Blade & Bastard Vol. 3 capítulo 8



Blade & Bastard
Blade and Bastard volumen 3
Traductor ing-esp: Raruk Berg
Corrector: . . .

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 Hrathnir


“¿Es eso... lo que eres...?”

Era la primera vez que Raraja escuchaba un asombro tan genuino en la voz de Iarumas. El hombre de negro parecía sorprendido —aturdido, incluso— mientras miraba a la chica pelirroja. Ella se había echado al hombro la gran espada que había desatado ese destello plateado, con una mirada de triunfo en su rostro.

“El Caballero del Diamante...”

“Arf.”

El ladrido de Garbage sonó exasperado. No tenía ni idea de lo que significaba el nombre.

Mientras trotaba para unirse a la primera fila, los demás se preguntaban cómo había sobrevivido. ¿Qué había pasado después de ser teletransportada? ¿Cómo había conseguido la espada? Tenían montones de preguntas y la chica no respondía a ninguna.

Garbage echó un vistazo al trozo de carne que había en el suelo — ya no era posible distinguir que una vez había sido Goerz. Luego miró a Iarumas. Raraja. Berkanan y Ainikki.

Por último, miró a Orlaya. Su mirada giró a Raraja.

Esos ojos —como piscinas azules sin fondo— miraron fijamente al muchacho.

“¿Qu-Qué...?”

“¡Ladrar!”

“¡Yap!”

Había esperado una patada, pero cuando llegó el impacto, no fue en su espinilla.

Garbage había abierto mucho su pequeña mano y le había dado una palmada en la espalda a Raraja. Él la miró, pero Garbage le mostró una sonrisa enseñando sus dientes.

¿Lo estaba felicitando? Él no tenía ni idea, pero...

“¡Escucha, tú! ¡Este no es el momento!”

Estoy lleno de golpes y magulladuras, quiso protestar él, pero no habría servido de nada.

Garbage le ladró con el ceño fruncido, ignorando por completo lo que dijera.

“Je, je...”

¿Fue Berkanan quien dejó escapar una risita involuntaria? ¿O Ainikki? Tal vez ambos. La sensación de tragedia inminente hacía tiempo que se había evaporado. Sólo quedaba una cómoda tensión.

La sensación de siempre, pensó Raraja. Empezaba a sentir que las cosas podrían salir bien. Sin embargo, se tapó la nariz, tratando de que no se le notara ese optimismo.

“—————”

El ser invisible seguía sin moverse. No había forma de que los simples mortales pudieran comprender los pensamientos de un monstruo de otro mundo, un lord demonio, pero...

Al parecer, una vez que algo logró asestarle un doloroso golpe (daño), fue lo suficientemente cauto como para esperar a ver cuál sería el siguiente movimiento de su oponente.

Iarumas miró fijamente a Garbage y su nueva espada durante un rato, y luego dejó escapar un suspiro agotado. “Ella tomará el centro. Que todos los demás la apoyen. Garbage— haz lo que sea necesario para asestar un golpe con esa espada.”

“¡U-Um...!” Berkanan habló vacilante. Parecía que quería acercarse a Garbage, pero se limitó a tantear un poco su Dragon Slayer y luego se bajó el ala del sombrero.

“Creo que... um, probablemente, si es sólo un ataque... puedo... soportarlo...”

Ella siempre se callaba así cuando proponía algo.

La respuesta de Iarumas fue sucinta, como siempre. “Entonces pasa al frente.”

“S-Sólo uno, ¿okay? Creo que... uno estará bien...”

“Eso será suficiente.”

Berkanan asintió frenéticamente, moviendo la cabeza arriba y abajo. Agarró al Dragon Slayer.

¿Qué me queda por hacer?

Raraja miró a su alrededor. En la mazmorra, las filas delantera y trasera tenían espacio para tres personas cada una. No importaba lo enorme que fuera el enemigo al que se enfrentaran, el extraño tamaño de la mazmorra siempre hacía que pareciera que ese era el número fijo de personas que podían luchar a la vez.

Supongo que en esta situación, iré en la última fila. Me quedaré atrás, ¿y luego qué?

“Rara...ja...” De repente, una débil voz le llamó por su nombre. “Ven...aquí. Deprisa...”

Orlaya.

Aunque estaba agotada —todos aquí lo estaban, pero esta chica lo tenía peor— su único ojo estaba mirando a Raraja. Parecía atravesarlo.

Raraj vaciló. Iarumas no lo hizo.

“Ve”, le dijo el hombre.

“¿Estás seguro?” Raraja contenía muchas preguntas implícitas en esas dos palabras.

“Ella es tu compañera. Cuida de ella.”

“Bien...”

No sonaba como si Iarumas estuviera diciendo que Raraja no sería de utilidad en la lucha. Así que el chico asintió y se dirigió a Orlaya. No sabía lo que debía hacer, pero le estaban confiando algo — cuidar de Orlaya. En ese caso, haría lo que pudiera. Y en cuanto se asentó en ese pensamiento, no le quedó tiempo para dudar.

En su estado de agotamiento, Iarumas llamó a Aine.

“Ainikki, necesitaremos tu apoyo.”

Tras una pausa, ella dijo: “Cuenta con ello.” Incluso sin brazos, la monja de cabello plateado seguía siendo hermosa. Sus largas orejas se balanceaban mientras sonreía. “El apoyo es una importante función de combate. Espero que muestres tu gratitud más tarde.”

“¿Con dinero?”, preguntó él.

“Con limosna”, corrigió ella.

Los dos compartieron una risa seca y hueca. Se habían entendido.

Por último, Iarumas miró a Garbage.

“A por él”, le dijo.

“¡¡¡Guau!!!”

Con ese único ladrido, Garbage se levantó de un salto, señalando el comienzo de la pelea.

§§§

“¡¡¡GROOOOOOORRRLLL!!!”

Los aventureros habían actuado, y la sombra demoníaca hizo el siguiente movimiento.

El viento oscuro pasó zumbando, ramificándose en incontables manos. Sus garras se cerraron a la vez sobre Garbage.

Con un fuerte gruñido, la chica voló por los aires. Su espada osciló a izquierda y derecha, aullando como un torbellino mientras hacía volar la sombra demoníaca. Sin embargo, eso redujo en gran medida el impulso necesario para matar al ser invisible.

“¡Grrruff!”

Ella no podía acercarse a eso. Garbage soltó un gruñido bajo e insatisfecho cuando aterrizó al alcance del demonio.

“¡Garbage-chan...!”

Un gran cuerpo saltó hacia delante para proteger a la chica — Berkanan. Era la más alta del grupo. Lo suficientemente alta como para que incluso un lord demonio de otro mundo se fijara en ella.

Dirigió su atención de Garbage a Berkanan. Las manos sombrías se precipitaron hacia la chica grande como una neblina oscura.

Berkanan tenía miedo. Sus piernas querían correr. Sus manos temblaban. El Dragon Slayer a la que se aferraba estaba tan falta de energía como siempre.

Pero... He matado a un dragón. Era un logro tan grande como ella. Ese pensamiento permaneció dentro de su corazón, como una chispa en la leña que dio lugar a un fuego crepitante.

“Mimuzanme gainre'einfo (Mi cuerpo es una estatua de hierro sin corazón).”

En un instante, su cuerpo se convirtió en acero.

No era una metáfora —MOGREFliteralmente convirtió el cuerpo del lanzador en metal.

No reescribió el mundo ni influyó en los demás. Era uno de los hechizos de nivel más bajo de la mazmorra — lo que lo situaba junto a HALITO.

Las garras sombrías descargaron poderosos golpes sobre la forma metálica de Berkanan, haciéndola volar por los aires. Normalmente, los golpes la habrían matado al instante. O, si su cuerpo hubiera sobrevivido por poco, le habrían robado el alma.

Sin embargo, una estatua de hierro no podía morir y no tenía alma que robar.

Obviamente, su espíritu estaba bajo una tensión sin igual. Sin embargo, había una recompensa — había desperdiciado totalmente el turno de su oponente. El tiempo que Berkanan les había dado era casi milagroso... y ella no iba a dejar que se desperdiciara.

“¡Rara...ja...!”

Orlaya se obligó desesperadamente a sentarse. Raraja sostenía su cuerpo casi increíblemente ligero. Su carne estaba desnuda. Incluso en esta situación, todavía se sentía increíblemente indeciso sobre tocarla directamente. Eso lo puso tenso.

Pero Orlaya descartó las luchas del muchacho con un bufido. “¡Apóyame...! ¡Hazlo... apropiadamente...!”

“¡¿Qué vas a hacer?!”

“¡Mi ojo... ya no ve tan bien...!”

¿Fue por la maldición? ¿El agotamiento? ¿O porque había sido entregada como sacrificio a los demonios?

La visión del único ojo que le quedaba era terriblemente borrosa. Incluso su cara estaba borrosa. A pesar de eso, sintió que tenía que hacer algo. El sentido del deber de Orlaya la obligó a actuar.

Dejar que él la salvara, darle las gracias y que eso fuera el final... Ella hubiera preferido morir.

“¡Toma... apunta...!”

Raraja respiro profundamente. Inhaló, luego exhaló. “¡Bien!”

Levantó los delgados brazos de Orlaya desde atrás y los dirigió hacia el enemigo. Le recordó a Raraja los días en su ciudad natal — cuando tiraba de la cuerda del arco cuando lo llevaban para ayudar en una cacería.

¿Orlaya era el arco y él era el arquero...? No, eso no tenía sentido. Ella era la que había decidido hacerlo — la que lo hacía. Él sólo estaba aquí como su ayudante.

“No sé lo que estás planeando...” Raraja sonrió. “¡Pero adelante!”

“¡Yo... lo haré...!”

Dios.

Orlaya nunca había creído en una deidad. Nunca había pensado que podría confiar en una si existiera. Todo lo que hacía era gracias a sus propias fuerzas — no podía contar con nada más en este mundo.

Pero ahora mismo, sólo por este momento, rezaba a Dios.

Ella no rogaría ayuda — sólo pediría que Dios no se interpusiera en su camino. Rezaba por ello, incluso si eso significaba ofrecer todo lo que tenía a cambio.

“¡¡¡Hea mimuarifnuun (Oh mundo, escucha mi orden)!!!”

La oración de la chica provocó un milagro. SuHAMANcambió el mundo.

Luz blanca pura. La maldición que Orlaya desató mientras Raraja la apoyaba atravesó al lord demonio. Cada ley de la física fue reescrita, y por un momento, la naturaleza se inclinó a su voluntad.

“¡¡¡A-Aaaaaah!!!”

Era una voluntad que ya no tenía voz. Orlaya no podía creer que pudiera derrotar a un demonio.

Pero... en el tiempo que había languidecido —un período que había parecido durar una eternidad— había practicado esto repetidamente.

No podía sellar la magia del lord demonio. No le quedaba poder para eso. Pero...

“¡¡¡Púdrete... maldiiiiiiiito!!!”

Con ese grito, la armadura invisible del demonio —el hechizo que lo protegía— se hizo añicos de forma audible.

Iarumas sabía lo que eso significaba.

Saltó hacia delante para golpear, pero no con la katana de su mano derecha. No, levantó su mano izquierda vacía y...

Sus dedos formaron los signos de un hechizo.

“¡Ainikki!”

“¡¡¡Bien!!!”

La santa doncella que servía al dios Kadorto nunca dejaría pasar una oportunidad como esta.

“¡Oh Dios! ¡Oh Kadorto, gobernante de la vida y la muerte! ¡Libera a este de su maldito yugo! ¡Salva su alma!”

“¡¡¡Zeila woarif nuun (Oh todos los fallecidos, disuélvanse ante este resplandor)!!!”

Ni siquiera era un hechizo y, sin embargo, la ferviente plegaria de Ainikki creó un rayo más poderoso que elZILWANde Iarumas. Dos disparos de poderosa energía sagrada golpearon a ese lord macabro, a ese demonio no-muerto, al ser invisible, triturándolo.

“¡¿¡¿¡¿BAAAAAAZZZZZZZZZZ?!?!?”

Lanzó un grito espantoso. Un grito agonizante. Y, sin embargo, el demonio no fue derrotado.

Sombras blancas — luz negra. La sombra se retorció, se estremeció, se sacudió y se hinchó.

El ojo de Orlaya ya no podía ver. Y sin embargo, y sin embargo...

Aah, siempre lo supe.

Lo último que vio Orlaya fue...

Es tan bonito...

“¡¡¡Auuuuuuu!!!”

el destello de Hrathnir, atravesando cien luces para matar al lord demonio de otro mundo.

§§§

Silencio. Como si todo se hubiera apagado.

Pasó algún tiempo. Berkanan parpadeó.

“Ungh...”

Sentía todo el cuerpo tenso y un dolor de cabeza palpitante. Hierro (su cuerpo) no se movió — tampoco pensó. Le costó un gran esfuerzo recordar que era un ser vivo. Para incorporarse.

Luego, miró a su alrededor para comprobar la situación.

“¿Se... acabó...?”, murmuró ella.

“Probablemente, sí...”

Era sólo una cámara funeraria ordinaria. Raraja estaba allí junto a ella. El corazón de Berkanan dio una pequeña punzada cuando vio a Orlaya desplomada contra él, descansando en su regazo. Pero había decidido anteponer su preocupación por la chica a cualquier dolor que pudiera estar sintiendo.

“Esa chica, um...” Buscó el nombre. “Orlaya-chan... ¿ella está bien...?”

Hubo una pausa antes de que Raraja contestara. “Sólo durmiendo, creo.”

“Oh, ya veo...”

“¿Y tú?”

“¿Huh?”

“Berkanan.”

“Ah...”

Soy tan egoísta, pensó. Pero ella no tenía los medios para tratar de mantener una fachada en este momento. Su expresión se derrumbó en una pequeña sonrisa.

“Bueno... Diría que estoy bien, pero...” Sí, ella no tenía la energía para seguir fingiendo. “Estoy súper agotada”, admitió finalmente.

“Yo también,” Raraja respondió con una sonrisa.

Al otro lado de la cámara, Garbage ladró mientras le daba una buena patada al cadáver de Goerz. Probablemente era una venganza por lo de antes.

“No puedes hacer eso”, la regañó Ainikki.

Garbage no escuchó exactamente, pero parecía que una patada fue suficiente para satisfacerla. La forma en que salió trotando y comenzó a explorar la cámara fue tan fiel a su forma que Raraja no sabía si sentirse impresionao o exasperado.

En cuanto a la Hermana Ainikki, todas las personas iban al lado de Kadorto una vez que morían. Ella rezaría por el tranquilo descanso de Goerz y le haría un funeral sencillo.

A Raraja le costaba entenderlo, pero eso no significaba que tuviera intención de interponerse en su camino.

Iarumas probablemente pensó lo mismo. Dejó que Ainikki hiciera lo que quisiera y se acercó a los restos de Goerz.

Ainikki, que estaba arrodillada junto al cuerpo, lo miró. “¿Qué haremos con los demonios superiores en el camino de regreso?”, preguntó ella.

“Son seres de otro mundo. Con la fuente de su poder cortada, no pueden permanecer mucho tiempo en este mundo.”

Dicho esto, Iarumas clavó la punta de su katana en la garganta de Goerz, que en ese momento no era más que un trozo de carne. La enganchó bajo la cadena e intentó arrancar el amuleto.

El fragmento ya no emitía ninguna luz. La ominosa presión que el amuleto había ejercido antes había desaparecido — como si nunca hubiera existido. La cosa estaba ahora en silencio, no era más que un fragmento.

Iarumas se quedó mirándolo, indiferente, y luego guardó el objeto en su mochila.

Ainikki respiró aliviada. Le preocupaba que pudiera poseerlo. No estaba claro si Iarumas se había dado cuenta de su preocupación o no. Soltó una risa relajada.

“Ahora bien, aún queda una cosa por hacer.”

“¿Qué?” Raraja gimió en nombre de todo el grupo. “Ya terminamos, ¿no?”

“No seas tonto”, le dijo Iarumas. “Tenemos que recoger el equipo de Sezmar y los demás y luego regresar.”

“Urgh...”

Raraja se levantó lentamente. Dejó a Orlaya suavemente en el suelo, y luego Berkanan cogió a la niña, con una sonrisa tensa en el rostro.

No se podía contar con Garbage para la búsqueda, Ainikki había perdido ambos brazos, y Berkanan y Raraja estaban en mal estado. Iarumas tendría que encontrar el equipo por sí mismo.

“Somos un grupo lamentable, ¿huh?”, comentó Raraja.

“Suele pasar”, dijo Iarumas. “Así son las aventuras.”

§§§

Había una persona más, olvidada por todos.

“¡Qué... debacle... ha sido esto!”

El hombre se arrastraba por el suelo de piedra de la mazmorra, con sus vestiduras sacerdotales manchadas de un rojo oscuro. Era un Sacerdote del Colmillo — uno de los secretos del reino de Llylgamyn.

Aunque había sido bisecado por Goerz, se había aferrado a la vida — por poco. Esto se debía probablemente al poder del amuleto. Aunque al final se lo había robado Goerz, el sacerdote había seguido siendo su propietario hasta el momento en que eso ocurrió. El amuleto debió de mantenerle con vida a pesar del golpe mortal.

Poco importaba en ese momento. No importaban los resultados de sus esfuerzos, si regresaba a su pueblo habiendo perdido el amuleto, sólo le esperaba la muerte.

Aun así, tuvo que hacer su informe. Y sólo por esa razón, siguió arrastrándose.

“Maldita, maldita... ¡Maldita esa perra mestiza!”

Maldijo como si estuviera escupiendo su propia sangre. Incluso sabiendo que estaba minando la vida que le quedaba, no podía contenerse. Sin embargo, necesitaba calmar su rabia al menos un poco — si moría furioso, no podría descansar en paz.

Pero...

“Por cierto, quería hacerle una pregunta.”

El sacerdote jadeó. “¡¿Huh...?!”

Al principio, pensó que era la propia parca la que hablaba. La figura sombría de un hombre apareció ante él. Un hombre vestido con un kimono negro.

No llevaba armas ni mostraba signos de poder mágico. No había nada en él que hiciera recelar al sacerdote.

Entonces, ¿por qué este hombre desarmado era tan aterrador?

“¿Por qué estás tan obsesionado con esa chica?”, preguntó el hombre. “No es más que una vergüenza para la familia real. No es como si llevara la sangre del emperador.”

“Una pregunta fácil... Es una niña maldita, una portadora de calamidades”, rugió el Sacerdote del Colmillo. Acorazó su corazón contra el terror que le inspiraba el hombre que tenía delante. “¡Como la princesa Margda o la reina Beyki! ¡La hermana de la reina Sorx se convirtió en bruja! ¡Y en cuanto a la princesa Dalia...!”

Era la historia de la historia de Llylgamyn.

Este reino se había enfrentado a muchas calamidades, y cada vez siempre había habido una mujer en el centro del caos.

La princesa Margda en tiempos de Davalpus. La reina Beyki en el cataclismo. Sorx en el sufrimiento de la Reina Iris. Y finalmente, la princesa Dalia...

Una princesa bastarda —nacida en la misma época en que apareció la mazmorra— no podía ser más que una niña malvada que invitaba a maldecir la tierra. Pisoteando la misericordia que habían mostrado al no simplemente matarla, había acudido a la mazmorra.

Y entonces...

“¡Si se deja vivir a esa chica, no pasará mucho tiempo antes de que nos sobrevenga alguna calamidad irreversible!”, chilló el sacerdote.

“Eso me gustaría”, dijo el hombre. Soltó una risita divertida. “Sería una aventura divertida.”

“¡¿Qu—?!”

El Sacerdote del Colmillo no dijo nada más.

¿La razón de su silencio? Bueno, era extremadamente simple.

Su cabeza estaba separada de su cuerpo, lo que hacía imposible seguir hablando.

El halcón del viento que trae la muerte —Hawkwind— había decapitado al sacerdote con un solo tajo de su mano, eliminando al objetivo sin dejar ni una salpicadura de sangre. Satisfecho con su obra, el hombre contempló la oscuridad de la mazmorra.

“El flujo de las cosas parece haber cambiado.”

Eso fue todo lo que dijo antes de que todo se hundiera en la oscuridad.

Todo había terminado.


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