es si se intentaba tratar de despejarla.

Iarumas avanzó con cuidado hacia una puerta que alguien ya había pateado. Cuando entró en la cámara funeraria que había tras ella, un leve olor a sangre flotaba en el aire. Aquí había cadáveres, sí. Pero no de aventureros — eran los restos despedazados de monstruos.

“Un orco, ¿huh?”

Estos cadáveres humanoides pertenecían a demonios con feos rostros parecidos a los de un cerdo. Dos o tres orcos yacían despedazados junto a un cofre de tesoros abierto. Muchas de sus heridas no parecían mortales, así que la batalla debió ser larga y prolongada.

“Novatos, entonces.”

Tras concluir esto con una sola mirada, Iarumas pasó por encima de los restos de los orcos sin mayor preocupación.

Los orcos figuraban entre las criaturas más débiles de la mazmorra. Aunque, obviamente, en realidad eran las personas las que estaban en el fondo del ecosistema de la mazmorra. En ese sentido, los orcos seguían siendo una terrible amenaza. Si un grupo no podía derrotarlos, jamás llegaría a ninguna parte con rapidez aquí abajo.

Estos aventureros no habían perdido a nadie, o al menos, no habían dejado atrás los cadáveres de sus amigos y huido, así que tenían cierto potencial.

“¿Mm...?” Iarumas se agachó a examinar el cadáver de un orco que había estado a punto de pisar.

El golpe mortal es diferente...

Fue preciso. Y afilado. A diferencia de las otras heridas, ésta había sido claramente asestada por un veterano.

Bueno, eso no es tan raro, ¿no? Un aventurero más experimentado estaba guiando a los novatos a través de la mazmorra. No hay nada sorprendente en eso.

Iarumas examinó la herida por un momento. Una vez satisfecho, continuó caminando a paso relajado. No hasta una puerta cerrada, por supuesto. Se dirigió a una cámara funeraria — cuya puerta mostraba signos de haber sido pateada.

Corredores y cámaras funerarias. Monstruos que las custodian. Tesoros dormidos.

Estas cosas eran infinitas, pero al mismo tiempo, limitadas.

Eso podría parecer paradójico, pero era la verdad. La mazmorra tenía un final. Además, no era como si una cantidad ilimitada de monstruos y tesoros fuera a aparecer. Una vez que alguien mataba a los monstruos y cogía su botín, no volvían a aparecer por un tiempo.

Otra regla de la mazmorra: cada cámara funeraria tenía sólo un grupo de monstruos. Esto significaba que, si uno seguía un camino que otro ya había despejado, la mazmorra sería segura.

Segura, ¿huh?

Iarumas sonrió al pensar en ello. Tal vez sería más preciso decir que el camino sería comparativamente seguro.

Algunos monstruos merodeaban. Había trampas. Y, lo que es más importante, al seguir una ruta ya despejada, se renunciaba a cualquier cofre de tesoros o a la posibilidad de realizar hazañas de armas.

Era el precio a pagar por un poco de seguridad —algo poco frecuente en la mazmorra— pero era algo absurdo de hacer.

Vagando de este modo por la oscuridad de la mazmorra, Iarumas sólo buscaba una cosa:

Los cadáveres de los aventureros.

Tras continuar un rato, Iarumas se detuvo a pocos espacios delante de una encrucijada y contuvo la respiración. Apoyó su cuerpo contra la pared, bajó las caderas y se inclinó lenta y pausadamente hacia delante.

Iarumas ya podía oírlos. Pasos. Sonidos de metal con metal. Varios de ellos. Acercándose.

“GORROOGG...”

“GROOWL...”

Al doblar la esquina, aparecieron unos hocicos empapados. Mandíbulas como las de un perro. Eran kobolds con armadura.

Los tres kobolds gruñían por algo mientras marchaban por la mazmorra.

¿Vienen hacia aquí? Iarumas se aferró a su arma bajo el abrigo, mirando a la oscuridad. Visualizó un mapa de la mazmorra en su mente, encontró una cámara funeraria cercana a la que podía huir y calculó cómo llegar allí. En caso de que se viera obligado a luchar, ¿qué lugar le sería más ventajoso?

Una vez que toda esta información pasó por su cerebro, los pasos de los kobolds ya se habían desvanecido.

Iarumas respiró aliviado.

¿Es la hora?

Se trataba de un instinto infundado — una corazonada, producto de la experiencia. Si se encontraba con monstruos errantes, eso era señal de que algo estaba ocurriendo en la mazmorra.

Iarumas sacó una herramienta de su bolsillo —una antigua moneda dorada atada con un cordel— y la arrojó por el pasillo. La moneda rebotó en el suelo, rodó, cayó y luego... no sucedió nada. La enrolló y avanzó un espacio.

Iarumas llamó a esta herramienta la Moneda Rastrera.

Monstruos, trampas —suelos giratorios y trampas— e ítems desconocidos que habían sido desechados por otros aventureros... Éstas eran las amenazas por las que utilizaba la Moneda Rastrera para explorar. Los monstruos recogerían la moneda, y ésta podría desencadenar trampas en el suelo en lugar de Iarumas.

También era más ligera y fácil que balancear un palo.

Esta moneda que rebotaba por el suelo era la única compañía de Iarumas durante su exploración.

Así que, bueno, en realidad no estaba tan solo.

§§§

No hay cadáveres, ¿huh?

Iarumas chasqueó la lengua. El sonido resonó ligeramente dentro de la mazmorra.

No era la ausencia de cadáveres lo que le irritaba. En realidad, fue que los cadáveres eran lo único en lo que podía pensar. Iarumas había atravesado varias cámaras funerarias tras encontrarse con los kobolds, siguiendo el rastro dejado por los que habían llegado antes que él.

¿Y qué tenía él para demostrar eso? Nada.

No había cadáveres y, por lo tanto, nada que pudiera recuperar. Todo lo que había encontrado fueron restos de monstruos.

“Kafaref nuun darui (Sigue a los espíritus de los sin vida), ¿huh?” Pronunció las palabras de un hechizo,「KANDI」, que no pudo usar — obviamente, no sirvió de nada. Iarumas tendría que buscar por su cuenta.

No le importaba el esfuerzo realizado. Siempre era así. No era un problema.

Aun así, a Iarumas le molestaba que estuviera tan obsesionado con la ausencia de cadáveres. Adentrándose en la mazmorra, caminando todo el día sin nada que mostrar, y saliendo de esta. Luego, hacer la misma tarea el día siguiente.

No podía dejarse llevar por el resentimiento del proceso. Era su vida cotidiana.

La forma en que las cosas deberían ser.

Estoy pensando como si realmente fuera un retriever de cadáveres... Seguramente fue por lo que le había dicho la Hermana Ainikki. Iarumas negó lentamente con la cabeza.

Marcas negras de quemaduras se extendían frente a él.

Sí, marcas de quemaduras. El suelo de esta cámara funeraria estaba ennegrecido por las graves quemaduras que había sufrido. Iarumas podía sentir que, si tocaba el suelo, todavía estaría caliente.

También supo que esto no se trataba de magia. Este patrón de resplandor solar que emanaba del centro de la cámara funeraria era una cicatriz dejada por una explosión que había llenado la habitación. Llamas, una onda expansiva y un viento abrasador. Su poder había sido letal.

Nadie había utilizado un hechizo como ese en el primer nivel de la mazmorra. Los monstruos de aquí no eran tan inteligentes, así que si había un lanzador de hechizos que pudiera haber hecho esto...

No lo habrían lanzado aquí — habrían querido guardarlo para después.

Podría ser una molestia lidiar con pequeños alevines, pero nadie iba a ser tan tonto como para lanzar un hechizo de alto nivel sobre ellos. Los magos siempre tenían un límite en cuanto a la cantidad de palabras de poder que podían almacenar en sus mentes. Aquellos que las desperdiciaban morían rápido... y este lugar estaba un poco más profundo que el primer nivel como para que hubiera sido una prueba de fuego.

Eso solo dejaba una respuesta.

Fueron atrapados en una trampa de explosión, ¿huh?

Probablemente. Iarumas siempre tenía que añadir esa palabra calificativa. Probablemente se equivocaron al abrir un cofre de tesoros.

¿Fue el error de un ladrón? ¿Quizás el ladrón de este grupo había quedado paralizado antes de llegar a este lugar, pero se habían obligado a intentar abrirlo de todos modos? No había monstruos que infligieran veneno o parálisis en este nivel, pero había trampas de agujas de ambos tipos. Si el ladrón, que tenía la tarea de abrir cofres de tesoros, hubiera sido golpeado por una de ellas, entonces habría sido un error común de novato al continuar.

Llamar un error a esto podría no ser justo.

Todo el mundo quiere compensar sus pérdidas. Seguir avanzando poco más, arriesgarse un poco más — haciendo estas cosas, podrían recuperarlo todo.

Ese es el tipo de lugar que era esta mazmorra. Si alguien fuera a aventurarse aquí, sabría desde el principio que era algo peligroso.

Sin embargo, con riesgo calculado o sin él, el resultado era el mismo — la bomba había estallado, y ellos habían resultado malheridos. Al no haber cadáveres aquí, el grupo no había sido aniquilado. Debieron retirarse sin abandonar los cuerpos.

O bien es eso, o... continuaron explorando.

Seguro que no.

Si aquel aventurero de espada afilada estaba con ellos, nunca harían tal cosa.

Iarumas salió de la cámara funeraria, extrañamente sumido en sus pensamientos. Lanzó mecánicamente la Moneda Rastrera que sostenía en una mano, al suelo delante de él. Rebotó por el pasillo haciendo un pequeño tintineo, y luego...

¡BIP! ¡BIP! ¡BIP! ¡¡¡BIP!!!

Iarumas se reincorporó y se puso en guardia, pero al instante bajó las caderas y se preparó. Miró a su alrededor en las cuatro direcciones.

La causa de esta cacofonía era una de las trampas de la mazmorra — una alarma que llamaba a los monstruos. No sabía si los monstruos servían a algún tipo de Amo, pero el efecto era el mismo de cualquier manera. Una vez que un aventurero la activaba, tenía dos opciones: luchar o huir. No es que tuvieran ninguna posibilidad de escapar.

Ellos no están en esta cámara funeraria. Pero Iarumas estaba lúcido y podía sentirlos... Al otro lado, tras múltiples paredes.

Rápidamente, enrolló la cuerda de la moneda y presionó su oído contra una de las paredes de la cámara funeraria. Esta cámara era parte de la ruta que recorrerán los monstruos, y no quería que lo atraparan como premio extra en su camino.

El traqueteo de armaduras. Gritos. Chillidos. El aullido de monstruos. Los idiotas estaban...

¿Es por aquí?

Iarumas avanzó por la mazmorra con cautela parecida a la de las sombras. Mientras se deslizaba por una cámara funeraria abierta, y luego por otra, lo notó de inmediato.

Sangre.

El hedor a carne quemada y a sangre cocida. Sólo podía significar una cosa...

¿Hicieron estallar la bomba, pero imprudentemente trataron de seguir adelante de todos modos, sólo para activar una alarma?

“Idiotas”, murmuró Iarumas sin ninguna emoción. Habían traído a un luchador experto y aun así habían hecho de todo un desastre.

Cuando llegó a la cuarta cámara funeraria, Iarumas encontró por fin lo que buscaba.

“¡OINK! ¡¡¡OINK!!!”

“¡WIIIIII...!”

Criaturas humanoides — tres, no, cuatro orcos empuñando armas y chillando con entusiasmo. Estos monstruos parecían cerdos en pie sobre sus patas traseras, y estaban entre las criaturas más débiles de la mazmorra. Sin embargo, seguían siendo más fuertes que los humanos. Tal y como eran los cerdos.

Los cadáveres que ahora estaban a los pies de los orcos, eran exactamente lo que Iarumas había estado buscando.

Este grupo ya estaba agotado tras la explosión y los enfrentamientos, y luego... los orcos habían recibido refuerzos. Tras ser rodeados y golpeados con hachas y garrotes, los miembros del grupo estaban claramente muertos. Cada uno de los cadáveres llevaba su propio equipamiento, quemado, pero sólo ligeramente dañado. En total, contó... cinco cuerpos.

¿Cinco?

En este punto, Iarumas notó que algo andaba mal.

“¡Guau!” Desde el interior de la pila de cadáveres, se oyó un ladrido agudo, como el de un perrito.

Al acercarse, Iarumas vio a un pequeño y delgado aventurero — sucio y vestido en harapos. La armadura de cuero bajo su capa estaba podrida, y sólo empuñaba una simple espada larga. Iarumas pensó que tenía el aspecto de un chico joven... no, de un perro callejero con el cabello grasiento y rizado.

En el cuello del descarriado, había un robusto collar que probablemente valía más que todo su equipamiento junto.

Había una cadena —no particularmente larga— que unía el collar con la muñeca de uno de los muertos.

“¡¡¡Gurrrr!!!”

Es por eso que el aventurero no podía moverse muy bien. Solo estaba sosteniendo su espada y ladrando.

Acércate más y te cortaré... o te morderé, parecía decir.

Pero nadie teme a una bestia encadenada.

Aunque, tal vez estos orcos con cerebro de cerdo carecían de ese tipo de inteligencia.

“¡OINK! ¡¡¡OINK!!!”

Los orcos rodearon al luchador encadenado por los cuatro lados, señalando y riéndose de él burlonamente con burdos bufidos. Era como si dijeran: “¡Chicos, tenemos a uno muy animado para cenar esta noche!”.

El luchador tiró de su cadena detrás de él, balanceando su espada pese a las ataduras. La espada brilló a través del miasma de la mazmorra, afilada y rápida. Pero carecía demasiado del espíritu de lucha.

Su espada rozó el hocico de un orco, haciendo que la bestia se tambalease, con los ojos muy abiertos por la sorpresa. Y eso fue todo.

“¡WIIIIII...!”

Los orcos no tardaron en burlarse de su amigo por haberse sentido intimidado por aquel aventurero sobreviviente. A este no le gustó. Dando vueltas a su garrote, el orco gruñó como si dijera: Mira esto.

Lo que sucedería a continuación era obvio — se sumaría otro cuerpo a la lista de muertes del orco.

Cinco, seis, daba igual. Así que...

“Hea lai tazanme (Llamas, adelante)”, susurró Iarumas. Lanzó al vacío la llama que se había formado en la punta de sus dedos. El fuego rojo oscuro estalló con un sonido crepitante, engullendo la cadena que ataba al aventurero y fundiéndola en un instante.

En el exterior de la mazmorra, esta técnica habría sido considerada como algo especial, pero aquí, simplemente se llamaba「HALITO」.

“¡¿WIIIIII...?!”

“¡¿OINK?!”

Las cabezas de cerdo entraron en pánico. Los ojos del luchador —claros y azules— se clavaron en Iarumas.

“Haz lo que quieras.”

“¡Arf!” Con sólo un ladrido en respuesta, el perro callejero se puso rabioso y se lanzó, hundiendo sus dientes en la garganta de su presa.

Los otros cerdos chillaron, y un reguero de sangre se desvaneció en la oscuridad de la mazmorra. Cuando cayó el orco, ahogado en su propia sangre, su cabeza apenas seguía unida a su cuerpo.

Tras haber logrado esto con un solo golpe, el luchador se abalanzó sobre su siguiente víctima. La forma en que se lanzó hacia adelante, con la espada por delante, no era tan avanzada como para llamarla esgrima.

Sin embargo, era rápido, agudo y letal.

“¡¿¡¿OOOIIII—?!?!”

“¡¡¡¿¡¿¡¿SQUEEEE?!?!?!!!” 

Gritos de muerte del segundo orco, luego del tercero.

Durante el tiempo que tardó el descarriado en atacar, el último afortunado orco superviviente notó que todos sus amigos estaban muertos.

“¡OINK! ¡¡¡OINK!!!

Ante una situación desesperada, el orco optó por huir. Chillando, con lágrimas y mocos bajando por su cara, cayó por sí mismo para huir a cuatro patas como sus antepasados.

Cuando el monstruo pasó junto a Iarumas, éste se hizo a un lado para darle el paso. Ni siquiera lo miró mientras desaparecía en la profunda oscuridad.

“¡Guau...!”, ladró con reproche el aventurero de aspecto perruno a Larumas.

“No se gana nada con matarlo ahora.”

El aventurero parecía confundido, ya sea sobre el orco, sobre larumas, o sobre sí mismo. Como el aventurero no dejaba de mirarlo fijamente por debajo de su capa, Iarumas levantó ambas manos donde eran claramente visibles.

No sabía si su intención era clara, pero mientras se acercaba, el aventurero se limitó a mirarlo en silencio.

Eso era conveniente para Iarumas.

Comenzó a meter los cadáveres —que estaba a casi nada de ser carne picada— en los sacos que había traído. Hizo lo mismo con el equipamiento y demás cosas. Si lo traía todo de regreso, valdría dinero, así que podía soportar un poco de peso extra.

Es lo que hacen los aventureros.

Mientras trabajaba, Iarumas se topó con la cadena que mantenía atado al aventurero parecido a un perro. Se había tornado de un color marrón amarillento al derretirse. La olfateó y la apartó de una patada.

Supuso que estos aventureros eran de los tipos que se aprovechaban de los jóvenes recién llegados a la ciudad. Se hacían con las posesiones mundanas de su víctima detrás de la taberna y luego, si la víctima tenía suerte —o mala suerte, quizás—, lo utilizaban como escudo de carne. Y como habían dejado toda la parte del combate a su escudo de carne, no habían adquirido ninguna experiencia por ello, y por eso habían terminado de esta manera.

¿Acaso alguien querrá resucitar a estos tipos?

Sin embargo, el templo no discriminaba. Si Iarumas los traía, el templo se quedaría con los cuerpos, y Aine se lo agradecería.

El aventurero miraba en dirección a Iarumas, así que éste le devolvió la mirada.

“Si planeas resucitarlos, lleva dinero al templo.”

“¿Grrrrrr...?”

A Iarumas le daba igual si el aventurero entendía o no lo que decía.

Apretando los dientes ante el peso de las cuerdas que se clavaban en sus hombros, Iarumas comenzó a arrastrar los cuerpos.

Por eso, incluso al oír el golpeteo de pasos detrás de él, realmente no les prestó atención.

§§§

“¡Oye, Mifune! ¿No es ese Garbage?”

Iarumas, que había estado removiendo unas gachas grises parecidas al barro, levantó la mirada distraídamente al oír esa voz.

Se trataba de un caballero — un luchador, no, un señor que llevaba un casco de forma de dragón bajo el brazo. Este hombre varonil, de cabello rubio y ojos azules, lucía fuera de lugar en todas las formas que se pudieran imaginar. Después de todo, la Taberna Durga era un lugar frecuentado por aventureros — no un lugar en el que debiera estar un caballero.

Para empezar, el título de caballero no significaba nada en este lugar. Los ejércitos y las órdenes de caballería, que los distintos países seguían enviando a la mazmorra, sólo terminaban siendo tragados por sus profundidades. Muchos de ellos no eran lo suficientemente excéntricos como para seguir llamándose caballeros tras esa patética demostración, pero este hombre, Sezmar, era uno de esos raros caballeros libres.

Iarumas lanzó una mirada incrédula a Sezmar y dejó caer la cuchara que tenía en mano en el cuenco de gachas.

“Basta con ese apodo.”

“Ups”, dijo Sezmar. “Olvidé que no te gustaba Mifune... ¡Lo siento, lo siento! ¿Te molesta si me siento a comer contigo?”

“Si no le temes a los cadáveres, adelante.”

“No hay nada que temer en los cadáveres... siempre y cuando no se levanten.”

“Supongo que tienes razón.”

Teniendo en cuenta que había estado comiendo justo al lado de una pila de bolsas porta cadáveres, Iarumas no era quién para lanzar críticas al respecto. Además, a Iarumas nunca le habían interesado mucho los antecedentes de Sezmar. Sabía que el hombre era un luchador bien posicionado, y que había alcanzado un alto nivel. Con eso bastaba.

Sezmar se sentó en la mesa redonda y comenzó a hacer su pedido. “¡Oye, tráeme un poco de cerveza y carne! ¡Pierna de jabalí frita! ¡Y papas!”

“¿Dónde están los All-Stars?”, preguntó Iarumas, tomando nuevamente su cuchara.

“Todos estamos por nuestra cuenta, haciendo lo que nos gusta.” Sonrió Sezmar, dejando su casco sobre la mesa. Luego señaló al otro lado con su cincelada barbilla.

“Lo más importante, viejo... ¿Ahora estás festejando con Garbage?”

“¿Arf?”

Aquel ladrido provino del aventurero harapiento sentado frente a Iarumas y Sezmar. La manera en que enterraba la cara en el cuenco de gachas mientras comía era un tanto perruna. Se había quitado la capucha y su cabello rizado recordaba a Iarumas a un pequeño cachorro.

“Él, huh, parece haberme seguido. No deja de mirar, incluso cuando estoy comiendo, así que le di de comer”, explicó Iarumas, partiendo un duro trozo de pan negro y mojándolo en sus gachas. Luego, tomando lo que quedaba del pan, miró al otro lado de la mesa—

“¿Garbage...?”

“¡Guau!”

—y se lo arrojó hacia él.

“¿Qué, no lo sabes?”, preguntó Sezmar. “Bueno, supongo que tampoco te has preocupado mucho por ningún otro aventurero vivo.”

“Eres tendencioso.” Con una mirada a Garbage, que masticaba el pan recién adquirido, Iarumas dio un bocado al suyo.

Sezmar dejó escapar un suspiro exasperado. “Normalmente, ese no es el tipo de nombre que se le da a una persona.”

“Ah, ¿sí?”, dijo Iarumas. “A mí me parece un buen nombre.”

Al menos es más de una sílaba, pensó Iarumas.

Sezmar no dio una respuesta inmediata, sino que, en silencio, devoró la carne asada que había traído la camarera. Tras limpiarse la grasa de los dedos, dijo: “Bueno, hay una historia detrás. ¿Quieres oírla?”

“Si te apetece contarla.”

“Claro, te lo contaré todo.”

Por lo que había oído —y Sezmar recalcó que era sólo lo que había oído—, Garbage[2] significaba justo lo que sonaba.

El otro día, un carro de esclavistas había sido atacado cerca de la ciudad. No había nada inusual en eso. Desde que la mazmorra había aparecido, los monstruos que habían sido olvidados en gran medida habían comenzado a regresar gradualmente. Habían destrozado el “cargamento” del traficante de esclavos, dándose un festín con él. Había sido una escena infernal, cuerpos por todas partes, y...

“Este chico era el único que quedaba. No se lo comieron.”

“¡Auuuuuu! ¡auuuuuu!”, exclamó Garbage.

¿Acaso él no se daba cuenta que los dos hombres estaban hablando de él? ¿O simplemente no estaba interesado?

Garbage estaba demasiado ocupado engullendo sus gachas poco apetecibles. Bajo las motas de comida que ahora tenía adheridas, su tosco collar brillaba con un lustre apagado.

“De todos modos, es un esclavo”, explicó Sezmar. “No habla y se comporta como un perro. Los tipos que lo encontraron—”

“Intentaron utilizarlo ya que era desechable, pero de alguna manera, él fue el que sobrevivió, ¿verdad?”, finalizó Iarumas.

“Exactamente. Y por eso sé su nombre.”

“Así que ni siquiera los monstruos se lo comerán”, murmuró Iarumas. “Él es las sobras... Garbage, ¿huh?”

Tendría que haber acabado muerto ya hace mucho tiempo, pero había sobrevivido. La mayoría de los aventureros famosos eran así.

Tuvo suerte. Eso es algo que se puede decir sobre él, pensó Iarumas. Al menos, le fue mejor que ser robado detrás de la taberna y luego golpeado hasta la muerte.

Sezmar se bebió su cerveza con un buen trago, y luego se limpió la boca con el dorso del puño. “Aquí estaba yo, pensando que lo habías comprado, larumas.”

“No soy tan villano como para andar comprando y vendiendo personas.”

“Entonces, podrías haberle salvado.”

“Tampoco soy tan buena persona.”

“Así que estás en el centro. Neutral, ¿huh?”

“Así es.” Iarumas asintió, y luego le contó a Sezmar el resumen de los acontecimientos del día. No había nada que ocultar, pero tampoco nada de lo que presumir. Sólo era un día más como cualquiera.

“Hmmm”, murmuró Sezmar, tomando un sorbo de cerveza. Miró a Garbage. Los rizos del chico rebotaban mientras mordisqueaba. “Bueno, no es fácil, mantener ese equilibrio neutral. ¿Esa es tu forma de entrenar?”

“Cuando se trata de técnicas de asesinato, dicen que ayuda tener la cantidad justa de maldad en ti. Pero quizá simplemente no pienso en estas cosas con tanta profundidad.” Iarumas soltó alguna tontería, se llevó el último bocado de gachas a la boca y dejó la cuchara. Cuando Iarumas se puso de pie, el movimiento de su silla hizo que la cabeza de Garbage se levantara de repente.

“Ten cuidado”, advirtió Sezmar en voz baja mientras masticaba su carne rostizada hasta el hueso.

Iarumas ladeó la cabeza y preguntó, “¿Por qué?”

“Puede que el grupo del chico haya sido aniquilado, pero eso no significa que su clan haya sido destruido.”

Clan. Iarumas sonrió ante la palabra desconocida. Había oído que los aventureros habían formado clanes recientemente. Sabía que se refería a un grupo de aventureros, pero aun así le sonaba ridículo.

Mejor que un gremio, al menos.

Riendo, Iarumas respondió: “Me estuvo siguiendo por su cuenta, así que no hay nada que pueda hacer al respecto.”

Garbage bajó de un salto de su asiento y comenzó a usar sus harapos para limpiarse las gachas de la cara. Iarumas lo vio hacer eso, y luego, en un murmullo, añadió: “No es mi problema.”

“Él tampoco cree que sea un problema.”

“En eso tienes razón.” Satisfecho con esto, Iarumas agarró la cuerda que unía las bolsas de cadáveres y dio un tirón, levantándolas. El peso de las mismas penetró en su hombro y se sintió un poco indeciso a la hora de subir al segundo piso de la posada.

Al ver esto, el rostro de Sezmar se dibujó en una sonrisa. “Oh, vamos. ¿Vas a dormir junto a esos cadáveres?”

“No hay nada que temer mientras no se levanten, ¿verdad?”

“Maldita sea, eso es cierto.”

Iarumas comenzó a caminar. Los cadáveres seguían su rastro, siendo arrastrados ruidosamente por el suelo.

“¡Arf!” También se oyó un pequeño ladrido, y el sonido de unos pasos ligeros.

“Pero ya sabes...”, murmuró Sezmar. “Ahora que lo veo de nuevo, podría jurar que he visto esa cara en alguna otra parte antes...”

Debido al ruido, Iarumas no se percató particularmente de ese último comentario en forma de murmullo.

§§§

Cuando Iarumas abrió la puerta de la habitación que alquilaba, Garbage se coló dentro.

“Oye...”, gritó él detrás del chico.

Garbage respondió con un quejido interrogativo y luego se acurrucó en un rincón de la habitación, como lo haría un perro o un gato. Incluso no tenía expresión mientras lo hacía, actuando como si fuera un comportamiento totalmente natural. Cuando Iarumas lo llamó, Garbage se limitó a levantar la vista como si dijera: “¿Necesitas algo?”.

Era una habitación pequeña, pero era mejor que dormir afuera. Una cama, dos aventureros y un montón de cadáveres. Un cálculo matemático fácil.

Iarumas pateó los cuerpos dentro de la habitación, y luego se acercó y se paró junto a Garbage sin decir una palabra.

“¡¿Yap?! ¡¿Yap?!”

Con una expresión indiferente, Iarumas tomó al pequeño harapiento por el cuello. El chico empezó a chillar. Ignorando sus protestas como las de un perro, Iarumas arrojó el cuerpo sorpresivamente liviano de Garbage sobre la cama.

“¡¿Aruff?!”

“Si vas a dormir, entonces duerme ahí. Este es mi sitio.”

“¿Guau~~?” Garbage lo miró con desconfianza. Iarumas resopló y se sentó en una esquina de la habitación. Cuando comenzó a usar a uno de los cadáveres como almohada, Garbage soltó un pequeño “Arf”.

“No te preocupes por eso. Duerme de una vez.”

Iarumas parecía indiferente, así que Garbage terminó rindiéndose y se hizo un ovillo sobre las mantas.

Es como dormir en los establos.

A Iarumas le pareció que este arreglo era más cómodo que una cama. Cuando dormía en una cama, sentía como si estuviera envejeciendo. Si alguna vez llegara el momento en que tuviera ganas de dormir en una cama, entonces ese sería el momento de hacer las maletas y dejar de ser un aventurero. El frío y duro suelo, el tiempo que pasaba con los cadáveres — todo formaba parte de su vida cotidiana.

Mientras se dormía, Iarumas pensó: Estoy seguro que siempre hice esto en mi vida pasada.

Soñó con el olor a cenizas. Algo familiar... así es como se sentía.

§§§

Al día siguiente...

Era perfectamente natural mantener la distancia de un hombre arrastrando cadáveres por la calle a plena luz del día. Era un espectáculo desconcertante, aunque estuviera regresando a la mazmorra... y quizás, incluso si no hubiera sido Iarumas quien lo arrastrara.

A Iarumas no pareció molestarle nada de esto — caminó en silencio. Para él, los cadáveres eran cadáveres, y mientras no comenzaran a moverse sobre él (ya sea a través de la resurrección o convirtiéndose en no-muertos), entonces no habría problema. Si alguien presionara a Iarumas para obtener una opinión sobre ellos, podría responder diciendo que ellos podrían ser un lugar práctico para almacenar ítems ocasionalmente, pero eso era todo.

Una vez fuera de la posada, Iarumas no dejó de caminar. Sólo había una cosa que difería de su rutina habitual...

“¡Arf!”

Una pequeña sombra trotaba detrás de él.

La presencia de despojos de algún monstruo —Garbage— no afectó en nada la impresión que la gente tenía sobre Iarumas. El tipo espeluznante, tenía ahora a un sucio aventurero acompañándolo. No era gran cosa.

Arrastrando, trotando, susurrando. Arrastrando, trotando, susurrando.

Era un dúo instrumental de arrastre de cadáveres y pasos perrunos, con el susurro de los transeúntes como complemento.

Este espectáculo terminó cuando llegaron a una bifurcación del camino. Iarumas miró hacia atrás y coincidió con los ojos de Garbage, que estaban hundidos en lo más profundo de la capa del chico.

“¿Yap?” Garbage ladeó la cabeza hacia un lado.

Iarumas soltó un profundo suspiro. “Lo haré de todas formas”, murmuró a nadie en particular. “Cuantos más cadáveres mejor, supongo...”

Sin mayor deliberación, dobló por una calle lateral. Este camino no conducía al templo — sino a la mazmorra.

¿Llevar cadáveres a una mazmorra? Eso parecía un retroceso. Extraño. No tenía sentido.

Tch, es Iarumas. Es espeluznante.”

“¿Un mago, por sí mismo, llevando cadáveres a la mazmorra...? Oh... ¿Los está entregando?”

Me gustaría que los resucitara y terminara con esto...” Este comentario, al menos, era algo que nadie en la ciudad pensaría jamás.

Era muy común para los aventureros, que no querían pagar el diezmo del templo, lanzar magia de resurrección a los miembros de su grupo mientras estaban dentro de la mazmorra. Es decir, los aventureros estaban demasiado cortos de dinero para pagar la resurrección, o tenían un nivel tan alto que no necesitaban ir al templo.

Quizá Iarumas se dirigía a la mazmorra para tener una reunión que no podía realizar en público, una con aventureros de diferente alineamiento. Fuera lo que fuera, había una gran diferencia en la tasa de éxito de la resurrección fuera de los ojos del templo, frente a la resurrección dentro de la mazmorra. Si uno iba a pagar a alguien capacitado una tarifa reducida para hacerlo en ese lugar... Bueno, ¿quién sabía cuáles eran las posibilidades de resucitar?

Dinero, amigos, tiempo... Dependía de los aventureros decidir qué deseaban priorizar. Por eso a nadie le pareció bien que Iarumas llevara cadáveres a la mazmorra.

A nadie. Ni a una sola persona.

§§§

Iarumas arrojó las bolsas porta cadáveres hacia el primer nivel subterráneo de la mazmorra y luego saltó sobre ellas sin dudarlo.

Cuando Iarumas aterrizó con un ruido sordo— “Arf”.

—Garbage aterrizó junto a él en silencio... aparte del ladrido. Tomando nota que Garbage estaba de pie en el piso de piedra de la mazmorra, Iarumas simplemente dijo: “Buen truco”.

“¡Ruff!”

El chico estaba orgulloso de sí mismo.

Iarumas resopló en respuesta, y luego comenzó a arrastrar los cadáveres. No por el pasillo, no — sino hasta la esquina de la cámara funeraria que servía de entrada al primer sótano.

Mientras Iarumas se apoyaba en la pared, con los brazos cruzados, Garbage se acercó para situarse frente a él. El niño soltó un quejido, ladeando la cabeza de forma curiosa.

Iarumas desvió la mirada. “No tienes que participar en esto, ¿sabes?”

“Arf.”

“Ah, ¿sí?”

No es que hubieran conseguido comunicarse. Después que Garbage ladrara, Iarumas decidió dejarlo tranquilo.

No mucho después...

“¡¡¡Grrrfff!!!” Garbaje emitió un gruñido bajo desde lo más profundo de su garganta.

Una sombra pasó por el conducto de acceso a la superficie. Varias personas descendieron una tras otra.

“Hmm...” A Iarumas no le resultaba familiares, pero conocía su tipo — una banda de seis personas, cada una con su propio y diverso equipamiento.

Aventureros.

“Llegan tarde”, comentó Iarumas.

Sin embargo, ¿ellos lo estaban? Se rio de lo absurdo de lo que acababa de decir. El tiempo era poco fiable en la mazmorra. Podrían haber llegado con un minuto de retraso. O una hora. Podría haber estado esperando un año, o quizás, un segundo.

“Estamos aquí por lo que es nuestro, Iarumas.”

Una respuesta vino del líder del grupo. Parecía ser un luchador — Iarumas sacó esa conclusión basándose en su equipamiento y en la posición que ocupaba en la formación de su grupo. No había muchos luchadores en ningún otro lugar excepto la primera fila.

Los otros cinco aventureros comenzaron a moverse lentamente mientras el luchador —que llevaba una espada forjada precipitadamente y una armadura de cuero fabricada en masa— hablaba. Iarumas no perdía de vista a los cinco aventureros mientras se ponían en formación de combate.

De camino a la mazmorra, Iarumas había creído percibir que alguien le seguía. La advertencia de Sezmar del otro día pasó por su mente.

Mientras Iarumas pensaba, Garbaje emitió un pequeño gruñido, con saliva saliendo de su boca.

El líder los evaluó a los dos. “El niño nos pertenece”, declaró.

“No sé qué decirte.” Iarumas se encogió de hombros. “No tengo una cadena para él.”

“¡Se acabó la charla!”

“Sí, se acabó la charla.” Iarumas sonrió. “Aunque no es necesario decir eso aquí en la mazmorra.” Probablemente el grupo también estaba tras su billetera. Si no eran amistosos, Iarumas no tenía motivos para perdonarles la vida.

El líder inició su movimiento, y en el momento en que levantó la empuñadura de su espada con sus dedos...

“¡¡¡¡Cómooooooooo!!!!”

Garbage se abalanzó.

La batalla del encuentro había comenzado.

§§§

Los aventureros tenían prohibido lanzar hechizos o matarse unos a otros en la ciudad.

Si uno de ellos se volvía loco en la ciudad, significaría problemas para todos. Cada vez que un aventurero se adentraba en la mazmorra, se acercaba a convertirse en algo inhumano. Sin embargo, la mayoría no era lo suficientemente fuerte como para habitar dentro de la mazmorra.

Para ello, los aventureros se esforzaban por no trabajar con aquellos que tenían creencias diferentes a las suyas. Esta era una regla no escrita: cada aventurero tenía su propio alineamiento, ya fuera bueno o malo, y este alineamiento era el factor más importante para determinar si un equipo de aventureros podía formar un grupo.

Si los miembros del grupo se involucraban descuidadamente en una discusión o en una pelea que derivaba en espadas y hechizos, ¿quién sabía lo que podía pasar? En la mayoría de los casos, si alguien se salía de control, la gente se uniría y lo mataría. Los guardias de la ciudad no tendrían que resolver este problema — sus mismos compañeros de grupo acabarían con ellos.

“¡Whoops!”, murmuró Iarumas, reaccionando con rapidez.

“¡Acorrálenlos! ¡Sólo hay dos de ellos!”

Un enemigo se dirigió directamente a Iarumas, pero él detuvo el golpe con el arma escondida bajo su capa. Sus botas se apoyaron en el suelo de piedra de la cámara funeraria mientras mantenía su distancia, observando el campo de batalla.

Era seis contra dos. No... Tres contra uno y tres contra uno.

Parecía que este combate iba más o menos como el enemigo lo había planeado.

“¡Grrrrrr...!”

“¡¿Gwagh?!”

“¡Tú, por qué!”

La espada de Garbage relampagueó, la sangre voló y hubo un grito... pero nadie había caído aún. El grupo estaba haciendo un buen trabajo al utilizar su ventaja numérica. Cuando Garbage golpeaba a uno, los demás se abalanzaban por los costados, deteniéndolo.

Incapaz de soportarlo, Garbage esquivaba hábilmente, moviéndose progresivamente de izquierda a derecha mientras aullaba como un perro salvaje.

“¡Guau!”

Garbage no permitía que el enemigo lo atacara, pero al mismo tiempo, no era capaz de asestar ningún golpe suyo. La incapacidad de hacer funcionar las cosas a su manera estaba ejerciendo una enorme presión sobre su mente animal. Estos enemigos no eran rivales para él en términos de habilidad bruta, pero si se precipitaba y eso afectaba a su habilidad con la espada... entonces no había forma de saber cómo podrían resultar las cosas.

Supongo que eso significa que ellos son mejores que los orcos.

Iarumas reconsideró su estimación de ellos como novatos. Estos tipos habían regresado vivos de la mazmorra dos o tres veces, y eso era suficiente para calificarlos como aventureros experimentados — en esta ciudad, al menos.

Conocer la mazmorra suponía una gran diferencia.

Pero Iarumas también sabía cómo hacerlo.

“¡Jódete!”

“¡Ngh...!”

Iarumas rechazó sus constantes ataques, examinando detenidamente la formación del enemigo. Sólo un novato o un idiota atacaba a un oponente desconocido en la mazmorra sin pensárselo bien antes.

“¡No le des tiempo en lanzar un hechizo!”

“¡Ya lo sé!”

“¡¿Por qué tardan tanto allí?!”

A pesar de sus ruidosos gritos, el enemigo logró mantener la coordinación, aunque a un nivel mínimo. Aun así, Iarumas desvió hábilmente sus espadas.

Volaron chispas cuando las armas chocaron en la oscura cámara funeraria, revelando los rostros y el equipamiento del enemigo.

¿Hay algún mago?

En la oscuridad, resultaba imposible saber si sus oponentes eran hombres o mujeres, o la raza que eran. Pero esos detalles eran irrelevantes.

Seis enemigos. Tres por allí. Tres aquí. No hay hechiceros aquí. Pero, ¿qué hay con los de la retaguardia? ¿Alguno de ellos llevaba bastones? No. ¿Alguien más llevaba equipo ligero? Sí— un ladrón con una daga.

“¡Muere de una vez!”

“Muy bien entonces...” Iarumas murmuró para sí mismo, preparando su postura.

Otro ataque. Iarumas rechazó repetidamente y luego dio un gran salto hacia atrás.

Un aventurero ya tenía su espada desenvainada para dar un golpe, y cuando vio a Iarumas moverse, sus ojos se abrieron de par en par. “¡No vas a lograr lanzar un hechizo!”, gritó, percatándose al parecer que no había tiempo de sobra.

El luchador que iba a la cabeza se abalanzó sobre Iarumas. “¡Muérete, mago!”

Al instante, un sonido seco resonó en el aire.

Iarumas cayó en una postura baja. La sangre salpicó por todas partes. Una gota de icor oscuro pintó las paredes de piedra de la cámara funeraria.

“Jamás recuerdo haber dicho que era un mago”, comentó Iarumas mientras la cabeza del luchador salía volando.

“¡¿Qué...?!”

Los murmullos de sorpresa de los compañeros del hombre, llenaron la cámara funeraria mientras su torso decapitado se desplomaba en el suelo.

*Golpe crítico*

Hecho por una sola hoja. Que estaba en la mano de Iarumas, desenfundada de la vara negra que le servía de vaina. La fina arma era…

“¡¿Un sable?!”

“En efecto. Una katana”, se jactó Iarumas. Había desenfundado y asestado el golpe al luchador en un solo movimiento, usando sólo una mano. Fue una técnica increíble.

Sin embargo, para alguien que no quería entender las palabras ni la realidad de la situación, significaba algo totalmente diferente.

“¡Growl!”

Los miembros del grupo se pusieron rígidos por la sorpresa — Garbage no era de los que dejaban pasar por alto el breve momento de oportunidad.

La pequeña sombra se acercó a ellos tranquilamente, con una postura baja, como si estuviera corriendo a cuatro patas. La espada que blandía no tenía filo. ¿Era su técnica? Era un desastre total. Pero, probablemente lo hizo de esa manera para aprovechar su cuerpo al máximo. La espada de Garbage funcionaba como los colmillos de un perro salvaje, entrando por lo bajo para desgarrar sus gargantas.

“¡¿Gurgh?!”

“¡¿Gyargh?!”

“¡¿Agagh...?!”

Su espada ancha silbó de derecha a izquierda. Tres veces. Tres gritos. Tres cadáveres.

Dentro de la mazmorra, lo que los aventureros desarrollaban fue un nivel inhumano de concentración (HP), pero no una mayor fuerza vital.

Si uno cortaba a alguien, moriría. Sin excepciones.

“¡¿Wah, agh, agh, ahh...?!”

Quedan dos — un luchador enfrente de Iarumas, y el ladrón detrás del luchador sosteniendo una daga.

Tuvieron reacciones polarmente opuestas; una de desafío, la otra de confusión en pánico.

“¡Hi-yahhh!”

Fue el luchador que vino a Iarumas. Joven, franco, con ojos inyectados en sangre. Con ganas de vivir. Un buen luchador.

Iarumas se inclinó hacia adelante.

El manejo de espada que se utilizaba en esta parte del mundo se basaba en un razonamiento que era completamente diferente de las técnicas que él conocía. Este estilo golpeaba a los oponentes por medio de su armadura, o apuntaba a las brechas en ella, buscando un golpe letal garantizado. Cualquiera que se burlara de esta técnica como un mero recurso a la fuerza bruta, sin duda moriría en su primera batalla.

Y por eso, Iarumas no lo hizo.

En lugar de cometer la insensatez de enfrentarse a la espada de su oponente frontalmente, se desplazó justo por fuera de la línea de ataque del luchador. Pasando por debajo de la espada, alcanzó la empuñadura de su katana con la mano libre, llevó sus dedos a lo largo de ella y luego la agarró con un movimiento deslizante.

Dibujó un gran arco de luz plateada.

El destello de su espada, que pareció rozar el suelo de piedra, cortó magistralmente los brazos del luchador antes de lanzarse al vacío. Fue un golpe posible gracias a la combinación de la velocidad y fuerza de dos oponentes que se abalanzaban el uno sobre el otro.

“¡¿Gyarghhh?!”

El luchador retrocedió aterrorizado, con sangre brotando de los muñones de sus brazos perdidos. Sus ojos se abrieron de par en par con incredulidad. Se puso pálido, mientras la sangre se escurría de su rostro.

Las cosas podrían haber sido diferentes en la superficie, pero aquí, en la mazmorra, esto no era una herida mortal. Sólo había que lanzar el canto “Darui zanmeseen (Oh, vida, oh, poder)” — con esas palabras, sus heridas sanarían y sus brazos se unirían de nuevo.

Es decir, si hubiera un sacerdote aquí que conociera el hechizo「DIOS」.

Incluso las personas que habrían sido tratadas como los santos más raros en la superficie, sólo cumplían los requisitos más básicos de un sacerdote aquí abajo. Y los grupos que carecían de un sacerdote... tuvieron finales trágicos.

Dentro de la mazmorra, el guerrero más poderoso de la historia de la superficie sólo era un luchador más. Y si este luchador (que ahora se retorcía de dolor tras perder los brazos) o los otros (boca abajo en el suelo) pudieran salir de la mazmorra por su cuenta...

“Haría que mi trabajo fuera mucho más fácil.”

“¡Ah—!”

Sonriendo ligeramente, Iarumas atravesó con su katana en la garganta del luchador, extinguiendo su vida.

Sólo quedaba uno.

“¡¿Eek...?!”

Parecía un niño, con un rostro lleno de miedo. Definitivamente, este joven ladrón vio morir a todos los luchadores ante sus ojos. Estaba en una categoría que exigía rapidez de ingenio y agilidad, así que quizás incluso lo había visto venir antes que los luchadores.

El chico tembló, estremeciéndose patéticamente, hasta que finalmente, se decidió por un curso de acción.

“¡W-Wahhhhhhh...!”

Él huyó.

Corriendo, saltando a la escalera de cuerda que lleva a la superficie, y trepando de nuevo por ella. Con ganas de vivir. Los ojos de Iarumas se entrecerraron con aprobación.

“¡Guau...!”

“Espera.”

No fue la aprobación lo que hizo que Iarumas extendiera una mano frente a la nariz de Garbage, evitando que se abalanzara.

“¡Auuu!” Garbage levantó la vista y le lanzó una mirada de insatisfacción. Los ojos azules que se escondían en lo más profundo de su capa brillaban como el fuego.

No, el razonamiento de Iarumas era sencillo: “Si eliminamos a todos, no quedará nadie que traiga dinero para la resurrección.”

Iarumas estaba casi seguro que volvería a ver a ese muchacho ladrón.

¿Salir de la mazmorra? ¿Escapar? Él era un aventurero, pues no podía marcharse.

Ese era el tipo de criatura que era un aventurero.

Además, este es un botín bastante bueno.

Limpiando la sangre de su espada con la parte interior del codo, Iarumas devolvió su katana a su vaina de metal que parecía una vara negra. Esta vaina hacía juego con las mallas negras ocultas bajo su capa y combinaba perfectamente con el resto de su conjunto de estilo oriental.

No importaba lo que le ocurriera a alguien en la mazmorra, a nadie le iba a importar demasiado. No importaba quién fuera la persona — ya fuera él mismo, sus enemigos o Garbage. Los únicos que sí debían preocuparse eran los sacerdotes del templo que recibirían los cuerpos de estos aventureros. La Hermana Ainikki estaría encantada, sin duda.

Y quizá, su camarada superviviente también...

Sin dudarlo, Iarumas comenzó a meter los cadáveres de los aventureros recién asesinados en bolsas porta cadáveres. Dejó escapar un suspiro al pensar en arrastrarlos todos a la superficie él solo. Luego, reflexionó sobre los ojos azules que le miraban fijamente.

Soltando otro suspiro, Iarumas preguntó: “¿Quieres cenar otra vez esta noche?”

“¡Arf!”


Notas

  1. Alguien que recupera la presa, en este caso, el que recupera cadáveres.
  2. La tradución Garbaje es Basura o desperdicios dependiendo el contexto, pero lo dejo en inglés.

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