
Traductor ing-esp: Raruk BergCorrector: . . .
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Ser Invisible
Un demonio superior invocado desde otro mundo
— una bestia ni sellada por magia ni atada por nadie.
“¡Wah...ah...ah...!”
“¡¿Urgh?!”
Al enfrentarse al verdadero poder de esta
monstruosidad, los dos jóvenes aventureros, Berkanan y Raraja, se sintieron
helados hasta los huesos... y no sólo porque estuvieran aterrorizados.
“¡¡¡「MA (Mimuarif) DAL (Daruarifla) TO (Tazanme)」!!!”
El rugido del demonio superior envió una ola
de frío intenso contra ellos. Por reflejo, Raraja se hizo un ovillo, apretó los
dientes e intentó seguir respirando.
En cuanto a Berkanan...
“¡E-Eek...! ¡¿Ah, ah, ahhh...?!”
Se había criado en el desierto, por lo que
había experimentado días abrasadores y bañados por el sol y noches áridas y
heladas. Ni siquiera sabía lo que era una tormenta de nieve.
La escarcha se formó rápidamente en su piel
sana, haciéndola palidecer a medida que la sangre se drenaba. Se detuvo en
seco, no porque estuviera aturdida, sino porque sus músculos se estaban
congelando. Incapaz de hacer más que castañear los dientes, la llama de su vida
parecía a punto de apagarse.
“¡Esto no puede ser!”
La Hermana Ainikki era la única que aún podía
moverse. Corrió hacia delante para colocarse frente al demonio superior,
protegiendo a los dos jóvenes detrás de ella. Su hábito fue golpeado y
desgarrado por el granizo. Incluso su sangre recién derramada empezó a congelarse.
Pero Aine no vaciló. Rápidamente alzó la voz
para rezar— en una sentida súplica al dios Kadorto.
“Mimuarif pezanme re feiche (Oh, gran escudo, ven rápido del más allá).”
¿Su voz, implorando el gran escudo de「MAPORFIC」, llegó hasta la
deidad? Este campo de fuerza invisible se extendía desde los cielos hasta las
entrañas de la tierra —incluso hasta la mazmorra— y atenuaba ligeramente el
poder de la ventisca.
“Sí, ya me lo imaginaba”, comentó Goerz. “Bueno,
no hace falta que funcione con ellos. Sólo en ti.” Observó el acto de devoción
de la Hermana Ainikki como si fuera un espectador en un partido de wizball. “¿Y
ahora qué? Si quieres que este monstruo y yo te lo hagamos al mismo tiempo, me
parece bien.”
Aine no respondió a una provocación tan
obvia. Sonrió y acarició suavemente la mejilla de Berkanan. La respiración de
la chica podía ser un poco agitada, pero había sobrevivido.
Aine se levantó lentamente. Al hacerlo,
Raraja apenas pudo mirarla.
“¡Herma... na... Ai... nikki...!”
“Raraja-sama, dale a Berkanan-sama una
poción. Sí, todo irá bien.”
Puede que no lo parezca, pero soy fuerte.
Raraja vio como ella se volteaba para
enfrentar al demonio superior, ella sola. Una sola espada destrozada estaba
atada a su espalda. La mano de Aine la alcanzó.
La Hermana Ainikki, celosa devota del dios
Kadorto, procedía del lejano norte. Hacía un frío glacial — el intenso frío de
la nieve y el hielo. Había crecido en una tierra azotada por el viento del
norte. El frío era brutal y las noches blancas parecían no tener fin. A ella
eso nunca le había asustado. Conocía el verdadero terror de vivir en un mundo
de blanco y negro.
Su clan había luchado contra esas cosas
durante generaciones. Y como muchos de sus compañeros de clan, ella también
había abandonado su tierra natal en un viaje solitario. Por su dios, y para
matar demonios, había viajado al fin del mundo — hacia el sur.
A la mazmorra.
La muerte llega por igual a todos los que viven. Entonces, ¿qué razón
hay para aborrecerla? Es nada menos que una bendición de Dios.
El lugar al que todos deben llegar en última instancia no puede ser
aterrador. Sólo con la muerte puede haber vida, y el valor de la vida da valor
a la muerte. Se sitúan en los lados opuestos de una balanza — deben ser
igualmente preciosas.
La violencia que conduce a la muerte no debe ejercerse a la ligera. Pero
cuando el derramamiento de sangre es necesario, debe realizarse sin
vacilaciones y con un fuerte sentido del propósito.
Por eso, el corazón de la Hermana Ainikki
estaba libre del más mínimo temor o remordimiento. Sólo había una cosa que
deseaba que hubiera sido diferente: hubiera preferido no nacer como elfa
changeling*, sino como humana.
Pero incluso eso...
Sonrió débilmente, casi con regocijo,
mientras agarraba la empuñadura de la espada de verdugo que llevaba colgada a
la espalda.
“¡¡¡Bearif iye kafi nuun gainuk lazanmere (Si tienes el valor de sacrificarte, devuelve
la vida a esta espada)!!!”
La espada ardió en rojo y blanco, destellando
con una intensidad que borró la blanca oscuridad de la ventisca — su hoja quemó
toda la escarcha, la nieve, el óxido y todo lo demás que la atrapaba.
La Hermana Ainikki empuñó la espada y avanzó,
convirtiéndose en un viento de colores que sopló directo hacia el demonio
superior.
“¡¡¡Hiiiiiyahhhhhh!!!”
Ella blandió la espada ardiente. Ni siquiera
un demonio superior podía resistirse a su resplandor. La espada desatada
atravesó su cráneo, sus costillas, hasta llegar a su ingle.
“———————”
Con su rugido extinguido, la ventisca
desapareció. Esto era una clara señal de lo que Aine había hecho.
Un torrente de sangre azul salpicó. Un
instante después, el demonio superior se desmoronó, dividido en dos. La sangre
se convirtió en niebla — carne entrelazada con esta bruma de icor y se
desvaneció.
La bestia regresaría al reino de los
demonios. En última instancia, estos cuerpos no eran más que recipientes
temporales para los demonios, y sus muertes eran igual de impermanentes.
No era fácil dar la muerte verdadera a un
extraño.
“¡Ngh, ah...!” Berkanan resolló mientras
aceptaba la poción de Raraja.
De repente, la espada Vikinga cayó de las
manos de Ainikki. Tan pronto como Raraja vio que Berkanan se había tragado la
poción, corrió al lado de la monja.
“¡Hermana Ainikki!”
Realmente no sabía lo que había pasado. Lo
que sí sabía era que el ataque que ella acababa de desatar había sido
increíble.
Su bolsa aún contenía más de las pociones de「DIOS」que habían
preparado con antelación.
“Estoy… bien… Raraja- sama. Estaré bien...”
Ainikki no tomó la poción. Sus manos blancas,
que alguna vez fueron hermosas, fueron quemadas terriblemente. No... no
quemadas. En ese mismo momento, se estaban convirtiendo en cenizas y
desmoronándose.
Naturalmente, sus manos de ceniza no podían
blandir ninguna espada. Ni siquiera podían abrir un frasco de pociones.
La espada estaba ahora cubierta de la ceniza
que una vez habían sido sus brazos. También estaba arruinada, como si el brillo
que había mostrado antes hubiera sido una ilusión.
Raraja estaba conmocionado. Sólo podía mirar,
poción en mano, mientras la escena se desarrollaba ante él.
¿Debía esta espada, que podía dar muerte
temporal incluso a un demonio superior, ser temida por exigir un coste tan
inmenso? ¿O había que honrarla y pagar su precio por ser capaz de ahuyentar al
demonio?
En cualquier caso, las siguientes palabras de
Goerz parecían una blasfemia contra la devoción de Aine.
“See... Buen trabajo ahí.”
La misma sonrisa depravada seguía dibujada en
su rostro. Se acercó. Con una mano, agarró el amuleto que colgaba en su pecho.
Raraja se puso de pie — se interpuso en el
camino del hombre. Estaba protegiendo a Berkanan, que seguía al borde de la
muerte, y a Ainikki, que ya no tenía medios para defenderse.
El malvado luchador silbó. Su Cusinart
descansaba sobre su hombro.
“¿Qué? ¿Quieres luchar conmigo, Raraja-san?”
“See”, gruñó Raraja. “¡Ahora es uno contra
uno, Goerz!”
“Ah, ¿enfrentándome tú solo?” Goerz se burló.
“Tú eres el que está acorralado aquí.”
“No por sí mismo”, intervino una nueva voz.
Sonaba terriblemente divertida. “Ahora somos dos contra uno.”
§§§
Las botas manchadas de sangre del hombre
repiquetearon contra el duro suelo al entrar en la cámara funeraria. En una
mano sujetaba una vara negra —no, un sable de diseño extraño, empapado en icor
azul oscuro—, mientras que en la otra sostenía una poción. Bebió el contenido
del frasco y lo arrojó a un lado. El cristal se hizo añicos contra las baldosas
de piedra.
“¡Iarumas!”, gritó Raraja, con una voz mezcla de alegría y sorpresa.
“Veo que no has sido aniquilado.”
¿Por qué sonaba como si el hombre estuviera
diciendo 'Bien hecho'?
Incapaz de apartar la vista del enemigo
frente a él, Raraja sólo podía sentir al hombre de negro detrás de él.
“Iarumas...- sama...”
“See.”
Iarumas miró a Ainikki, que había caído de
rodillas, y luego miró a Berkanan, que se había desplomado en el suelo.
Entonces, se dio cuenta de la ausencia de Garbage.
“Hmm”, reflexionó. “¿Su alma (niveles) fue
succionada?”
“¡Él la envió a alguna parte!”, gruñó Raraja.
“¡Con ese amuleto suyo!”
“Oh, ¿eso es todo?”
A Raraja se le salieron los ojos de las
órbitas. ¡¿Qué quiere
decir con “eso es todo”?!
“Ainikki, puedes lanzar「KANDI」, ¿verdad?”,
preguntó Iarumas. “No podemos sacarla si no sabemos dónde está.”
Una expresión vaga y mezclada cruzó el rostro
de la monja — parecía a la vez preocupada y aliviada. “Sí”, respondió
asintiendo con la cabeza.
¿Significaba esto que una vez que supieran
dónde estaba Garbage, podrían salvarla?
Raraja respiro hondo —el aire todavia estaba
mordazmente frio— y luego exhalo. Le refrescó un poco la cabeza.
Iarumas era el mismo de siempre. Lo que
significaba...
Las cosas no están tan mal.
La mazmorra siempre fue peligrosa. Eso
también era igual que siempre.
Con ese pensamiento en mente, Raraja pudo
forzar una sonrisa. Ajustó su agarre en su daga, bajó su postura, y miró
alrededor de la cámara. El muchacho evaluó la posición de todos mientras
pensaba en lo que debía hacer a continuación.
Allí estaban Goerz... y Orlaya.
“Iarumaaas...” En contraste con la serenidad
de sus enemigos, Goerz miró al hombre de negro con una extraña intensidad. “Sí
que eres frío, ¿huh? Acabo de borrar a tu pequeña mascota, ¿sabes?”
“La teletransportaste a la roca, claro, pero
eso no basta para borrarla.” Los ojos de Iarumas ardían con la misma intensidad
mientras devolvía la mirada a Goerz. Luego se encogió de hombros. “Hay
múltiples maneras de remediarlo.”
Raraja retrocedió lentamente, con los ojos
siempre fijos en Goerz. De repente, oyó una voz detrás de él.
“Él ha sido... tragado...”
Ainikki. De alguna manera se las había
arreglado para sentarse a pesar de haber perdido ambos brazos.
Raraja se agachó junto a ella, haciendo lo
que podía para sostener su blando cuerpo. Luego, sacando una poción de su
bolsa, se la llevó a los labios.
No podría haber hecho esto antes — le habría
dado a Goerz una oportunidad fatal. Pero la situación había cambiado.
Iarumas está aquí. Debe ser por eso.
Ainikki aceptó la poción con una sonrisa
agotada y una leve inclinación de cabeza.
*Gulp, gulp.* La poción se deslizó por su blanca garganta.
Luego —whe— dejó escapar un sutil suspiro.
“El poder... de ese ítem mágico... se ha
apoderado de su corazón...”, murmuró ella.
“Sólo un rhea no se sometería a algo así”,
proclamó Iarumas, jactándose en nombre de la raza que consideraba más loable.
Adoptó una postura de combate relajada con su katana. “El poder del amuleto...
Por eso todos los demás acaban así.”
Nadie quería entregar el amuleto al rey. ¿Por
qué alguien entregaría algo así a cambio del Chevron de Rango de la guardia de
élite? Al igual que el hombre que había robado el amuleto al rey y luego pasó
el resto de su vida escondido en la mazmorra con su tesoro, las personas que
poseían el amuleto se convertían en monstruos horripilantes — un segundo o
tercer Werdna.
“Vaya cosa que dices, ¿huh, Iarumas?” Goerz
habló en el mismo tono despreocupado que podría utilizar al charlar con un
amigo. Dejó que el Cusinart, que sostenía en una mano, cayera a su lado.
Pero toda aquella despreocupación era sólo
por las apariencias. El ambiente entre él e Iarumas era tenso y cada vez más
tenso. Cada uno de ellos evaluaba los movimientos del otro, buscando
oportunidades y tratando de averiguar la distancia de ataque de su oponente.
Su conversación no era más que una tapadera.
“Sabes que deseas esto tanto que no
puedes controlarte”, dijo Goerz.
“Sí.” Iarumas asintió. “Estás absolutamente
en lo correcto.”
¿Y ahora qué?
Raraja rechinó los dientes mientras observaba
a los dos. Sabía que tratando de involucrarse a su nivel no lograría nada. Si
lograba llamar la atención del enemigo, como lo había hecho en la batalla con
el dragón rojo, sería genial. Sin embargo...
Tal vez esta era su oportunidad.
Ahora mismo, mientras Goerz era incapaz de
apartar la vista de Iarumas, el chico podía dar vueltas detrás de su antiguo
líder de clan.
Orlaya...
¿Pero estaba bien?
La Hermana Ainikki y Berkanan — no estaban en
condiciones de ponerse de pie. Y mientras que su grupo sólo se enfrentaba a
Goerz por el momento, la mazmorra detrás de ellos todavía estaba plagada de
demonios superiores.
¿Debía Raraja permanecer en guardia contra
ellos? ¿Debería simplemente quedarse quieto, mantener una postura defensiva, y
observar la situación?
Iarumas no estaba diciendo nada, y no porque
no pudiera permitírselo — probablemente no lo necesitaba.
¿Qué debería hacer?
Las posibles opciones flotaban en la mente
del muchacho como burbujas. Cada una estallaba.
No, no, no...
“Ve.”
La vorágine de pensamientos que corrían por
la cabeza de Raraja se detuvo con una palabra, un toque — una mano grande tiró
de su manga.
Berkanan.
Incluso con la poción dándole vitalidad, sus
heridas no sanarían en un instante. Su rostro drenado de sangre aún mostraba
las dolorosas marcas de la congelación, y aún así, ella le instó a seguir
adelante.
“Ve, Raraja...-kun.”
Su voz era un susurro— una oración.
“Es más fácil decirlo que hacerlo”, murmuró
él.
“Estaremos... bien aquí. Yo también estoy con
ella...”, dijo Ainikki, dando un suave empujón al chico indeciso. “No necesitas
preocuparte por nosotras.”
Raraja asintió. “¡Cuento contigo!”
Con eso, el chico salió corriendo.
Berkanan lo miró irse, usando su espada para
estabilizarse. Pensó en la mazmorra, en los demonios y en lo que podía— debía
hacer. ¿La abuela la elogiaría por ello?
“No seas imprudente”, le advirtió Ainikki con
voz suave. “La aventura no ha terminado hasta que regreses a la superficie.”
“See...”
Berkanan lo sabía. La chica hizo un pequeño
—en realidad, gran— gesto de asentimiento. Lo que debía hacer ahora era
recuperarse todo lo que pudiera, conservar sus hechizos y prepararse para una
posible emboscada. Sabía que esas cosas debían tener prioridad. Realmente lo
sabía. Y sin embargo...
“Incluso en la última fila...” Berkanan
gimió. “¡Todavía sigo lastimándome!”
§§§
La batalla entre Iarumas y Goerz, como todas
las de la mazmorra, empezó en silencio.
Se acercaban lentamente, tratando de medir el
alcance de su oponente, leer sus acciones y encontrar una oportunidad.
Entonces, cuando estaban lo suficientemente
cerca como para que sus espadas chocaran...
*¡Shh!*
Iarumas fue el primero en moverse,
acercándose suavemente. Uno, dos, tres golpes de sable.
“¡Ups!”
Usando su espada Cusinart, Goerz desvió los
ataques como si fueran un juego de niños. La extraña hoja giratoria hundió sus
dientes en el sable de Iarumas, gimiendo ruidosamente mientras amenazaba con
arrancar el arma de su empuñadura.
Sin embargo, Iarumas no tenía intención de
entrar en ese juego tan fácilmente. En su lugar, utilizó su fuerza para
levantar la espada de su oponente, liberando su propia hoja.
Saltaron chispas.
Cuando sus espadas se separaron — los dos
perdieron el equilibrio. Iarumas acercó la espada a su costado, mientras Goerz
lanzaba un golpe por encima de la cabeza.
Segundo asalto — volvieron a lanzarse el uno
contra el otro. Iarumas fue el que salió vencedor.
“¡¿Oh?!”
Bastó una ligera desviación del golpe de
Iarumas. Su línea de ataque subió por el brazo de Goerz y cortó la extremidad
en dos.
La sangre brotó a borbotones. El brazo
cortado de Goerz —el que había estado sosteniendo su espada— voló por los aires.
A continuación, la espada de Iarumas atravesó el torso de Goerz.
Con el cuerpo dividido en dos, los ojos de
Goerz se abrieron de par en par y...
“¡Sólo bromeaba!”
Sacó la lengua, riendo.
La sangre brotó, formando nueva carne y
reconectando su abdomen cortado. Goerz se recompuso rápidamente y quedó como
nuevo — su torso se asentó sobre su cintura una vez más.
“¡¡¡Ja ja!!!”
El brazo de Goerz seguía amputado, aunque
estaba unido a su cuerpo por una cuerda de sangre. Balanceó su propia carne
como un látigo.
Iarumas esquivó este ataque inhumano por los
pelos. Sin embargo, la hoja giratoria de Cusinart cortó el borde de su capucha,
haciendo volar varios mechones de cabello. Se inclinó hacia atrás con fuerza,
pateando el brazo de Goerz mientras daba una voltereta hacia atrás, y luego
volvió a ponerse en pie rápidamente.
La expresión de Iarumas... no mostraba
emoción alguna.
Goerz agarró su brazo desprendido y lo apretó
contra su muñón. La carne se entretejió y volvió a unirse hasta quedar entera.
El hombre miró a Iarumas y se encogió de hombros.
“Oh, vamos. Actúa un poco más sorprendido,
¿quieres? Yo mismo estoy bastante sorprendido.”
“Tienes el amuleto. Esperaba al menos esto.” Iarumas
asintió levemente, habiendo confirmado la situación a su alrededor durante el
momento en que realizaba su salto mortal hacia atrás.
Detrás de él, Ainikki y Berkanan seguían
recuperándose. Raraja no se veía por ninguna parte.
Eso fue lo mejor.
Iarumas sonrió. Ahora, podía concentrarse en
el amuleto.
“¿Qué ocurre?” Preguntó Goerz. “Lanza un
hechizo. Los conoces, ¿verdad? ¡Después de todo, eres un mago!”
“No recuerdo haberme llamado uno nunca...”
Iarumas acortó rápidamente la distancia que
los separaba, golpeando repetidamente a Goerz con su sable. Sin embargo, ahora
que Goerz era consciente de sus propios poderes, abandonó todo concepto de
defensa.
*¡Slash!* Sangre. *¡Slash!* Más sangre. Una y otra vez,
la espada de Iarumas cortó su carne.
Pero Goerz comprendió que se había vuelto
invencible, así que no se detuvo. Aunque su cuerpo estaba hecho jirones, dejó
que sus heridas sanaran por sí solas y blandió el Cusinart, intentando golpear
a Iarumas.
“¡Ja ja! ¡Ahora soy inmortal, Iarumas!
Ni siquiera Iarumas tenía un enfoque perfecto
(puntos de golpe). Después de una o dos rondas de combate, había recibido
muchos pequeños cortes. El dolor y la pérdida de sangre minaban su
concentración, llevándole constantemente hacia el precipicio de la muerte.
Por eso, Goerz no se sorprendió al ver que
Iarumas cogía su bolsa. De hecho, incluso quiso animarse cuando vio que el
hombre sacaba una poción.
“¡No voy a dejar que uses eso!”
Goerz balanceó su brazo casi cortado sobre
una cuerda de sangre en un ataque tan rápido que parecía romper la velocidad
del sonido.
Iarumas no dudó.
“¿Oh sí?”
Lanzó la botella de poción hacia Goerz.
Cusinart se encontró con el cristal en el aire, haciendo añicos la botella.
Sobre Goerz llovió líquido junto con fragmentos brillantes.
A Goerz no le importó. Sólo era una poción de「DIOS」. Qué le importaba
si—
“¡¿Arrrrgh?!”
Al instante, Goerz gritó. Todo su cuerpo
sufría un dolor punzante. Mirando los puntos donde había sido salpicado, vio
que su carne estaba inflamada, derritiéndose.
Obviamente, esto no iba a ser suficiente para
destruir su cuerpo inmortal. No, ni el más humilde de los monstruos habría
muerto por algo así. Pero le causó dolor. Le repelía. Eso era todo.
“Era el agua bendita de la Hermana Ainikki”,
dijo Iarumas. Llevaba un poco encima en todo momento y la usaba para crear una
barrera cada vez que el grupo se detenía a descansar en la mazmorra.
Pero, ¿y qué? No era suficiente para detener
a Goerz. Lo único que tuvo que hacer el luchador fue concentrarse en el amuleto
— su carne se hinchó inmediatamente, se llenó de sangre y sus heridas sanaron.
Cuando Goerz volvió a atacar, una extraña luz
ardió en sus ojos.
“¡Como si eso fuera suficiente para matarme!”
Si este hombre no hubiera dependido tanto del
amuleto, si se hubiera mantenido fiel a su naturaleza de bestia, tal vez le
habría ido mejor.
Pero no tiene sentido insistir en ello.
En la mazmorra, los resultados lo eran todo.
No había “y si...”. El que ganaba, ganaba.
“¿Crees que no sé cómo matar a un rey
no-muerto?”
La mano vacía de Iarumas empezó a hacer
signos familiares. Alzó la voz, entonando las únicas palabras verdaderas que podían
destruir a los no-muertos.
“¡¡¡Zeila woarif nuun (Oh, todos los difuntos, disuélvanse ante este
resplandor)!!!”
Hubo un rayo de luz como un pincel — borró a
Goerz de la existencia mientras lo quemaba.
Esta vez no sangró. El cuerpo que debería
haber estado allí... estaba completamente perdido.
“¡¿Qué...?!”
Goerz no lo entendía. No conocía el hechizo
que le había arrebatado su cuerpo — no podía haberlo conocido. Sin embargo, el
conocimiento almacenado en el amuleto le susurró la respuesta.
“¡Maldito seas!”, espetó Goerz. “¡¿Puedes
lanzar「ZILWAN」?!”
“En efecto”, se jactó Iarumas mientras la luz
mágica disipaba el cuerpo de Goerz. “Sí que puedo.”
Para aquellos que vivían una existencia
finita, este hechizo era simplemente luz, sin ningún otro efecto. Pero para los
inmortales, la luz significaba la muerte
instantánea. Los siervos de Dios podrían haber disipado
la maldición de Goerz simplemente rezando, y sin embargo—
“Te haré saber que este es un hechizo de sexto nivel”, refunfuñó Iarumas.
—para que un mago hiciera lo mismo se
requería una increíble cantidad de entrenamiento.
A pesar del tono amargo de Iarumas, no estaba
tan molesto. Sabía que detrás de él, la Hermana Ainikki sonreía satisfecha.
Goerz, que yacía bisecado en el suelo, con el
torso seccionado para siempre esta vez, habría maldecido esa sonrisa.
“¿Qué... es tan diferente?”, rugió él,
arañando las baldosas de piedra con ambos brazos, con el Cusinart aún sujeto
con fuerza en una mano. “¡¿Qué nos hace tan diferentes a ti y a mí?!”
Iarumas bajó la mirada. Su fría mirada no
mostraba ni un atisbo de emoción.
Sólo vio el amuleto.
“Hechizos, supongo.”
“¡No eres diferente a mí!”, rugió Goerz . No
podía entender.
Iarumas está usando un puñado de mocosos para progresar en la mazmorra.
Incluso si acoge a un perro callejero y se lleva bien con la elfa de cabello
plateado, lo que está haciendo no es fundamentalmente diferente de lo que estoy
haciendo yo. A este tipo no le importan los demás. Son sólo sus herramientas.
Todos y todo — son peldaños para alcanzar su meta.
Y cuando se trata de armas, tengo una Cusinart. Es mucho mejor que su
sable. Debería ser más fuerte. No hay razón para que haya perdido.
Sus ojos estaban fijos en el amuleto. Igual que los míos. ¿Cuál era la
diferencia entre nosotros dos?
¡¿Qué?!
“¡A ti tampoco te importa un carajo nada más
que el amuleto!”
Iarumas habló con calma. “Hace poco aprendí
que incluso las cosas sin sentido no lo son.”
¿Estaba escuchando la Hermana Ainikki? Tal
vez, con sus largas orejas, podría haberle oído. Bueno, no es que a Iarumas le
importara. Era simplemente una cuestión de hecho que ella le había enseñado esa
lección. Además...
Perdonar a demasiados trae pureza, mientras que matar a demasiados
corrompe.
“Cuando se trata de técnicas de matar,
necesitas la cantidad justa de impureza.”
Ese era el secreto de la neutralidad.
§§§
Es tan brillante.
Estaba agotada y deseó poder dormir para
siempre.
Tanto ruido— tanta luz. La irritó.
Sólo quería que la dejaran en paz. Todos
ellos. Todos eran tan egoístas. Ella no los molestaría, así que deseaba que
hicieran lo mismo.
Y sin embargo, el ruido, la luz, todo
continuó, hasta que...
“¡Orlaya...!
Ella distraídamente levantó su único ojo.
Raraja.
Él la llamaba por su nombre, se aferraba a
ella.
Parecía desesperado. Eso la enfureció un
poco.
“Estoy bien. Déjame en paz.”
“¡Como el infierno que lo estás!”
Raraja comenzó a blandir la daga que tenía en
la mano.
Apuñaló, cortó y desgarró la columna de
carne, tratando de sacar a Orlaya de ella. El frío acero corriendo por su piel
y el filo de la espada— Orlaya no sintió nada de eso. Fue extrañamente
irritante.
Mordazmente, preguntó: “¡¿Por qué haces
esto?!”
“¡Porque ni siquiera hemos hablado todavía!”
Esa no era una razón coherente.
Raraja hizo a un lado la carne demoníaca,
extendiendo la mano hacia el delgado cuerpo de Orlaya. La agarró violentamente,
con fuerza bruta. La carne y los huesos crujieron. Pero la sensación de dolor
nunca la invadió. Sólo había una horrible y nauseabunda... frustración.
“¡No tienes idea…cómo me siento…!”, gritó
ella.
“¡Porque no me lo dirás!”
“¡Yo…!” La voz de Orlaya se volvió tan aguda
que parecía que iba a escupir sangre.
Él no sabía nada. Ella le había esperado,
pero él nunca llegó.
El interior de su cabeza estaba desordenado,
y ya ni siquiera sabía dónde tenía el corazón. Aún así, Orlaya siguió gritando,
sin saber qué palabras saldrían.
“¡No es que quiera que tú… me salves…!”
See.
Sería demasiado miserable.
Él la salvaría. Sonreiría. Ella se lo
agradecería, y ellos... ¿qué? ¿Vivirían felices para siempre?
No. Ella odiaría eso.
No quería ser un trofeo, como una princesa de
un cuento infantil. Había montones de cosas que quería hacer— que había querido
hacer.
Quería ganar dinero. Para enviar algo a sus
padres. Para que se sintieran seguros.
Quería explorar la mazmorra por sí misma.
Usar todo tipo de trucos, encontrar sus propios compañeros, y luego...
Algún día... quería encontrar el equipamiento
del Caballero de Diamante.
Raraja había ido y hecho todo eso. Solo. Pero
también, con un grupo. Trajo a Garbage con él. Trajo a esa otra chica con él.
Trajo a Iarumas el transportador de cadáveres también.
Y ahora, Raraja estaba frente a ella,
actuando como si fuera un verdadero aventurero. Como si fuera él quien la salvaría.
Ella era sólo su trofeo. Ni más ni menos.
¿Qué cambiaría eso? No sería diferente de
cuando había sido tasadora. La abandonaría en la taberna— o en el primer piso
de la mazmorra. Y mientras tanto, ella luciría una sonrisa coqueta, inclinaría
la cabeza y se mostraría agradecida.
Ella no quería eso para ella. Nunca había
querido terminar así.
No. Lo odiaría. No. No debía ser así.
Nada había salido como ella esperaba.
Todo esto era demasiado. No tenía nada por lo
que vivir.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. La
frustración y la miseria amenazaban con destrozarle el corazón.
Ella sólo quería desaparecer.
Esto... Esto...
“¡Odio esto...!”
“¡Bien entonces!”, gritó Raraja por encima
del llanto de Orlaya . “¡¡¡Ven a vivir aventuras conmigo!!!”
Un fuerte ruido resonó en la cámara cuando el
pálido cuerpo de Orlaya fue arrancado de la carne demoníaca. Las fibras
musculares que envolvían sus brazos y piernas se deshicieron — la carne se
desprendió de su cuerpo.
Sus frágiles miembros, carcomidos por las
maldiciones, carecían de fuerza para mantenerse en pie. El poder se había
vertido en ella, triturando su ser y agotando por completo su alma.
Todo lo que Orlaya podía hacer era aferrarse
al pecho de Raraja y llorar.
Raraja envolvió sus brazos alrededor de sus
delicados hombros— y entonces, finalmente, se dio cuenta de que estaba desnuda.
Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices rojizas y negras dejadas por
maldiciones. La tocó suavemente, como si fuera algo rompible.
“Quiero decir, tú fuiste quien lo sugirió”,
murmuró él.
Que vayamos juntos a una aventura.
Orlaya no respondió. Simplemente siguió
sollozando en el pecho de Raraja.
§§§
Y así, todo había terminado. ¿O no?
§§§
“¡¡Vete... a la mierda...!!”
La garganta de Goerz pronto dejaría de
existir, pero de todos modos escupió la maldición. Iarumas enganchó su katana
bajo el amuleto que colgaba del cuello de Goerz.
“¡No voy a… aceptar esto…! ¡¡¡No lo… haré!!!”
Sus gritos vengativos fueron lo
suficientemente aterradores como para que incluso Iarumas se detuviera por un
momento.
No... no una pausa. Para ser más precisos, la
presión de respuesta que ejercía el amuleto estaba empujando físicamente contra
la espada de Iarumas.
Una extraña voz que no podía pertenecer a
Goerz brotó de los labios del hombre.
“「SO (Seenzanme) CO (Chuzanme) R (Re) DI (Darui)」.”
Al principio, parecía una sombra — un viento
sombrío.
Un vendaval de otro mundo, extrañamente
agudo, sopló desde el cuerpo de Goerz, formando un torbellino. Ya no era Goerz,
el aventurero, sino una puerta a otro lugar.
“¡Deprisa!”, gritó Iarumas. “¡Ven aquí!”
“¡¿O-Okay...?!”
A pesar de su confusión, el cuerpo de Raraja
parecía entender la situación — ciertamente mejor que su mente. Levantó el
pequeño cuerpo de Orlaya y corrió tan rápido que prácticamente tropezaba
consigo mismo para escapar.
Las garras de la sombra atravesaron el
espacio que el cuerpo del chico había ocupado sólo un momento antes. No le
había pasado nada, y sin embargo las secuelas de aquel golpe helaron a Raraja
hasta los huesos. Era un frío distinto al de「MADALTO」— este horror era capaz de helar hasta el
alma misma.
“¡¿Q -Qué es esa cosa?!”
“¡El maldito tonto! ¡¿Él ha llamado a un ser
invisible?!”, murmuró Iarumas, respondiendo a la pregunta de Raraja con una sin
respuesta. “No dejes que te toque. Te quitará el alma (drenaje de nivel).”
“¡¿Urgh?!”
Raraja estaba muy contento de haber decidido
llevar a Orlaya en sus brazos en vez de tomarse el tiempo de ponerla en su
espalda. Había sido la decisión correcta. Iarumas y Raraja llevaron a Orlaya
con ellos mientras se retiraban hacia donde esperaban sus dos compañeros.
A medida que lo hacían, la oscuridad—las
sombras—el viento demoníaco, todo aumentó en intensidad. Una forma empezaba a
aparecer en el vacío.
Parecía un pájaro, pero también un insecto.
Como un demonio con dos alas en la espalda. Pero lo más aterrador era el sonido
chirriante de la presión que ejercía sobre el propio mundo.
Ni siquiera podían moverse. Una vez que
aparecía un ser así, sólo podían inclinarse y esperar la muerte.
“¿Qué... es... esa... cosa...?” Berkanan
temblaba violentamente, forzando las palabras una a una. “¡Me... asusta...!”
“Un demonio de otro mundo...”
Ainikki entrecerró los ojos y gimió. Un
demonio así también existía en la tradición de su tierra natal.
No, no era un simple demonio. Era más
horrible — más masivo.
“Un lord demonio. El rey eterno de los
demonios...”
Iarumas asintió levemente. Se movió
lentamente para pararse frente al lord demonio, katana en mano.
Al ver esto, Raraja dejó a Orlaya en el suelo
de piedra y fue a ponerse al lado de Iarumas. Sus manos temblaban. Sus piernas
temblaban, amenazando con ceder bajo él. No podía imaginar que su cuchillo
pudiera hacer algo útil.
Iarumas miró hacia él, hacia el ladrón que
estaba a su lado.
“Ahora eres de primera línea, ¿huh?”
“Cállate”, escupió Raraja, esperando que sus
palabras no salieran temblorosas. “¿Tenemos alguna posibilidad?”
“¿Quién sabe? Me agoté en camino hacia aquí.”
“La hermana dijo que son no-muertos… ¿verdad?
¿No puedes usar ese hechizo de luz, como antes?”
Con la misma actitud de siempre, Iarumas
explicó en voz baja: “Podría lanzarlo, sí, pero esa cosa es un demonio. Los
hechizos no funcionarán con él. Tendremos que recurrir a la fuerza.”
Después de una pausa momentánea, Raraja
murmuró: “¿Ah, sí?”
“No tiene una forma concreta. Pero si una
espada funciona, entonces creo que puedo matarlo.”
Raraja miró su daga. Miró la katana de
Iarumas. Ambas eran de acero ordinario. Recordó la espada ardiente que Ainikki
había blandido. Ni siquiera eso había sido capaz de matar a un demonio.
Raraja no tenía ni idea de lo que debía
hacer. Su nivel de habilidad, su equipo, y todo lo demás que podría necesitar —
todo eso le faltaba. Pero no obstante...
Estaba totalmente listo.
“Bueno, tómatelo con calma. Incluso si
perdemos, sólo moriremos…” Las alentadoras palabras de Iarumas parecieron
vacilar en sus labios, y de repente se puso serio. Parecía que había olvidado
momentáneamente el maldito poder que residía en los brazos del monstruo. “Ah,
no. Esta vez podríamos acabar perdidos para siempre.”
“¡No voy a morir!”, gruño Raraja.
“Hmm. Bien.”
Eso fue un cumplido, pensó Raraja,
aunque no estaba seguro de cómo lo supo.
Iarumas estaba sonriendo. Raraja también.
Pero la sonrisa del muchacho era definitivamente forzada.
Detrás de él, podía escuchar a Ainikki y
Berkanan levantarse lentamente. Ambas estaban gravemente heridas. Pero también
lo estaban Raraja e Iarumas.
Berkanan dejó escapar un gemido que sonaba
como el de un niño lloriqueando. Intentaba reunir las fuerzas que le quedaban.
“Cuento contigo”, le dijo Raraja a ella. “Inventa
algo ingenioso que podamos hacer.”
“Seguro...”
Sintió que Berkanan asentía, con el Dragon
Slayer preparado.
“Yo también lo haré”, dijo Ainikki con voz
firme, dirigiéndose a Iarumas. Su peto se había caído, su hábito estaba hecho
jirones y había perdido ambas manos... pero nada de eso menoscababa su digna
belleza. “Puede que los hechizos no funcionen con él, pero tengo muchos puedo
lanzar sobre nosotros.”
“「LOKTOFEIT 」sería una opción”, sugirió Iarumas.
“¿Sara no fue suficiente para ti? ¿Quieres
verme desnuda también? ¿Podrías tal vez considerar un poco más tus palabras
antes de invitarme a hacer tales cosas?” La mujer Elfo de cabello plateado hizo
un puchero y luego murmuró disculpándose: “Y lamentablemente... no lo he
aprendido.”
“Imagínate.”
Parecía que no sobrevivirían a esto sin
luchar. Todos lo entendieron. Prepararon sus armas para enfrentarse a la muerte
que se cernía sobre ellos.
La sombra se hizo más grande. El demonio
emergió. Un viento infernal, un lord demonio, un ser invisible.
Entonces, en ese mismo momento... ella apareció.
§§§
“¡¡¡Auuuuuu!!!”
§§§
Un único rayo de luz.
Un viento blanco que traía la muerte.
Una chica pelirroja.
La espada que tenía en las manos brillaba
mientras atravesaba la cámara funeraria con un agudo aullido.
Era casi tan larga como ella — su hoja era
antigua y afilada.
Parecía que era la espada la que balanceaba
los delgados brazos y el esbelto cuerpo de la chica, pero era todo lo
contrario. Su cuerpo se retorcía en el aire, como si bailara con la espada. La
blandió hacia atrás y luego golpeó.
Sus movimientos no eran refinados — eran
salvajes. Trazaban un bello arco que una esgrima pulida y correcta jamás habría
podido igualar.
La espada pareció ser absorbida por el
demonio — cortó suavemente, en una sola línea recta, desde la parte superior de
la sombra hasta debajo de ella.
Ella lo atravesó por completo.
“¡¿GAAAAAAAAAAHHHHHHHH?!?!?”
Aquella sombra indistinta —el lord demonio que
no tenía carne en este mundo— lanzó un grito que era, inequívocamente, de una
agonía tan grande que el monstruo se quedó temblando.
La chica tocó ágilmente el suelo de la cámara
funeraria.
“¡Arf!”
Garbage resopló como diciendo: “¿Qué han
estado haciendo ustedes?”
Raraja se quedó sin habla. Nadie pronunció
una sola palabra.
Iarumas — sus ojos estaban muy abiertos. De
asombro. De admiración. Y tal vez... celos.
El resplandor ardió en el único ojo de
Orlaya. La espada en manos de aquella chica, la que Garbage había encontrado y
hecho suya...
Orlaya la conocía. La chica Rhea había soñado
con ella muchas veces desde que era pequeña. La había buscado. Había renunciado
a ella. Para ella, la espada no había sido más que un sueño — una fantasía
eterna, interminable. Eso era lo que había creído.
Así que sí, Orlaya conocía esa espada— y el
título otorgado al héroe legendario que la había blandido.
Ese rey, el rey que adora el oro, ya no verá su sala del tesoro.
Ese rey, el rey que adora el poder, no tendrá ninguno dentro de su
tumba.
Ese rey, el rey que adora esto — ese rey, encontrará la perdición.
Frente a ti ahora, en la perdición de ese rey, se perfila la respuesta
que buscas.
Sí, así es. La respuesta estaba frente a
Orlaya ahora.
Esta chica. Ella era la indicada.
“¡Ah ah...!”
Los labios temblorosos de Orlaya susurraron
un nombre.
Una espada revestida en el vacío, la hoja más noble de todo el mundo.
Se llamaba...
Gracias por leer: Blade & Bastard Vol. 3 capítulo 7, y si encuentras algún error en la traducción, reportar en comentarios.